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Vetusta, pero no inmortal
En Mota del Cuervo la conocen como la Carrasca del Monte Chico, pues en este lugar se encuentra, y en Socuéllamos la llaman Carrasca Milenaria, tal vez por los años que ni ella misma es capaz de contar. Aislada, rodeada de vides, en pleno corazón de La Mancha, en el límite de los términos de ambos pueblos citados, aunque en tierras del primero, casi bañada por el río Záncara, soporta esta magnífica encina desde hace cientos de años los embates del tiempo —el cronológico y el meteorológico—, hasta que en los primeros días de febrero no pudo más y se partió en dos. La encina no ha muerto y, a pesar de sus achaques, aún se le augura un futuro indefinido.
No es la primera vez que sufre estas indisposiciones propias de la vejez. Ya en 1995 padeció otra amputación similar, y el ayuntamiento aprovechó la rama mutilada para fabricar una de las ruedas de sus señoriales molinos de viento. Milenaria no sé si será, pero un ejemplar tipo puede vivir entre 5 y 7 siglos (1). No dudo, por tanto, que los pastores hayan refugiado sus rebaños bajo el dosel de este árbol a lo largo de cientos de años. Los 28 metros de diámetro de copa (2) generan una sombra que ocupa —ocupaba— algo más de 700 metros cuadrados, lo suficiente, al decir de algunos, para acoger a mil ovejas. Un alivio en el estío manchego. Lo normal para una encina es que, por cuestiones de altitud y temperatura, no sobrepase los 12 o 15 metros de altura, pero esta moza ha crecido hasta los 21 metros. A un metro de altura, el diámetro de su tronco oscila entre 7,40 y 7,80 metros.
Imagen tomada en 2010.
La última vez que busqué su cobijo me causó una honda impresión, algo que sucede en cada visita, pero la mente se obstina en no acertar a describir las sensaciones que provoca su compañía. Y es posible —así lo creo— que ella sienta lo mismo cuando alguien que sabe respetar la vida que atesora se le acerca. Porque a la encina le gusta vivir en compañía de otros. Probablemente la Carrasca del Monte Chico debió medrar en un monte adehesado, ya que solo así puede alcanzar un desarrollo tan magnífico y una longevidad que difícilmente se logran en un bosque cerrado. Poco a poco la corta del monte para incrementar la superficie agrícola y su roturación provocaron una enorme pérdida de fertilidad acumulada durante cientos de años, la hojarasca desapareció con rapidez y el suelo perdió la posibilidad de nuevos aportes orgánicos. Cuando empezó a labrarse este suelo, se rompió su estructura, se lavaron los nutrientes, se incrementó la insolación y comenzó el proceso de erosión. Esto es algo que en nada ha beneficiado a esta encina.
Fuente: forosocuellamos.com
Sería un error pensar que su porte, fortaleza y longevidad otorgan al árbol algo parecido a la inmortalidad, aunque nuestra encina haya superado con creces la permanencia vital media. Suele pasar cuando medimos las cosas del entorno con criterios humanos —el pertinaz error al que nos lleva el antropocentrismo—: algo que vive más de cien años se nos antoja prácticamente eterno, es más de una vida para el común de los mortales. Es cierto que su inclinación por la vida en comunidad la ha convertido en potencialmente inmortal (3), pero la duración de su vida está sometida a los avatares externos (telúricos, climáticos, patógenos, predadores…). Y esto es lo que le ha pasado a la encina del Monte Chico. Ni siquiera podemos defender la idea de que los árboles sean más longevos que los arbustos o las hierbas. Estas podrían tener mayor esperanza de vida, puesto que la reproducción vegetativa les da una movilidad adecuada para explotar medios siempre nuevos.
Fuente: forosocuellamos.com
En todo caso, la longevidad de los árboles podría verse reforzada con algo más de protección por nuestra parte. Recordemos el tiempo en que pinos monumentales de nuestra Serranía, como el Candelabro o el Pino Abuelo, se mantuvieron rodeados por una valla de madera, precaria, sí, pero suficiente para evitar los ardores artísticos de visitantes poco respetuosos con el entorno. Ahora soportan como pueden vejaciones, punzadas, heridas, raspaduras… Como dijo Félix Rodríguez de la Fuente, “no tenemos derecho a dejar que suceda lo que está ocurriendo. La señal roja se ha encendido en el paisaje verde de España. Hay que hacer que, desde los niños en las escuelas, hasta los mayores, todo el mundo sepa lo que es un bosque, lo que significa. Quiero que todo el mundo se entere de que un árbol no es solo una sombra para el camino, es mucho más.”
(1) CEBALLOS, Luis (1979). Árboles y arbustos de la España Peninsular, Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes, Madrid.
(2) GUARDIA, Cristina (1993). Árboles singulares de Cuenca, Diputación Provincial, Cuenca.
(3) HALLÉ, Francis (2016). Elogio de la planta, Libros del Jata, Bilbao.