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Blog

Vida de frontera

Botánica

Dice Aldo Leopold que “la reducción de la flora se debe a una combinación de tres causas: una agricultura limpia, el pastoreo en los sotos y las buenas carreteras”. Dice esto para llamar la atención sobre un progreso que cada vez exige una mayor reducción de tierra disponible para las plantas silvestres. Por esto yo añadiría otras causas restadoras de flora: la apertura de caminos que favorecen la invasión de los bosques, la ocupación del campo por el cemento y el ladrillo, el dañino vicio de quemar el monte…

Abrótano hembra (Santolina chamaecyparissus)

 

En nuestro frenético paso por la vida nos olvidamos de observar la vida que se desarrolla en ese despreciable espacio cada vez más reducido que estamos dejando a la flora silvestre, esa vida que abre paso en los bordes de nuestra vida. Las cunetas de las carreteras o las lindes de nuestros campos están cuajadas de vida que alberga más vida. Multitud de pequeños seres —aves, mamíferos, reptiles, insectos y otros invertebrados— forman parte de ricos y variados ecosistemas de frontera que solemos relegar a la nada con esa soberbia que nos caracteriza.

Una eficaz asociación entre la abeja y el cardo.

 

Vida de frontera que con excesiva frecuencia borramos de la tierra porque acaso nos molesta o la consideramos de escasa calidad para nuestros delicados sentidos. Vida que catalogamos alegremente de dudosa utilidad, cuando, en realidad, puede protegernos de la escorrentía, de los embates del viento o de los ataques de la enfermedad. Ni siquiera apreciamos en su justa medida esos hierbajos que invaden las ruinas que vamos dejando a nuestro paso, o los que asoman tímidos en las grietas de nuestros edificios o sobre los tejados. ¡Cómo se atreven a ocupar nuestro sacrosanto espacio urbano! Si la mano del hombre no los ha puesto allí, no toleramos esos matojos por insolentes.

Convivencia: achicoria (Cichorium intybus) y aquilea amarilla (Achillea filipendulina)

 

Esa vida ignorada, que ya hemos calificado con el denigrante término de maleza, está pasando a un segundo o tercer plano de nuestra exquisita escala de valores. Pobres valores que no alcanzan al conocimiento de las cosas sencillas y cercanas, valores insensibles que no lamentan la pérdida de belleza y hábitats de frontera, valores que confinan a esa vida a un lejano rincón de nuestra memoria. Si nos acercáramos a ella con menos arrogancia, entenderíamos que la naturaleza se abre paso en las condiciones más difíciles y en los lugares más insospechados, incluso en las fronteras de nuestros dominios, allí donde crecen la achicoria o el abrótano, las numerosas especies de cardos o la cuscuta, la uva y la uña de gato, el peine y el ombligo de Venus, el milamores o las malvas, el lampazo o el diente de león… y así cientos, miles. 

Milamores (Centranthus ruber)