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Cómo pueden las ciudades combatir el calentamiento (1)
Nicholas Stern es un prestigioso economista de la London School of Economics que publicó en 2006 el Informe sobre la economía del cambio climático, más conocido como Informe Stern. El informe advierte de las devastadoras consecuencias del calentamiento global —aumento de cinco grados de temperatura media respecto a los niveles preindustriales, efectos sobre la geografía política y humana del planeta, frenazo al crecimiento económico global— y concluye que lo mejor que podemos hacer es mitigar el problema, es decir, abordarlo ya —sospecho que hace tiempo que debería haberse empezado—. El propio Stern reconoce ahora en una entrevista que sus conclusiones se quedaron cortas porque, entre otras cosas, “la gente no ve la urgencia ni la necesidad de cambiar urgentemente”. Y añade después que “el futuro del planeta nos lo jugamos en las ciudades”. De ahí la pregunta que encabeza este artículo.
Los invernaderos que se extienden a lo largo de la costa del sureste de España brillan tanto que son visibles en las imágenes de satélite. Desde la década de 1970, los agricultores han expandido este mosaico de edificios en la provincia de Almería para cultivar productos como tomates, pimientos y sandías para la exportación. Con objeto de proteger las plantas del sobrecalentamiento en el verano, se pintan los techos con cal blanca para reflejar la luz del sol. Eso hace más que enfriar los cultivos. En los últimos 30 años, la región circundante se ha calentado en 1°C, pero la temperatura media del aire en la zona de invernaderos se ha reducido en 0,7 °C.
Invernaderos de Almería (Fuente: esderaiz.com)
Es un efecto que a las ciudades de todo el mundo les gustaría imitar. Como el clima de la Tierra está cambiando a pasos agigantados, el calentamiento global afectará a áreas metropolitanas de forma especialmente fuerte debido a que sus edificios y aceras absorben fácilmente la luz solar y elevan las temperaturas locales, un fenómeno conocido como el efecto isla de calor urbano. Las ciudades, como resultado, tienen más posibilidades de tener periodos de calor extremo que puede matar.
En agosto de 2003 una ola de calor sin precedentes ahogó durante diez días Europa Occidental, superando las cifras de los últimos cinco siglos. Las temperaturas diurnas en París se dispararon a 40° C y las noches eran tórridas. A finales de agosto, la cifra de muertos por deshidratación, hipertermia, insolación y problemas respiratorios en toda Europa superó los 70.000, con muchas víctimas mortales en las zonas urbanizadas alrededor de París y Moscú.
Isla de calor urbano (Fuente: europapress.es)
Esta es solo una muestra de las condiciones futuras. Los modelos climáticos regionales indican que para el año 2050, olas de calor de una semana de duración similares a esta pueden golpear una vez por década en Europa del Este y cada 15 años en Europa Occidental. En todo el mundo, se prevé que el número, duración y frecuencia de las olas de calor irá en aumento. Este es uno de los pocos eventos extremos en que todos los modelos están de acuerdo entre sí.
Y cuando las temperaturas aumentan, las ciudades sufren desproporcionadamente debido a cómo están construidas. Los tejados oscuros, las carreteras y otros materiales de construcción absorben la radiación solar y reflejan una parte calentando la atmósfera cercana. El aire acondicionado se suma al problema sacando el calor de los edificios y vehículos y repartiéndolo por las calles.
(Continuará)