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Gracias a la luna

Ciencia

“Te quiero, como la Tierra al Sol”. Así dice una de las canciones de José Luis Perales, una de esas melodías que hablaban de amor y que utilizaba esta expresión astronómica para significar la grandeza de una atracción entre dos personas. Y es que todos conocemos lo mucho que la Tierra debe al Sol como generador de esa energía que hace posible la vida en este afortunado planeta. Afortunado por estar donde está, que no por tener entre sus habitantes a una especie incapaz de ver en toda su plenitud la trascendencia de ese regalo vital.

De la Luna, “blanca hermana” del Sol en palabras de Lope de Vega, y que tanto protagonismo ha tenido estos días por su magnífico tamaño, sabemos que está ahí, mirándonos fijamente y dando incansables vueltas a nuestro alrededor, que la superstición de algunos le atribuye poderes mágicos y misteriosos, que Galileo fijó en ella su atención para observar sus cráteres con la ayuda de su telescopio, que carece de atmósfera y de agua líquida, y que, según George Howard Darwin (1845-1912), segundo hijo de Charles Darwin, se formó probablemente a partir de la Tierra como resultado de un desprendimiento de parte de su masa, cuando nuestro planeta aún no estaba solidificado. Ahora, sin embargo, la mayoría de los científicos están convencidos de que hubo un descomunal impacto de un cuerpo celeste —tal vez del tamaño de Marte— contra la Tierra que pudo proyectar hacia el espacio a una enorme cantidad de material que acabó concentrándose en la actual Luna.

Según afirman Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez (1), “debemos felicitarnos por nuestra buena fortuna. Si tal episodio no hubiera ocurrido, si la Luna no existiera, las condiciones de nuestra querida Tierra serían bien diferentes de las que conocemos”. Y exponen varios argumentos. En primer lugar, el ciclo día-noche tendría una duración de quince horas debido a que la velocidad de rotación de la Tierra sería menor al no contar con la presencia de un cuerpo celeste tan grande como la Luna. Por otro lado, la inclinación del eje de rotación terrestre sería inestable. No olvidemos que tal inclinación es la responsable del ciclo de las estaciones, que experimentan variaciones cada muchos miles de años. Si no estuviera la Luna, se producirían fluctuaciones bruscas y muy amplias. O, dicho de otra forma, Arsuaga y Martínez sostienen que “la Tierra se habría visto sometida, a lo largo de su historia, a fluctuaciones climáticas muy rápidas y radicales, lo que habría supuesto un serio inconveniente para el desarrollo de la vida”. Es decir, nosotros no estaríamos aquí para contarlo —lo que probablemente sería una ventaja para la Tierra, añado—.

Sabemos más cosas de la Luna, como el hecho de ser causante de las mareas, y que hay mareas vivas y mareas muertas. Pero nunca nos hemos planteado qué pasaría si la Luna estuviera más cerca o más lejos. Pues bien, si estuviera más cerca, la fuerza de atracción sería mayor y las mareas vivas serían más vivas; y si estuviera más lejos, las mareas muertas serían más muertas aún. O sea, que está bien donde está. Y, según parece, ese flujo regular de mareas fue lo que dio origen a la vida en el seno de unas charcas creadas por ellas al retirarse.

La Luna merece nuestra admiración y respeto por encima de su acreditada inspiración poética. Aprendamos a reconocer su influjo sobre los ciclos vitales, recordemos que hay animales que son más activos, sonoros y fértiles gracias a la Luna. Sabemos que se está alejando de nosotros a razón de unos 3,78 centímetros por año, por lo que poco a poco estamos perdiendo su fuerza vital. Esto significa que dentro de millones de años la Tierra girará más lentamente y el eje terrestre perderá estabilidad, aunque me da que no estaremos aquí para verlo. ¿No es cierto que la Luna es fundamental para la vida en la Tierra? ¡Ojalá hubiera forma de atarla a nosotros! Así, si comenzaba este artículo con una canción, bien podemos terminar con otra —aunque sea cambiando la letra— para decir “Gracias a la Luna, que me ha dado tanto”.

 

(1) ARSUAGA, Juan Luis y MARTÍNEZ, Ignacio: Amalur. Del átomo a la mente, Temas de hoy, Madrid, 2008