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Viaje científico (I)

Ciencia

“La ciencia tiene campo dilatadísimo de estudios trascendentales en las sierras de Cuenca; el arte tiene panoramas de belleza insuperable en los alrededores de Cuenca; la historia de la patria y la historia del Mundo tienen aquí, a las puertas de nuestra ciudad, los comprobantes de sus páginas más interesantes.”

Con estas y otras ideas trataba de ilustrar El Liberal, en su edición de 4 de mayo de 1912, un viaje realizado por el profesor Odón de Buen a la Serranía de Cuenca, acompañado por cincuenta de sus alumnos de la Universidad de Madrid. El periódico aplaudía la iniciativa del profesor porque con ella podría proclamar y probar “que en Cuenca tenemos verdaderas joyas para el estudio de la Geología, ejemplares únicos en Europa y que no tienen igual en el Mundo, para comprobar las hipótesis establecidas por los sabios, y proclamará y probará que es grato, utilísimo, conveniente y preciso el visitar a Cuenca, juzgándola justamente y aprendiendo a conocerla tal y como es.”

En aquella época Cuenca vivía unos difíciles años de escaso desarrollo y olvido que llevaron a aplicarle el calificativo de Cenicienta. Ello explica que el viaje de Odón de Buen tuviera tan grato recibimiento por la prensa, al entender que se trataba de una forma de sacar a Cuenca y su provincia de la indiferencia general.

Odón de Buen y del Cos nació en Zuera (Zaragoza) el 18 de noviembre de 1863. Realizó investigaciones científicas a bordo de la fragata Blanca, de la Marina de Guerra, al estilo de Darwin, donde ya hizo gala de su pasión por el mar. Ocupa la cátedra de Zoología en la Universidad de Barcelona, donde ya tuvo ocasión de reformar la enseñanza de las ciencias naturales con materiales y métodos revolucionarios, entre los que introdujo las salidas al campo. Sus ideas evolucionistas le granjearon la oposición de la Iglesia, lo que le obligó a dejar la cátedra, siendo acogido por el gobierno francés, que le nombró oficial de instrucción pública. Se trasladó a Madrid en 1911 para reanudar su enseñanza de carácter experimental, y en 1914 fundó el Instituto Español de Oceanografía, del que fue director general, cargo que seguiría ocupando durante la II República. La Guerra Civil le sorprende aún en activo (tiene más de 70 años), pero es apresado por los sublevados. Al término de la contienda, tal vez harto de la incomprensión y el estancamiento intelectual que se avecinaba, decide marchar a México, donde muere en 1945.

Odón de Buen (1863-1945)

La lista de honores y condecoraciones de Odón de Buen es interminable y para Cuenca debería ser un honor tener a este ilustre científico entre las personas que trabajaron por dar a conocer sus excelencias naturales. Es cierto que durante un tiempo dio nombre a una de nuestras calles, pero la tradición pudo más que el reconocimiento y obligó a conservar el que era más conocido y utilizado por la población: Tintes. De modo que no viene mal recordar lo que fue aquel famoso viaje científico a la Serranía y que formaba parte de los métodos de enseñanza del ilustre profesor.

El viaje comenzó el miércoles 1 de mayo de 1912 y tenía como destino la Ciudad Encantada. El Gobierno Civil se movilizó para agasajar al grupo, hasta el punto de acordar el abono a los estudiantes de sus gastos de estancia. Ya se sabe aquello de “Di que eres de Cuenca…”. El Liberal cuenta que sus máximos dirigentes se desplazaron en tren hasta la estación de Villar del Saz para dar la bienvenida al profesor y sus alumnos, y lo hicieron en primera pensando que el catedrático viajaría de igual forma. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando comprobaron que venía en un tercera, en el mismo coche que utilizaban sus “modestos estudiantes”.

Al llegar a Cuenca, el gentío inundaba los andenes. El Gobernador Civil, el Alcalde, el Director y el claustro de profesores del Instituto Provincial, representantes de la Audiencia, todos los maestros y otras personalidades “que se confundían con gentes del pueblo, y de la clase media y alumnos del Instituto, esperaban la llegada del convoy, que lo hizo a la hora reglamentaria”. Tras este multitudinario recibimiento, los estudiantes fueron a sus alojamientos “con la consigna severa, dictada por su profesor, de levantarse a las cinco, so pena de perder los coches que, alquilados unos y cedidos otros, habían de conducirles a Villalba de la Sierra, a las seis de la mañana”.