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Viaje científico (II)

Ciencia

El día de la salida amaneció con un tiempo benigno. A las cinco y media de la mañana los estudiantes subían a los vehículos en Carretería y emprendían viaje a Villalba. El repiqueteo de los cascabeles de las mulas atraía a los vecinos de Carretería, muchos de los cuales presenciaban el desfile a través de los visillos. Mientras atravesaban la Hoz del Júcar, alumnos y profesores admiraban la acción erosiva del agua y se complacían con la cantidad de bellezas naturales que se sucedían. Así hasta que llegaron al puente sobre el río, en Villalba, a las nueve menos cuarto. Desde aquí a la Ciudad Encantada, andando. Al frente de la dura ascensión, el profesor Odón de Buen.

Fuente (para todas las imágenes): Mundo Gráfico, junio de 1913. Las excursiones del profesor de Buen se repitieron en el tiempo a partir de la que estamos relatando.

 

“La habitual quietud campesina del pueblo de Villalba de la Sierra, se vio dichosamente turbada por la caravana estudiantil. Mozas nada despreciables, ancianas de respetabilidad, labradores, funcionarios, todo el pueblo contemplaba desde los altos la llegada de los grupos expedicionarios”, escribe el reportero de El Liberal. Las caballerías del lugar estaban a la dula o en las labores del campo, por lo que los viajeros no pudieron disponer de montura.

El grupo, encabezado por el ilustre catedrático, avanzaba resuelto salvando el enorme desnivel que hay entre el valle y la cima donde se encuentra la Ciudad Encantada. De vez en cuando se hacía un alto para sacar imágenes o recoger muestras de plantas y minerales, que los estudiantes presentaban al profesor de Buen para su identificación y clasificación. “Eran de oír las curiosísimas observaciones el sabio profesor, referentes al mecanismo mediante el cual se formaron elevaciones y hundimientos, explicando el porqué de ello o refiriendo anécdotas interesantísimas de otros viajes científicos en España o el extranjero; todo lo cual era escuchado con profundo interés por los acompañantes.”

Cuando se alcanzaron las primeras formaciones de la Ciudad Encantada, el asombro e interés de los visitantes llegó a su colmo. Recordaban las explicaciones de la clase donde don Odón se muestra entusiasta de tan originales bellezas, comprobaban sobre el terreno la exactitud de las fotografías que habían visto en proyección, mientras el profesor satisfacía la curiosidad de sus alumnos.

Tras la caminata, llegó el momento de darle gusto al paladar, y en unas grandes paelleras hervía ya el arroz, mientras la Guardia Civil, guardas de montes del Estado, jurados del marqués de Santillana, propietario del terreno, y guardas del Ayuntamiento de Cuenca velaban por la seguridad del grupo. A la una en punto, y sentados a la moruna sobre el suelo, los estudiantes degustaron el arroz intercalando sus bocados con “frases ingeniosas, cuchufletas picarescas o inocentes que no llegaban a oídos de los señores graves que, con el profesor y ayudante por cabeza de mesa estaban junto a ellos”. A pocos metros, unos cuantos campesinos trajeados observaban la escena. Era el Ayuntamiento en pleno de Valdecabras, que había acudido al conocer la noticia del viaje para ponerse a disposición del profesor y sus estudiantes.