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Acabamos de llegar
En el número 335 de la revista Quercus (enero 2014) se plantea un interesante reto al sistema educativo: hay que hacer entender a la gente, empezando por los más pequeños, que la especie humana, lejos de ser el centro de una supuesta creación, es una recién llegada al grupo de la diversidad vital. Pues bien, echado el anzuelo, me complace picar y aceptar el reto.
Hablar de millones de años es bastante complicado para un humano cuya vida media, en condiciones normales, debe estar en torno a los 80 años, y más aún si trata de hacerse entender por niños de no más de 12 años. Por ello, trataremos de explicar la cuestión con dos símiles paralelos anclados en el espacio y en el tiempo: una línea y un reloj, ambos imaginarios. Así, estableceremos que 1 mm de esa línea equivalen a 500 años, mientras que el tiempo transcurrido desde la formación de la Tierra se concentra en un periodo de 24 horas. Por lo tanto, empezamos nuestro particular viaje en el espacio y el tiempo diciendo que la formación del Sistema Solar se sitúa a unos 9 km de nosotros, a las 0 horas de un día cualquiera.
Durante 2 horas y 40 minutos no ocurre nada especial; la Tierra es una esfera de fuego sin atmósfera, y a esa hora, a unos 8 km del punto en que nos encontramos ahora, ocurre un hecho prodigioso: surge la vida, al parecer en una especie de caldo primigenio. Prácticamente durante el resto de nuestro imaginario día, la vida sigue abriéndose paso, hasta que a las 21:07 aparecen los primeros crustáceos y corales. Esto sucede a tan solo 1,08 km de donde estamos en este momento. Nueve minutos después aparecen los primeros peces, y a las 21:48 las primeras plantas terrestres, aunque hay estudios que las sitúan unos 50 millones de años antes, esto es, unos 16 minutos antes. Se trata de unas plantas primitivas parecidas al musgo que se reproducen por esporas, y tan diminutas que habría que localizarlas con lupa.
Seguimos avanzando en el tiempo y el espacio. A las 21:52 horas, a unos 800 metros de la actualidad, aparecen los primeros insectos, unas formas similares a pececitos de plata, ciempiés y arañas, y rápidamente conquistan el aire gracias al desarrollo de alas. Cuando dan las 22:04 horas surgen las primeras gimnospermas, portadoras de semillas desnudas. Son las predecesoras del gyngko y las coníferas.
Gimnospermas, conocidas ahora como Pinophyta.
Ya no podía tardar mucho la aparición de los primeros vertebrados terrestres, los reptiles, exactamente a las 22:20, y casi media hora más tarde hacen acto de presencia los primeros dinosaurios (22:48) y los mamíferos primitivos (22:52).
Está a punto de terminar el día, cuando a las 23:12 se ven volar algunos dinosaurios evolucionados en cuyo cuerpo se detecta la presencia de plumas; son las primeras aves.
Iberomesornis romerali, en el Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha.
Y once minutos después surgen las primeras plantas angiospermas, que ya encierran sus semillas en el interior de un ovario, lo que las protege, entre otras cosas, de la desecación. A medida que se extienden las plantas, el ecosistema terrestre rebosa de vida. Sin embargo, cuando solo faltan 21 minutos para que termine el día, un enorme cataclismo provoca la extinción de los dinosaurios, a 130 metros de la actualidad. Pero la vida, como siempre ha hecho, se abre camino y recupera su esplendor.
Paisaje del Paleoceno. ¿Sería así el paraje conocido como Lo Hueco, en Fuentes?
No, aún no se observa la presencia de los primeros homínidos, nuestros ancestros. Para ello debemos esperar a las 23:58 horas, y como resultado de una complicada evolución y múltiples adaptaciones, aparece el humano moderno ¡19 segundos antes del final del día!, a 2 metros escasos de la actualidad. No perdamos de vista que el recorrido total de la vida tiene unos 8 kilómetros.
Si alguien sigue pensando que el hombre ocupa un lugar especial en la historia de la vida, ahí va otro ejemplo: en un libro de 100.000 palabras (unas 250 páginas), cada palabra abarcaría 40.000 años de vida, y cada letra un periodo más largo que toda la historia humana conocida. Lo dicho: acabamos de llegar, pero que nadie piense que esto es el final. Como dice Eduard Punset en Por qué somos como somos, “la vida es algo más diverso de lo que alcanzamos a ver con nuestros ojos. Las bacterias llevan en la Tierra miles de millones de años más que las plantas y los hombres, y están preparadas para subsistir en condiciones mucho más extremas. Por todo eso es razonable pensar que la extinción del hombre debido a un cataclismo natural o cultural no significaría el final de la vida. Admitámoslo: no todo se acaba con nosotros.”