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Carga tolerable

Divulgación

¿Alguna vez nos hemos planteado que nuestro organismo constituye un auténtico ecosistema? ¿Sabemos qué otros seres vivos pululan en nuestro interior y a lo largo de nuestra piel? ¿Son beneficiosos o perjudiciales? ¿Debemos eliminarlos? Demasiadas preguntas para resolver en pocas líneas. Demasiadas incógnitas que se agolpan sobre unos seres tan diminutos a los que nosotros, tan grandes como somos —o nos creemos—, apenas prestamos atención y, por tanto, difícilmente conocemos. Son bacterias y parásitos a los que trataremos de acercarnos con la mágica lupa de la curiosidad.

Partiendo de la base de que somos un ecosistema, empecemos por recordar que esto significa ser una unidad formada por los organismos vivos y el entorno en que se desarrollan, además las interacciones de los organismos entre sí y con ese medio. En nuestro caso, el entorno somos nosotros y los organismos son las bacterias y los parásitos. Parece que el mero hecho de hablar de ellos induce a pensar en infecciones o enfermedades, pero no todas las bacterias son dañinas —de hecho, solo una pequeña parte lo son, y de ello se encarga nuestro sistema inmunitario—, al contrario, muchas favorecen el buen funcionamiento de nuestro organismo. En la naturaleza son tan importantes que la vida en la Tierra no sería posible sin ellas. A nosotros nos permiten elaborar quesos, yogures, embutidos o encurtidos, aliñar la ensalada con vinagre o producir antibióticos. Y como señala Eduardo Punset (1), “las bacterias llevan en la Tierra miles de millones de años más que las plantas y los hombres, y están preparadas para subsistir en condiciones mucho más extremas”. Algo sabrán de la vida, ¿no?

Los parásitos son seres vivos que habitan en o dentro del cuerpo de otra especie, el anfitrión, y normalmente se nutren de una pequeña parte de ese cuerpo infringiéndole el menor daño posible —por la cuenta que les trae—. Han sido capaces de evolucionar para asegurar su propia supervivencia y reproducción. Ningún parásito en su sano juicio llegará a matar a su anfitrión porque eso sería acabar con la gallina de los huevos de oro. Tendría que buscarse otro lugar de residencia y eso significaría un trabajo y un consumo de energía que no se podría permitir. Dicho de otro modo, los parásitos son depredadores que se nutren de su anfitrión en una cantidad soportable para este.

En Biología hay un interesante concepto que debemos conocer, la carga tolerable de parásitos, algo así como el número de parásitos que yo, como organismo anfitrión, puedo admitir sin recibir daño a cambio. ¿Quiere esto decir que tengo que hacerme a la idea de que debo convivir con mis compañeros parásitos? Pues sí, y tal como dice Edward O. Wilson (2), “si un individuo intentara eliminar de su cuerpo todos sus parásitos tolerables, cometería un grave error. El precio a pagar sería, a la larga, inmenso, y sus propias funciones corporales saldrían demasiado perjudicadas”. Vaya, esto es como si alguien le dijera al granjero que tiene que vivir con el zorro en su gallinero. Bueno, tal vez no sea para tanto.

Hay bacterias que intervienen en la síntesis de la vitamina K, esencial para la coagulación de la sangre. Otras producen antibióticos que combaten a ciertos patógenos, ayudando a fortalecer el sistema inmunológico. O la flora intestinal, esas bacterias que viven en nuestro intestino, que regenera el tracto intestinal, descompone los elementos complejos de los alimentos ingeridos y facilita la absorción de nutrientes en la sangre. El yogur, por ejemplo, contiene unas bacterias que convierten el azúcar y los carbohidratos en ácido láctico, bajan el ph y reducen el riesgo de crecimiento de otros organismos en los alimentos. La lista es interminable.

Pensemos ahora en esos pequeños ácaros que, sin que nosotros los percibamos, pueden estar pululando entre los pelos de nuestras cejas o en la nariz. Comprendo que no resulta agradable imaginárselo, pero lo veremos mejor si conocemos su forma de vida. Estos diminutos arácnidos se alimentan de secreciones y células muertas, son totalmente inofensivos y no provocan ni transmiten enfermedades. Por tanto, son beneficiosos. Hay quien ni siquiera considera parásitos a estos ácaros. ¿Qué ganaríamos con deshacernos de ellos? Nada, antes bien, saldríamos perdiendo a nuestro particular servicio de limpieza —salvando las distancias, nuestros pequeños buitres—. De acuerdo, un exceso de estos ácaros podría causar alguna infección, pero ¿hay algún exceso bueno? Aun aplicando un tratamiento de limpieza, volverían a nuestra piel al cabo de unas semanas pues el contacto con otras personas no nos libra de ellos.

O sea, ¿que nuestra existencia se hace llevadera por la presencia de estos pequeños habitantes en el organismo? Cuesta admitirlo, pero así es la vida, “algo más diverso de lo que alcanzamos a ver con nuestros ojos”, en palabras de Punset. Y no somos ajenos a ella, aunque a veces intentemos acabar con ella.

 

(1) PUNSET, Eduardo: Por qué somos como somos, Aguilar, Madrid, 2008

(2) WILSON, Edward O.: El sentido de la existencia humana, Gedisa, Barcelona, 2016