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Continuidad vital (y 2)

Divulgación

Sigamos haciendo nuestro particular homenaje a los polinizadores, dispersores de vida. La semana pasada citamos la mielada, conocida también como rocío de miel, que es un líquido azucarado y pegajoso con el que las abejas fabrican una miel muy oscura y apreciada por sus valores medicinales. Es el mismo líquido que segregan algunos pulgones para mantener al ejército de hormigas que los protegen. Por último, el propóleo es una sustancia resinosa de árboles y arbustos silvestres, que las abejas extraen con el fin de taponar herméticamente su colmena e impedir que se forme dentro de ella cualquier tipo de infección. Debemos el nombre a los griegos (pro significa “delante de” y polis quiere decir “ciudad”), y es la base con la que se fabrican las pastillas que farmacias y herbolarios nos venden para la garganta.

Para lograr su continuidad vital, las plantas, por medio de las flores, deben desplegar una serie de atributos y estrategias encaminadas a llamar la atención y favorecer la visita de los polinizadores. Y lo hacen, como cada primavera, al volver con pujanza a la vida. Así, suelen poseer características morfológicas de naturaleza óptica (color, tamaño, forma, etc.) o propiedades químicas (secreción de sustancias aromáticas), que resulten llamativas y les sirvan de reclamo, además de elaborar productos atractivos por su valor alimenticio para el animal como es el néctar o el polen habitualmente viscoso. Los colores de las flores son mucho más ricos y complejos que lo que puede percibir el ojo humano, ya que incluyen el ultravioleta. Las abejas poseen receptores para este color y así pueden percibir complicados diseños ultravioletas que convergen hacia el centro de la flor guiándolas hacia el alimento. El rojo es percibido como negro por estos insectos. En cuanto al perfume, cuando una planta pasa del estado vegetativo al reproductivo, se produce una gran emanación de sustancias volátiles que se localizan especialmente en los pétalos. Probablemente las distancias a las que las abejas detectan los aromas naturales sólo estén en el orden de un par de metros.

Digital negra (Digitalis obscura)

 

Pero también intervienen otros factores, como los climáticos o el tipo de suelo en el que se desarrolla la flora apícola. Cuando la humedad atmosférica es muy alta, el néctar es de peor calidad, ya que disminuye la concentración de azúcares, si es muy baja se produce un desecamiento que impide la posibilidad de ser libado por la abeja. La temperatura óptima se sitúa en forma general entre los 12 y 25 °C, ya que las mayores provocan la evapotranspiración de la planta, que puede superar a la cantidad de agua absorbida por las raíces, provocando el cierre de los nectarios. Si la temperatura es muy baja, las plantas detienen sus funciones fisiológicas. El viento muy fuerte puede secar los nectarios rápidamente. Una alta luminosidad implica un mayor nivel de fotosíntesis, que trae aparejado un aumento en la producción de azúcares. En cuanto al suelo, es importante el contenido de agua, ya que influye en forma directa sobre la cantidad de néctar producido. Si el agua es escasa la planta la utilizará para su supervivencia.

Una abeja se afana en la inflorescencia de un cardo borriquero (Onopordum acanthium).

 

El conocimiento de la flora melífera que vive en un determinado territorio bajo unas similares condiciones bioclimáticas y biogeográficas, así como su distribución y época de floración, es fundamental para todo apicultor que quiera obtener un rendimiento máximo de sus colmenas, instalándolas en aquellos lugares que considere adecuados y en la época propicia.