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Demasiadas rarezas

Divulgación

 

Una especie se considera en peligro de extinción cuando todos sus representantes corren el riesgo de desaparecer. Entre las mayores amenazas para que esto suceda se encuentran la destrucción y fragmentanción de sus hábitats, el cambio climático, la caza, el tráfico ilegal y la introducción de especies exóticas. Suele ocurrir que las especies más raras de entre estas reciben la mayor atención. Es el caso del gorila de montaña, el oso polar, el lince ibérico, el leopardo de las nieves, el urogallo cantábrico, el quebrantahuesos o el oso panda, entre otros muchos. Pero las especies comunes también necesitan ayuda.

 

Tal vez pase desapercibido en nuestro ajetreado estilo de vida, pero deberíamos observar cómo paulatinamente viene disminuyendo el número de pájaros tan comunes como los gorriones, que están desapareciendo de los paisajes urbanos. Impulsado por la disminución desalentadora de insectos y aves que alguna vez fueron abundantes, este principio que reclama atención sobre las especies comunes está ganando terreno en los círculos de conservación. Ahora se extiende al mundo floral, allí donde las especies abundantes hace solo un par de décadas son cada vez más difíciles de encontrar. Si el enfoque de los esfuerzos de conservación de la naturaleza se mantiene solo en especies raras y amenazadas, ignorando especies moderadamente comunes, podríamos pasar por alto la mayoría de los cambios en la biodiversidad que ocurren en nuestros paisajes.

 

 

 

El hecho de que la mayoría de las especies vegetales de una región notablemente menos abundantes no sean especies raras, sino aquellas que una vez estuvieron ampliamente extendidas indica un cambio masivo en la composición de las especies, y esto sucede en un tiempo relativamente corto. Las causas apuntan a la destrucción de los hábitats como el principal culpable —incluyendo los pastizales agrícolas, que se están convirtiendo en sistemas de producción de alta intensidad y el crecimiento del dosel alimentado por la contaminación por nitrógeno—.

Si bien estas plantas comunes no corren el peligro de extinguirse, son ecológicamente fundamentales y proporcionan alimento y hábitat a cada gremio de animales. Habría que incluir en este grupo a esas plantas que con demasiada frecuencia denominamos “malas hierbas” o “maleza” y nos empeñamos en eliminar por antiestéticas (¡!) Los efectos de su disminución son probablemente enormes, y las consecuencias posteriores para las redes alimentarias no pueden subestimarse. Incluso podría ser que el masivo descenso del número de insectos esté relacionado con la menor ocupación y abundancia de especies de esas plantas que conocemos como más comunes.

 

 

Conviene, por tanto, prestar más atención a las plantas comunes en los planes de gestión de la biodiversidad y del paisaje. Como en el caso de los insectos, existe una necesidad desesperada de más datos. La disminución silenciosa de especies que no son raras ni pertenecen a taxones observados rutinariamente pasa desapercibida debido a la falta de datos. Una vez más hemos de reclamar el apoyo de la ciencia.

Por esta razón son especialmente importantes los espacios naturales. La idea de espacio natural no tiene el prestigio que una vez tuvo. Esa imagen de lugares sin la presencia de seres humanos puede ser romántico, pero también corre el riesgo de conducir al descuido de la naturaleza que nos rodea. Sin embargo, a pesar de todos sus problemas filosóficos, la naturaleza salvaje, lugares grandes y de magnífica belleza con huellas mínimas de Homo sapiens, sigue siendo enormemente significativa. Parece meridianamente claro que preservar las áreas silvestres reduce los riesgos de extinción de las especies en más de la mitad. Y, al contrario, la pérdida continua de estos lugares salvajes podría hacer que las tasas de pérdida de biodiversidad, que ya son demasiado altas, se dupliquen. Las áreas silvestres, por tanto, actúan como un amortiguador contra la extinción de especies. Conservar estas áreas es esencial.

 

 

Los primeros beneficiados serían plantas e invertebrados, que representan aproximadamente el 80% de toda la biomasa y el 60% de todas las especies, ya sean raras o pasen por más comunes. A nadie se escapa que una especie tiene más probabilidades de extinción fuera de un área silvestre protegida. El efecto amortiguador que tiene la naturaleza salvaje sobre el riesgo de extinción existe en todos los ámbitos biogeográficos, y cuanto mayor sea la extensión de estos espacios, mejor. Constituyen auténticos refugios para multitud de especies, y los hay en todo el planeta, cualquiera que sea su localización, pero muchos no cuentan con la suficiente protección, especialmente los ecosistemas primarios, imprescindibles para la conservación de la biodiversidad.