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¿Escudo protector o gas corrosivo?

Divulgación

Hemos podido leer durante este verano que el calor disparaba los niveles de ozono malo, un peligroso contaminante para nuestra salud. Es posible que alguien, ya sea en el bullicio de la playa o en la tranquilidad de la montaña, se haya preguntado: ¿Pero el ozono no es eso que nos protege de las radiaciones del Sol? O tal vez no nos preocupe demasiado porque ya se sabe aquello de “ojos que no ven…”. Por si pudiera interesarle a alguien, intentaré aclarar si efectivamente el ozono es bueno o malo, o si en realidad existe ozono de los dos tipos.

El ozono es un gas que se encuentra en casi toda la atmósfera terrestre, pero está especialmente concentrado en la estratosfera, formando una capa situada entre los 17 y los 25 km sobre el nivel del mar conocida como ozonosfera. Su misión es vital para la vida del Planeta, ya que actúa como un gigantesco filtro que retiene el 90% de las radiaciones ultravioleta del Sol, y ello porque es la única molécula atmosférica que captura o absorbe esa radiación. Por otro lado, contribuye a que la temperatura de la Tierra sea óptima, ya que en cierto modo impide que los rayos caloríficos que se reflejan de la Tierra se escapen al espacio. Es decir, genera efecto invernadero. Este sería el ozono bueno.

A medida que desaparece ozono de la estratosfera —ahora veremos cómo—, aumenta su presencia en la troposfera, la capa más próxima a la superficie del planeta. Aquí entran en acción otros gases contaminantes, sobre todo los óxidos de nitrógeno procedentes de industrias y vehículos, que reaccionan con la radicación solar. Esta reacción se intensifica en plena canícula, cuando el aire no es el mejor amigo de nuestros pulmones, y el resultado es un gas que corroe los materiales y los tejidos vivos. Este es el ozono malo, presente en concentraciones entre 3 y 4 veces superiores a las de épocas preindustriales.

El ozono es un pariente cercano del oxígeno que respiramos. Mientras la molécula del oxígeno normal tiene dos átomos (O2), la de ozono tiene tres (O3). Una molécula de ozono se forma al reaccionar un átomo de oxígeno con una molécula del mismo elemento. El proceso de formación y destrucción del ozono estratosférico o bueno, que se produce de forma natural, es constante y, en relación con la importancia que posee para la vida sobre el planeta, resulta sorprendentemente sencillo.

En primer lugar, la radiación ultravioleta del Sol rompe las moléculas de oxígeno, convirtiéndolas en átomos aislados de oxígeno. Éstos son muy inestables y tienen un enorme poder reactivo, por lo que tienden a combinarse inmediatamente con otras moléculas de su entorno. Como lo que más abunda a estas alturas es el oxígeno (O2), la reacción da como resultado moléculas estables de ozono (O3). Pero al mismo tiempo que se están creando moléculas de ozono, la luz ultravioleta destruye otras, rompiendo los enlaces entre los tres átomos y formando, por cada dos moléculas de ozono, tres de oxígeno. Gracias a este precioso y preciso mecanismo de autorregulación el escudo que nos protege de los rayos ultravioleta ha permanecido inalterado durante millones de años.

Pero aquí estamos nosotros, los humanos, con una frenética actividad que emite ciertos productos, los clorofluorocarbonos (CFC), usados en sprays, equipos de refrigeración, expansión de espumas y limpieza de material electrónico, y capaces de disminuir la concentración del ozono bueno, el famoso “agujero” que se produce sobre la vertical de los polos. Cuando los gases CFC, muy volátiles, alcanzan la estratosfera, los rayos ultravioleta del Sol rompen sus moléculas y liberan los átomos de cloro. A la temperatura ultrabaja de los cielos polares, el cloro captura oxígeno de las moléculas de ozono disgregándolas (se calcula que cada molécula de cloro puede destruir 100.000 moléculas de ozono) y formando moléculas de monóxido de cloro (ClO). Un átomo de oxígeno libre rompe la molécula de ClO para formar una molécula de oxígeno y un átomo de cloro. Este átomo queda libre para atacar a otra molécula de ozono, comenzando así la reacción en cadena que provoca la destrucción masiva de las moléculas de ozono.

De modo que, entre la masiva creación de ozono malo por unos contaminantes y la destrucción de ozono bueno por otros, estamos apañados. Algo de tiempo deberíamos dedicar a reflexionar sobre esto durante esta semana en que celebramos el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono.