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Estilo desquiciado de vida

Divulgación

No voy a derrochar tiempo y energía en negar a los negacionistas del calentamiento climático, sin pasar por alto que cabe la posibilidad de que esté equivocado al creer en su existencia, en cuyo caso me uniría a los cientos, miles de científicos que ya lo han demostrado de diferentes formas. También estoy convencido de que tenemos a nuestro alcance otra alternativa a nuestro estilo de vida consumista y múltiples opciones energéticas más sostenibles y menos dañinas para la castigada atmósfera, pero con escaso futuro por estos lares porque quien dirige la nave entiende que no hay lugar para las renovables. El problema es que aún no somos conscientes de la necesidad de dar un golpe drástico de timón a nuestra insensata forma de vida, la de los países ricos. El desperdicio, el exceso y el malgasto nos identifican.

El catálogo de reuniones para tratar la cosa del clima está plagado de desencuentros y fracasos —y ya van 20—, de modo que no cabe tener demasiadas esperanzas en París, por mucho que digan que es tan crucial. Debe ser por mi escasa confianza en quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones adecuadas, pero el caso es que los ciudadanos debemos reconocer nuestra negligencia en el asunto y entrar a saco de una vez en la solución. Si no queremos pensar en las primeras víctimas del problema, seamos egoístas, pero no olvidemos que todos estamos en el mismo carro. Hace tiempo que debimos pasar del “puede ser” al “es”, pero nunca encontramos el momento.

El repertorio de propuestas que se nos ofrecen es amplio. No es necesario que nos centremos exclusivamente en los medios de transporte, aunque nunca se insistirá lo suficiente en el uso del transporte público. Sin embargo, para que esto sea viable hace falta ganar en eficacia, esto es, que el transporte público funcione como necesitan los usuarios. No puede ser que tengamos que esperar veinte minutos a que llegue nuestro número. ¿Alguien ha pensado en la posibilidad de poner más autobuses más pequeños para ganar en frecuencia? Y tanto en lo público como en lo privado habría que plantearse la erradicación de los combustibles fósiles tradicionales, declarar la guerra al diésel —que se fomentó por su menor emisión de CO2, pero no se tuvo en cuenta la de óxidos de nitrógeno— y abrir la puerta a los vehículos híbridos y eléctricos. Aunque me temo que el lobby del petróleo aún tiene mucha fuerza.

Este cambio también debería ser aplicable en el uso de fuentes de energía empleados en otros ámbitos como la industria o las calefacciones. Alguien podrá argumentar que el uso de renovables es caro, y tendría toda la razón, pero tal vez aún lo sea porque se dedica poco esfuerzo en investigación y experimentación. En todo caso, es caro a corto plazo, pero lo es aún más a largo plazo, y lo que estamos haciendo al no hacer nada es pasar la factura a los que vienen detrás de nosotros. Los pequeños gestos son necesarios y visibles, tan visibles como la famosa boina de las grandes ciudades, aunque las pequeñas ciudades también la tenemos, de una talla menor, pero ahí está.

La adopción de medidas en algo tan cotidiano como la cocina, por ejemplo, también es válida, y no perderemos el tiempo si dedicamos un pequeño esfuerzo en intentarlo. Aspectos como la elección de los ingredientes, la forma de preparación o los utensilios que utilizamos en su preparación pueden reducir nuestro impacto sobre el entorno. El objetivo no es tanto ser innovadores en la cocina como ser conscientes de que cualquier receta tradicional se puede elaborar de una forma diferente y más sostenible. Los ingredientes deben ser frescos y de temporada —se evita el uso de cámaras frigoríficas e invernaderos—, lo más cercanos posibles a nuestra casa —el transporte eleva las emisiones de CO2—, con el mínimo envasado posible —una parte de los 500 kg de residuos que generamos cada uno al año está formada por envases— e incluir más verduras que carne —no olvidemos que para obtener un kilo de ternera se necesitan 16 kg de pienso, más de ocho litros de petróleo y más de 15.000 litros de agua—. La preparación de los ingredientes debe suponer una reducción del consumo de energía y un uso eficiente de la necesaria. Por ejemplo, si hay que descongelar algún producto, conviene hacerlo dentro del frigorífico para aprovechar el frío; el cocinado debe hacerse en recipiente tapado, si es posible en olla a presión, y a fuego bajo; los electrodomésticos deben tener la categoría más eficiente (A+++); es posible reducir la cantidad de agua en la cocción y utilizar el lavavajillas lleno y en un programa económico…

Y mientras se hace la comida, dediquemos un minuto otra vez a la cerrazón de los gobernantes para decirles que aparquen a un lado sus asuntos personales o partidistas, que tomen las riendas que les hemos dejado, que escuchen los argumentos de los científicos, que eduquen a los ciudadanos, que no se limiten a reunirse de vez en cuando para hacer ver lo mucho que se preocupan por el asunto y luego llenar portadas con lo mal que están las cosas, porque lo único que hacen es meter el miedo en el cuerpo de la población —no es lo mismo alarmar que dar la alerta—. Si ellos son incapaces, más nos vale que dejemos de ser la rana que se calienta poco a poco en el puchero hasta que se cuece, que salgamos de ese puchero de inacción y cambiemos nuestro desquiciado estilo de vida, que tengamos en cuenta todo lo que nosotros podemos hacer y que lo hagamos, porque los bosques y la agricultura, la biodiversidad y los millones de personas que viven en costas o islas o las que tratan de superar una situación de extrema pobreza nos lo demandan cada día.

Termino recomendando un libro de Manuel Toharia, El clima. El calentamiento global y el futuro del planeta (Debolsillo, 2008), en el que huye del mito y transmite numerosos mensajes realistas como este:

“Pura hipocresía global, sin duda. Mientras hoy, con o sin cambio climático, existen miles de congéneres nuestros que se mueren de sed y de hambre en el Tercer Mundo, a nosotros nos preocupa que dentro de un siglo, o quizá antes, tengamos una disminución del turismo, que es algo importante para nuestra economía poderosa de país rico.”