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La globalización en negativo
Leon Megginson (1921-2010) era profesor en la Universidad Estatal de Luisiana. Lo suyo era la gestión y administración de empresas, y algún influjo de la evolución de especies debía tener cuando afirmó que “no sobrevive la especie más fuerte, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta a los cambios”, frase que se ha venido atribuyendo a Charles Darwin. Si reflexionamos un momento al respecto, probablemente lleguemos a la conclusión de que hay más ejemplos a nuestro alrededor de lo que pensamos, casos tan cotidianos como los mismísimos gorriones, capaces de merodear entre nosotros y nuestros coches en busca de comida o un lugar donde anidar. Son tan comunes, que pasan desapercibidos a nuestros apresurados ojos, pero no pierden ocasión de llevarse al coleto esos insectos que se quedan pegados en las matrículas o incluso de establecerse en un canalón de desagüe o el tubo de escape de un coche abandonado.
Tortuga de Florida (Fuente: creative commons)
Está por ver si esta capacidad de adaptación prueba las habilidades cognitivas de los animales, pero no puede negarse que las especies invasoras con más éxito son inteligentes e inventivas. Deben serlo si quieren adaptarse rápidamente a requerimientos ecológicos desconocidos, como encontrar nuevo alimento o sortear encuentros con depredadores con los que no están familiarizados. En otras palabras, deben ganar en flexibilidad, estar dispuestos a probar cosas nuevas, aun teniendo en cuenta que tales rasgos comportan peligros. Ya se sabe, la curiosidad es la madre del conocimiento, pero también mata. Un motivo más para tener varias camadas o puestas en la misma temporada. Y el caso es que todas las especies invasoras han sido o son consideradas como campeonas de la supervivencia y la evolución, cuando en realidad llegan a convertirse en auténticas plagas en las zonas ocupadas (1). Todas menos una, Homo sapiens. Hasta ahora…
Ailanto (Ailanthus altissima (Mill.) Swingle)
Las plantas también están dotadas de una alta capacidad de adaptación, hasta el punto de ocupar el lugar más destacado entre las especies invasoras. Según Edward O. Wilson (2), “hay pruebas de que algunas especies foráneas de plantas «se aclimatan» a ambientes isleños, es decir, se adaptan genéticamente a ellos por selección natural. Pero eso solo ocurre cuando hay baja diversidad de especies de plantas y existe una relativa abundancia de nichos vacíos susceptibles de ser ocupados”. Pero Wilson no pierde la ocasión para advertir de la amenaza que suponen las especies invasoras, algo así como jugar a la ruleta rusa, en función de quiénes sean los invasores y de los nichos que son capaces de ocupar. Y añade que “una de cada diez especies importadas se inserta en la naturaleza y, a su vez, una de cada diez de esas colonizadoras se multiplica y se expande lo suficiente como para convertirse en una plaga”.
No deberíamos pasar por alto lo que se entiende por nicho ecológico, un concepto que ha tenido varias definiciones, pero que en la actualidad se viene a concretar en el conjunto de múltiples variables que definen el hiperespacio ocupado por cada especie (3). Eso de hiperespacio se puede comprender mejor así: dos variables —ancho y largo— definen un plano, tres variables —ancho, largo y alto— un espacio, más de tres un hiperespacio. ¿De qué variables estamos hablando? Alimento, depredadores, estrategias, clima…, de modo que ha de producirse una interacción entre dichas variables. En la medida en que estas cambian, lo hace la especie para adaptarse, y aquí es donde vuelve a intervenir la frase de Megginson. Las especies de más éxito se especializan en obtener alimento en determinados momentos del día, en determinados puntos del entorno y utilizando determinadas técnicas, y el equilibrio del ecosistema se mantiene.
La introducción de especies foráneas es una forma de contaminación biológica, de ahí que nunca sea suficiente cualquier recordatorio sobre la necesidad de no incorporar especies alóctonas a entornos que no les son propios, pues son capaces de afectar negativamente a los ecosistemas y los organismos autóctonos hasta convertirse en dominantes, provocar enfermedades o causar desastres ambientales. Y ejemplos hay para aburrir.
(1) Ackerman, J. (2017). El ingenio de los pájaros. Ariel. Barcelona.
(2) Wilson, Edward O. (2017). Medio planeta. Errata Naturae. Madrid.
(3) Tellería, José L. (2012). Introducción a la conservación de las especies. Tundra. Valencia.