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Más verde
No nos ha pasado desapercibido el último prometedor fracaso del mundo para hacer frente al calentamiento global. Ni las advertencias que más de 15.000 científicos lanzan al aire para salvar el planeta: que veinticinco años después del primer aviso casi todos los problemas son ahora mucho peores. Si esto fuera una corrida de toros, hace tiempo que habrían salido los morlacos para llevarse a los dirigentes de la especie humana a los corrales, por inútiles. Habrá que añadir esta nueva decepción a la lista de desencuentros, que ya va siendo abultada.
Tampoco asombra demasiado que algunos países europeos —serios— hayan propuesto el cierre de las centrales más sucias, las térmicas, esas que emplean carbón como combustible, con el fin de reducir la emisión de gases de efecto invernadero, mientras otros, esos que deberían llevarse los morlacos a los corrales, entre los que —¡oh, sorpresa!— se incluye España, se nieguen a sumarse a tal iniciativa. Pongamos nota a este desaguisado: suspenso. Y si alguien espera un propósito de enmienda, que espere sentado: no solo quemamos más carbón, sino que nos alejamos de las energías reno... no sé qué. España ha bajado del puesto 22 que tenía hace tres años al 38 de los 56 analizados en el ranking mundial de acción climática, que se ha presentado en la Cumbre de Bonn. Ya tiene mérito, siendo uno de los países más afectados por el problema. Para su consuelo —ya se sabe, mal de muchos…— los tres primeros puestos de la escala están vacantes porque ningún país es capaz de presentar soluciones. A ver si el héroe americano…
No por evidente resulta menos necesario recordar la existencia de remedios naturales para combatir el calentamiento climático, como la plantación de árboles, la protección de las turberas y una mejor gestión de la tierra, medidas que podrían representar el 37% de todos los recortes necesarios para 2030, según un estudio del que se hace eco The guardian. E insistamos una vez más en que los árboles absorben dióxido de carbono a medida que crecen y lo liberan cuando se queman o se pudren. Eso hace que los bosques de todo el mundo sean grandes reservas naturales de gases de efecto invernadero.
Se trata de adoptar decisiones fáciles para aprovechar el poder de la naturaleza en la reducción de las emisiones de carbono. Y esto ya se sabe desde hace mucho tiempo, y se recogió en las conclusiones de la cumbre de París en 2015, donde también se hacía referencia a la protección de las turberas que almacenan carbono y una mejor gestión de los suelos y pastizales. Combinado con estas medidas, el reverdecimiento del planeta sería equivalente a detener toda la quema de petróleo en todo el mundo. ¡Vaya, olvidaba que París fue otro de los fracasos de la humanidad! En agosto del año 2000 Angaangag Lybetta, líder de la nación esquimal de Groenlandia se lamentaba: “En el norte sentimos todo lo que hacéis allí abajo. En el norte el hielo se derrite. ¿Qué se necesita para derretir el hielo que envuelve al corazón humano?”
No, los que nos gobiernan no tienen la menor intención de admitir que una mejor administración de la tierra, la repoblación forestal, el fomento de las energías limpias o la prevención de incendios podrían tener un papel más importante de lo que se creen en la lucha contra el cambio climático. En general, una mejor gestión de la naturaleza podría evitar 11.300 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono al año para 2030, según el citado estudio, equivalente a las actuales emisiones de CO2 de China por el uso de combustibles fósiles. El potencial de la naturaleza, con la reforestación al frente, es más alto de lo que imaginamos, pero no parece superar al de la presión que ejercen las grandes multinacionales del petróleo. Y si, además, ponemos a gente con intereses económicos en ellas al frente de nuestro destino, apaga y vámonos.
La turbera es un verdadero lago mullido que retiene el agua y constituye un gran sumidero de CO2.
Los sucesivos acuerdos, ya fracasados, han quedado en agua de borrajas, situación agravada, si cabe, en junio por la decisión del presidente Donald Trump de retirarse —o sea, que no podemos contar con el héroe americano—. La limitación busca reducir el aumento de la temperatura global muy por debajo de 2°C sobre la de tiempos preindustriales. ¡Qué ganas de perder el tiempo! A pesar de que sus promesas son vigorosas, las intenciones de los gobiernos de reducir las emisiones son demasiado débiles para lograr ese objetivo, destinado a evitar más sequías, tormentas más poderosas, aguaceros y olas de calor. Por este camino, la producción de cultivos como el maíz, el trigo, el arroz y la soja está en peligro, a la vez que una creciente población mundial aumentará la demanda. Evitar una tonelada de dióxido de carbono puede rondar los diez dólares, y aunque fuera diez veces más, sequiría siendo rentable. El problema es que no nos tomamos en serio el cambio climático y, por eso, no contemplamos en serio la inversión en la naturaleza. Seguro que en la próxima campaña electoral…