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No lo ignoremos

Divulgación

Es difícil dar la espalda a la evidencia: la relación entre la crisis climática y los fenómenos extremos (sequía, olas de calor, inundaciones…) existe. Lo que hasta hace poco eran predicciones de futuro ya es presente. Acabamos de pasar el mes de junio más cálido jamás registrado, con temperaturas dos grados más altas de lo normal en Europa. Francia sufrió la temperatura más alta recogida en el país desde que comenzaron los registros: 45,9 °C. El máximo anterior se estableció durante la ola de calor de 2003, que fue el episodio más significativo en la historia meteorológica de Francia hasta ahora. El infernal fantasma de aquel año ha vuelto a aparecer.

 

Ola de calor en Europa (Fuente: Open Streets Maps)

 

El año 2003 registró en el país vecino una inusitada mortalidad provocada por el calor. Se habló entonces de 3.000 muertos, luego de 5.000 y más tarde de 10.400. Finalmente parece que se alcanzó la cifra de 14.800 víctimas mortales, más allá de las crisis políticas y sanitarias. Los hospitales se vieron desbordados y el presidente de la República declinó toda responsabilidad, pero no suspendió sus vacaciones. No vale decir que es verano y que esto es normal. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) nos recuerda que una ola de calor es una serie de “episodios de temperaturas anormalmente altas, que se mantienen varios días y afectan a una parte importante de nuestra geografía”. Y conviene que nos vayamos acostumbrando al aire sahariano.

 

El grito, Edvard Munch (Galería Nacional de Oslo)

 

Los pronósticos cada vez son más precisos e incluso, a veces, se quedan cortos. La realidad supera toda previsión. Pero el verano aún tiene un largo camino por recorrer, y el hecho de que las temperaturas hayan aumentado tanto al principio de la temporada no es tranquilizador. Con un clima preindustrial, la probabilidad de un episodio como la ola de calor de 2003 —y ahora la de 2019— fue menor al 1 % según los modelos climáticos. Hoy en día, el mismo riesgo es del 25 %. Si alcanzamos un aumento en las temperaturas globales de 1,5 °C, la probabilidad aumentará al 40%; con 2 °C más será superior al 60 %.

Al mismo tiempo, la probabilidad de eventos más fríos de lo normal tanto en verano como en invierno está disminuyendo. Cuando se produce una ola de calor, los procesos físicos desencadenan otras consecuencias: menos humedad del suelo, flujos de energía cada vez más altos y masas de aire cada vez más calientes, incluso en altura. Así, observamos temperaturas de hasta 7 °C en la cima del Mont Blanc, a 4.800 m, cuando, según las normas estacionales, deberían estar a -7 °C. Son catorce grados de diferencia. Quizá deberíamos creernos lo que nos cuentan sobre la disminución de los glaciares en todo el mundo.

 

Glaciar Khumbu en Nepal. EFE/Alex Treadway/ICIMOD)

 

La ola de calor de 2003 podría haber sido un detonante europeo para la acción global contra la crisis climática. Durante las altas temperaturas de hace 16 años, se implementaron respuestas de salud más efectivas para limitar el número de muertes, lo cual fue un fenómeno que se repitió. Pero eso fue todo. No podemos volver a cometer ese error. La ola de calor de 2019 debería ser una advertencia para nosotros: como los científicos han estado advirtiendo durante décadas, es hora de una respuesta en toda Europa para combatir la crisis climática. Si los políticos se dejaran de populismos y tuvieran la costumbre de escuchar la voz de los científicos, recordarían que Mario Molina, que hace más de treinta años advirtió de las consecuencias del agujero en la capa de ozono, hizo lo propio sobre la crisis climática, precisamente en plena ola de calor. Mario Molina aún cree que estamos a tiempo de evitar desastres, pero hay que hacer algo que parezca sensato, no adoptar medidas extremas y desesperadas: trabajar con los jóvenes, restringir el tráfico en las ciudades, hacer que estas sean más verdes, impulsar el uso de energías renovables, incrementar las superficies forestales, moderar el consumo... Teniendo en cuenta que están acogiendo a la mayor parte de la población mundial, las ciudades han de tomar la palabra.

Alguien debe idear un mejor plan para convivir con estas olas de calor. Incluso si limitamos el calentamiento actual a +2 °C, nuestro continente experimentará olas de calor tan intensas e incluso más intensas que las que hemos vivido con mucha más frecuencia. Nuestras sociedades no podrán superar estos episodios violentos sin daños significativos. No se trata de ser alarmistas, sino de tener memoria histórica y no ignorar que nos toca adaptarnos a lo que se avecina.