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Timpu llatu
Parece que nos empeñamos en vivir a golpe de fechas y en diciembre pasado tocó preocuparse por el clima. Otra vez. No volveré a insistir en mi escepticismo al respecto de tal o cual efeméride, sí en la necesidad de adoptar medidas urgentes de quienes somos parte del problema y de la solución, es decir de todos. Pero mientras los gobernantes del mundo se reúnen para hablar de sus cosas, de sus alianzas o de sus intereses personales, el tiempo pasa inexorable. La pasada Cumbre de París —en la última noche, como siempre—un nuevo intento venía a añadirse a la larga cadena de fracasos históricos. No puedo ser optimista, a pesar de que ellos proclamaron un éxito sin precedentes, ni tampoco alarmista, aun sabiendo que los científicos no han tardado nada en denunciar que el acuerdo es insuficiente y se ha quedado en una farsa. Pero los asuntos del clima no esperan, y nos acercamos, además, a lo que los científicos entienden que será uno de los fenómenos más fuertes de El Niño desde 1950, algo que en nuestras latitudes suele pasar desapercibido, salvo que nos cuenten que cada vez que se produce este fenómeno coincide con un año más caluroso de lo normal. Y esto es lo que ha pasado en 2015. La pregunta es qué va a pasar en 2016. Pues parece que la situación va a cambiar poco. En la cuenca mediterránea hará más calor —o mucho más— de lo normal, mientras que más al norte será más lluvioso —o mucho más— de lo normal. Por eso interesa conocer mejor cómo funciona el fenómeno de El Niño. Aquí dejo uno de los numerosos documentales qie circulan en la red tratando de explicarlo:
Los cambios en el mar, por pequeños que sean, pueden afectar al clima en periodos tan cortos de tiempo como una década. Las últimas investigaciones demuestran que los periodos de extrema sequía o de precipitaciones prolongadas que suelen afectar al este y sudeste de la Península Ibérica se producen siempre entre tres y veinte meses después del inicio de los fenómenos cíclicos de calentamiento o enfriamiento climático característicos del área meridional del Océano Pacífico, conocidos, respectivamente, como El Niño y La Niña, aunque para ello es necesario que tengan una gran intensidad, lo cual sucede cada 10-15 años. Ambos fenómenos se alternan con una periodicidad de entre tres y siete años, provocando un notable aumento o descenso, respectivamente, de las temperaturas de la zona. El Niño es el nombre que reciben las corrientes marinas que periódicamente calientan el Pacífico occidental —fenómeno asociado a la oscilación de las presiones atmosféricas entre Tahití y Darwin (Australia)— afectando al tiempo atmosférico de zonas tan dispares como Indonesia, Filipinas, Nueva Guinea, Norteamérica e incluso el África sub-sahariana.
En condiciones normales, la corriente cálida del Pacífico se desplaza de Este a Oeste, provocando lluvias tropicales en el sudeste asiático, el clásico monzón mientras que hay aguas frías en la costa suramericana. Lo que hace El Niño es cambiar el sentido de la corriente cálida desde Australia e Indonesia hacia las costas americanas, bajando la presión atmosférica en el Este y subiendo en el Oeste. El viento cambia también de sentido y el régimen normal de lluvias queda totalmente alterado.
Fuente: http://lopezdoriga.com/
La Niña, por su parte, consiste en un enfriamiento anormal de las aguas ecuatoriales del Pacífico y provoca consecuencias contrarias a las de El Niño: donde llueve, diluvia; donde hay escasas precipitaciones, sequía. Un fenómeno como el huracán Mitch, que arrasó Centroamérica a principios de noviembre de 1998, puede ser corriente en el futuro.
Resulta curioso constatar que unos países, sobre todo los situados al norte del Ecuador, se ven afectados en forma de sequía e incendios interminables, mientras que otros, los del sur, lo son en forma de tormentas e inundaciones. Esta situación habitualmente se produce de octubre a primavera o de enero a mayo. El cambio climático, conocido ya en la época de los incas —que lo llamaban “timpu llatu”, que significa tiempo caliente, o “guaico”— se aprecia de modo especialmente dramático en las costas de Chile, Perú y Ecuador, países que acuñaron la denominación del fenómeno a raíz de su frecuente aparición a finales de diciembre, coincidiendo con la Navidad. La actividad pesquera de estos países se ve notablemente afectada ya que los bancos de peces desaparecen buscando aguas más frías. Ello es debido a los cambios provocados por El Niño, con aumento de la temperatura del agua y aumento de oxígeno. A esta situación se añaden paisajes devastados, epidemias incontroladas, flora y fauna amenazadas y migraciones masivas. Al otro lado del Pacífico ecuatorial también se perciben sus efectos, con inundaciones, sequías, incendios forestales, desabastecimiento de aguas y efectos adversos sobre la producción agrícola y pesquera y sobre la salud. En su desplazamiento hacia el Atlántico, el Niño compite con otra oscilación dominante entre Irlanda y las Azores, influyendo directa o indirectamente en el clima europeo, aunque no se ha demostrado que influya en la deforestación. Probablemente se le está dando demasiada importancia a este fenómeno porque el Atlántico no es suficientemente grande para que haya los contrastes de temperatura necesarios para que se produzca El Niño, que es exclusivo del Pacífico. Los científicos, por su parte, advierten que este fenómeno podrá ser más frecuente y de efectos probablemente más intensos en el futuro. El problema es que se puede predecir muy bien la evolución de El Niño una vez que ha comenzado, cuando se manifiestan los primeros signos, pero no se pueden anunciar antes de que empiece.
Mientras tanto seguimos cometiendo la osadía —y la torpeza— de hablar de buen tiempo cuando hace sol y mal tiempo cuando llueve, sin tener en cuenta las diferentes sensibilidades que se pueden sentir afectadas. Tan pronto estamos ante una sequía como ante fuertes inundaciones, y poco nos preocupa su origen.