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Blog

Un poco de seriedad, por favor

Divulgación

Durante los años que lleva abierta esta que quiere ser una ventana al conocimiento he publicado artículos que han tratado de mostrar una visión lo más aséptica posible de ese “terrible enemigo irreconciliable con la humanidad” que parece ser la oruga de la procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa). En El abrazo de la muerte tratamos de conocer a uno de sus voraces depredadores, una araña llamada Iberesia machadoi. Y en Una relación incómoda recordábamos el origen de la desagradable sensación que provoca el contacto con los pelos urticantes de la oruga.

También he tratado de compartir a través de facebook artículos escritos por científicos o biólogos, como el de Diego Gallego, doctor en biología y experto en plagas, y que titulaba La procesionaria no mata árboles, donde, reconociendo que pueda tratarse de un problema de salud pública, destaca los beneficios que aporta al monte. Pero estos esfuerzos que algunos están realizando para dar a conocer los entresijos de la biodiversidad, se vienen abajo como un castillo de naipes con la publicación de noticias como la que tuvimos ocasión de “admirar” el pasado 31 de marzo en Radiotelevisión de Castilla-La Mancha. Ocurre en estos casos como cuando transmites un mensaje a tus alumnos para corregir una determinada conducta, pero basta que salgan a la calle, lleguen a casa o vean la televisión para que reciban justamente el mensaje contrario. La sensación que nos queda es la de estar pegándonos cabezazos contra la pared.

Analicemos la noticia en cuestión a ver si somos capaces de ver lo que no debería ser. Lo primero que llama la atención es el título: Plaga de procesionaria está causando estragos en los pinares. Sinceramente, entre el título propuesto por el científico y este, me quedo con el primero porque me parece que el de nuestra tele es alarmista y sensacionalista. Este titular, nacido sin duda de la agudeza periodística, está destinado a provocar una alarma social desmesurada sobre una afección de nuestros bosques que tiene carácter cíclico pero con unas consecuencias que distan mucho de ser catastróficas. Y el siguiente paso es sembrar entre la población un rechazo a un animal tan incómodo como poco conocido, sabiendo que el desconocimiento es gran aliado del morbo y de titulares llamativos e impactantes. Si se empeñan, pueden hacer lo mismo con las terribles víboras asesinas o los crueles murciélagos chupasangre, que, por cierto, también volaron por esta ventana y conocimos como depredadores de procesionaria. Tal parece que lo único que importa es llamar la atención sobre algo, independientemente de su veracidad o exactitud. Ya puestos, bien podrían haber utilizado el siguiente titular y habrían quedado igualmente satisfechos de su efecto impactante: Una mortal plaga de procesionaria desata el pánico entre la población.

Vayamos al contenido. “Las orugas anidan en los pinos, en estas bolsas y se comen sus hojas. Y sin hojas los pinos no pueden respirar.” Ya solo habría faltado añadir que los pinos se ahogan y se mueren, y si se mueren se acaba el oxígeno de la atmósfera, y de ahí a que la Tierra se convierta en un planeta inhóspito como Marte solo va un paso. ¡Sensacional! ¡Última hora! ¡La procesionaria está a punto de acabar con la vida sobre la Tierra! Es lo que David Álvarez (Los vencejos sueñan despiertos, Tundra, 2015) llama “la moda del acojonamiento estival, que consiste básicamente en encontrar un enemigo público y dedicarse a indagar por todos los pueblos, ciudades y playas del país en busca de sus fechorías”. En este caso, el primaveral enemigo recurrente es la procesionaria.

La siguiente frase es la única que guarda una pizca de sensatez, porque es cierto que lo que hace la oruga es debilitar al árbol, lo que se aprecia en el cambio de color de las acículas, y eso es lo que provoca el ataque de otros insectos u hongos que son los que posiblemente dañen seriamente al árbol. Pero a continuación se toca una de las fibras sensibles de la Región, la ganadería. “Y eso afecta a la economía, porque estos montes son zonas de pastoreo”, añade la noticia. Claro, una actividad que se ha mantenido durante siglos, que ha sido el pilar de la economía de un país y una región desde la noche de los tiempos, se ve ahora dañada por la procesionaria, porque antes no había esas cosas.

Y ahora queda buscar una solución para esta plaga digna de Los diez mandamientos: “Acabar con la procesionaria es difícil, porque la Unión Europea ha prohibido las fumigaciones aéreas”, se dice en el sagaz artículo guiado por una de las autorizadas personas que aparecen en la entrevista, que se lamenta y pide alternativas, pero la televisión no se toma la molestia de profundizar en las vías de control de esta enfermedad del bosque mediterráneo. Se podría haber hablado de medios físicos (eliminación de los bolsones), químicos (fumigación desde tierra con productos biodegradables) y biológicos (uso de trampas con feromonas). Y no olvidemos el eficaz papel desempeñado por los depredadores naturales (carboneros, herrerillos, lirones, murciélagos…). Habría estado bien dejarse asesorar por científicos o técnicos cualificados en la materia que hubieran ilustrado mejor esta información, pero no ha sido el caso. Claro, que se habría perdido totalmente el componente de sensacionalismo apocalíptico que interesaba dar.

Flaco favor el que se hace a la difusión de la Naturaleza cuando se emplean todos los ingredientes para odiar a uno de sus elementos -crear un titular impactante, exagerar en los efectos provocados, atemorizar a los destinatarios, utilizar determinadas expresiones (plaga, estragos), empatizar con las sufridas víctimas-. Por ello me permito sugerir a estos periodistas -a los que cabría exigir un cierto compromiso con la sociedad-, y por extensión a todos los que hagan incursiones en la comunicación ambiental, que hagan un curso acelerado de ética periodística. La comunicación ambiental es más compleja de lo que nos parece y exige un gran esfuerzo para lograr procesos de comunicación eficaces y serios. Si lo que se quiere es formar y despertar la conciencia ambiental de las personas, generar conocimientos que den lugar a la comprensión del medio ambiente, desarrollar actitudes basadas en valores sociales que persigan la protección y mejora del entorno y estimular la participación social mediante el incremento del sentido de la responsabilidad, los medios de comunicación y sus trabajadores deberían adquirir una serie de buenas prácticas en comunicación ambiental, como comprobar la veracidad de la noticia, dar más importancia a la investigación sobre la noticia que se va a dar, contar con la participación de fuentes fiables o evitar influencias externas sobre el medio de comunicación. He aquí un ejemplo de buena práctica que nos ofreció el programa Aquí la Tierra el pasado 7 de abril.

Pero si no son estos los objetivos del informador, si el periodista y su medio consideran que no tienen compromiso alguno con la sociedad a la que sirven, ya no queda más por decir, la noticia que acabamos de analizar y la cadena que la emitió satisfacen el morbo y cumplen con su cuota de sensacionalismo, pero ni informan, ni sensibilizan ni forman a la población.