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Una curiosa relación

Divulgación

La veremos crecer entre marzo y junio sobre suelos secos y pedregosos, calizos, desafiando los rigores del sol, sin levantar más de 50 centímetros del suelo, pero dando una delicada nota de color y belleza al entorno agreste. Su nombre es meleagria, conocida por los científicos como Fritillaria hispanica o F. lusitanica. Si nos fijamos en este nombre científico, veremos que se trata de una hierba nativa de la Península Ibérica. Además, algunas especies presentan un dibujo geométrico que recuerda a un tablero de ajedrez, un fritillus, que dirían los latinos, y de ahí lo de Fritillaria.

En el extremo de su frágil tallo se desarrolla una atractiva flor acampanada, normalmente solitaria, aunque pueden aparecer por parejas, parecidas a un tulipán, con sus tépalos pardos recorridos por una banda central de color crema. Curiosamente, esta flor se deja caer mirando al suelo, como si quisiera mirarse a sí misma como los narcisos. ¿Qué tiene de particular esta flor? Veamos en su interior, a ver qué descubrimos.

A poco que abramos uno de sus tépalos veremos los estambres, en número de 6, libres, y con las anteras, que es donde guardan el preciado tesoro polínico, estrechas y de color amarillo. Hasta aquí tiene que llegar el agente polinizador, el encargado de llevar esta promesa de vida a otra flor para que haya continuidad. Y para llamar su atención, la flor utiliza una dulce estrategia, el néctar, un jugo azucarado que almacena en unas glándulas secretoras, los nectarios, colocados en la cara interna de los tépalos.

Pero, silencio, por allí se acerca uno de los inquietos habitantes del bosque, el herrerillo común (Cyanistes caeruleus), hurgando en la corteza de los pinos en busca de su comida favorita, insectos, larvas y arañas. También lo vemos picotear brotes florales, semillas o frutos carnosos, como higos, manzanas maduras y moras, según la época. Se mueve incesantemente, de una rama a otra, adoptando a veces posturas acrobáticas. Con su agudo pico levanta el liquen de los troncos para descubrir pequeños invertebrados ocultos, y la búsqueda de este apetitoso alimento le lleva hasta nuestra meleagria, donde tal vez encuentre algún pulgón. Y lo que halla es ese dulce y sabroso néctar que la flor reserva en su interior. El herrerillo, en su afán por atrapar el jugo, impregna sus plumas con el polen que hay en los enhiestos estambres, y al pasar a otra flor se produce la polinización. De este modo, la Fritillaria se convierte probablemente en la única flor de nuestro entorno que es polinizada por un ave.

Evidentemente, el herrerillo no dispone de un eficaz aparato succionador especializado, como podría ser la espiritrompa de las mariposas, pues eso tal vez le dificultaría su dieta insectívora o frugívora. Por ello, sin desdeñar el néctar de esta flor, se acerca a ella en busca de insectos, semillas y arañas, pero con frecuencia la rompe y cae al suelo, de ahí que en algunos lugares conozcan al herrerillo como cortaflor. Por otro lado, a la planta no le interesa proporcionar cantidades abundantes e ilimitadas de néctar. Le conviene más que el ave, en lugar de hacer una visita y saciarse, vuelva con más o menos frecuencia, día tras día. Así quedará espolvoreada con sucesivas cargas de polen a medida que vayan madurando y las distribuirá a otras flores de la misma especie que se encuentren en su territorio, donde se unirá con los óvulos para formar las semillas.

Una razón más para creer en la inteligencia de las plantas.