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Lo echo de menos
Creo que era la segunda vez que visitaba ese centro de interpretación de nuestro Parque Natural de la Serranía de Cuenca. Había escuchado opiniones sobre lo bien que estaba, pero, por más que buscaba sus magníficas cualidades, echaba en falta algunas cosas sin las que, a mi entender, un centro de este tipo que se precie queda incompleto, mutilado. En esa segunda visita la persona que hacía las funciones de guía me ofreció la posibilidad de aportar sugerencias, detalle que le agradecí, aunque inicialmente no llamó mi atención de forma especial. Volví a centrarme en las instalaciones y una tras otra se fueron agolpando esas posibles propuestas de mejora. No sé más que nadie al respecto; puedo acaso hacer mi valoración personal como visitante del centro, como alguien que ha recorrido el Parque casi de arriba abajo; puedo también ponerme en el lugar de alguien que no lo conozca y desee hacerlo.
De modo que me puse a ello y salieron estas humildes aportaciones:
- Instalación de paneles sobre la fauna del Parque
- Mayor nivel didáctico e interactividad:
Rastros y huellas de los animales (cuernas, excrementos, talleres…)
Identificación de plantas/animales
Identificación de sonidos
- Apertura diaria durante los meses de julio y agosto:
Concurso/exposición de dibujo/fotografía/relatos
Juegos de pistas para niños
- Exposiciones temporales:
Conocimientos tradicionales: utensilios, etnobotánica…
Tratamiento diferenciado de los ecosistemas
Problemática ambiental
Consumo responsable
Aprovechar los recursos del CENEAM
Programa de paseos interpretativos a lo largo del año
Paseos autoguiados
- Mayor implicación de la población:
Formación ambiental
Mejorar la difusión de actividades
Abrir el centro a la participación ciudadana
Campañas de sensibilización (repoblación forestal, construcción de comederos/casetas para aves…)
Cuando entregué la hoja en una siguiente visita, pensé primero que estaba realizando una pequeña contribución al Parque, pero al salir me di cuenta de que ni siquiera había firmado el papel. Se me ocurrió entonces que tampoco tenía demasiada confianza en tal iniciativa. En mi opinión, según le dije, no tenía mucho sentido que el conocimiento del Parque estuviera parcelado, que cada punto de interés tuviera sede en un centro de interpretación diferente, a docenas de kilómetros de distancia uno de otro. ¿Quería eso decir que un visitante ajeno al Parque debía ir a un centro para conocer la fauna, recorrer veinte kilómetros para descubrir la botánica y otros sesenta para…? ¿Por qué no era posible abordar todo el contenido del Parque en cada uno de sus centros de interpretación? Semanas después, aquella persona que me ofreció la posibilidad a expresar mis sugerencias me dijo que había entregado el papel y le comentaron que los tiempos ya estaban diseñados (?). No, no lo entendí entonces ni lo entiendo ahora.
Los espacios naturales protegidos, sea cual sea su categoría de protección, son joyas de incalculable valor ecológico y paisajístico que cuentan con numerosos enemigos, a los que con frecuencia se suma la incomprensión y la ausencia de iniciativas. Si, por definición, merecen una atención preferente por los valores educativos y científicos que poseen, es prioritario que su gestión no se vea afectada por la falta de presupuesto o la incapacidad de quienes deben velar por su continuidad en el tiempo. En uno de sus programas de radio, se lamentaba Félix Rodríguez de la Fuente de lo poco que pintan los ecólogos y científicos a la hora de tomar decisiones en materia de protección de la Naturaleza. Si tenemos que curar una enfermedad, decía, acudimos a un médico —un científico—; si queremos construir un puente para que pase un tren, echamos mano de un ingeniero —un científico—. Ahora bien, añadía, cuando nos vemos obligados a tomar una medida drástica, trascendente, a medio y largo plazo, quien toma la decisión es alguien que tiene poco de científico, y si lo tiene, es por casualidad. Es un político, que tendrá filosofía, pero poca ciencia, que contará con asesores, a quienes escuchará o no, y si lo hace, dependerá de los réditos electorales que vaya a tener la decisión que tome o de su coste económico.
La gestión de la Naturaleza no se hace desde un despacho, por mucha formación científica que se tenga; hay que patear los montes, hablar con las gentes que los habitan y los entienden, implicarles en la difusión de sus tesoros. Estos espacios no tienen solo la misión de ofrecernos sus bellezas naturales, sino posibilitar su uso público, contribuir al conocimiento científico, favorecer el desarrollo sostenible y mostrar los diferentes sistemas ambientales. Deben desarrollar su capacidad de compartir las riquezas que contienen, despertar el sentimiento de pertenencia de todos, especialmente de sus pobladores. Deben ser escenario donde desplegar programas de educación ambiental que nos ayuden a ser conscientes de que vivimos gracias a la biodiversidad, que sea un instrumento de interés para la formación de ciudadanos comprometidos con la Naturaleza, un acercamiento integrado al mundo rural. Echo de menos todo esto. Vamos camino de llegar a estos espacios en coche, bajar, hacer unas cuantas fotos y marchar. Muchos pasarán más tiempo metidos en un restaurante que conociendo y disfrutando las bellezas naturales. Eso, antes de que desaparezcan víctimas de la pasividad y la indiferencia.
España es pionera en Europa en lo que se refiere a la defensa y gestión de su patrimonio natural. Hora va siendo de comprender que los espacios naturales son más protectores que protegidos —tomo esta reflexión de Joaquín Araújo—. Quieren crecer y necesitan más y mejor protección.