Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Insinuaciones musicales

Estación de escucha

 

La maestra de música ya ha dicho varias veces a la clase que tienen patatas por oídos. Está convencida de que la enseñanza de la música debe ir más allá de interpretar unas canciones con la flauta o tocar otros instrumentos como el xilófono, el tambor o la pandereta. Empeñada como está en que los niños aprendan a escuchar, y tras conocer el sonido de varios instrumentos musicales, propone el siguiente ejercicio: “Vamos a escuchar un fragmento de una ópera de Giacomo Puccini, Madame Butterfly. Vuestra misión consiste en anotar el nombre de al menos dos de los instrumentos que escuchéis”.

 

Coro a boca cerrada, Giacomo Puccini

 

Una vez realizada una recopilación de las observaciones de los niños, escribe en la pizarra estos instrumentos: violín, flauta (travesera), celo y arpa. Pero solo uno de los escolares ha percibido la voz humana. “Claro —dice—, se trata de un coro y, además, cantan con la boca cerrada. La pieza que acabáis de escuchar se titula Coro a boca cerrada”, de Giacomo Puccini. La maestra añade que los instrumentos musicales pueden imitar los sonidos de animales. Los cantos de las aves, por ejemplo, no son música propiamente dicha, solo insinuaciones. Y les ofrece otro momento de escucha. “Preparados para anotar”, dice:

 

Aves. Carnaval de los animales, de Camille Saint-Saëns

 

“Aquí —dice—flautas, piano y violines se unen a otros instrumentos para hacernos creer que son las aves quienes cantan. Los instrumentos musicales interpretan el vuelo de los pájaros. El problema es que no estamos sensibilizados para escuchar”. Es posible que los niños no terminen de comprender lo que quiere decir la “seño”, que trata de formar y entrenar su capacidad de escucha, algo que debería hacerse con más frecuencia para aprender a conversar.

Sucede lo mismo en la naturaleza. Cuando estamos en el campo no estamos predispuestos a escuchar los sonidos que nos rodean. Y son muchos los que nos esperan. Así nos lo cuenta Frédéric Gros (1):

 

“Estar inmerso en la Naturaleza supone una llamada permanente. Todo nos habla, nos saluda, llama nuestra atención: los árboles, las flores, el color de los caminos. El soplo del viento, el zumbido de los insectos, el fluir del arroyo, el repiqueteo de los pasos sobre el suelo: todo un murmullo que responde a nuestra presencia. Incluso la lluvia. Una lluvia ligera y suave es un acompañamiento permanente, un susurro que se escucha, con sus entonaciones, sus voces y sus pausas: chapoteos distintos del agua que salta sobre la piedra, o el largo tejido melodioso de las cortinas de lluvia que caen a un ritmo regular. Es imposible estar solos cuando caminamos, de tantas cosas como poseemos con la mirada, tantas cosas que se nos dan, que se hacen nuestras a través de esa toma de posesión inalienable de la contemplación”.

 

Sigamos ejercitando nuestra capacidad de escucha en la naturaleza. Aquí tenemos el canto del ruiseñor:

 

Ruiseñor

 

Ahora escuchemos otro fragmento, esta vez de la Sexta Sinfonía de Beethoven, Pastoral, no sin antes reiterar mi creencia en que esta obra debería erigirse en el mejor himno de la Naturaleza creado por el hombre:

 

 

Este movimiento, de gran lirismo, nos traslada a un momento de contemplación de la Naturaleza. Parece que estemos ahí, sentados junto al arroyo, en un ambiente de gran serenidad donde no parece cierto eso de que los sonidos del campo no son musicales. Veamos el resultado de unir el canto del ruiseñor y esta pieza:

 

 

Para terminar, teniendo en cuenta que este segundo movimiento se titula “Escena junto al arroyo”, completemos el sonido anterior con el rumor del agua, pues realmente nos encontramos a su lado:

 

 

Admitiendo que los sonidos de la naturaleza no son música por sí mismos, concedamos al menos que tienen más armonía y equilibrio que ciertos sonidos que para otros pasan por música. El agua, el viento, los zumbidos de los insectos, el crepitar del fuego, el rumor de nuestras pisadas sobre las hojas, los trinos de las aves, la lluvia, la tormenta y tantos otros murmullos naturales, incluyendo lo más parecido al silencio, nos permiten conocer nuestros propios sentimientos y a nosotros mismos. Solo requieren un momento de escucha. Lo recomienda Joaquín Araújo (2): “Aprendí a ver mis sentimientos escuchando el bosque y las fuentes, el viento y el silencio”.

 

(1) Gros, F. (2015). Andar, una filosofía. Taurus, Barcelona

(2) Araújo, J. (2015). El placer de contemplar. Carena, Barcelona