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Leemos paisajes a través del sonido
La contaminación acústica es un agujero por donde perdemos la diversidad de nuestros paisajes sonoros. Comparemos dos situaciones diferentes en un mismo entorno natural. Primera, tres caminantes recorren una trocha, en silencio o hablando en voz baja. Los tres prescinden del móvil u otros aparatos susceptibles de generar ruido, como una radio. De vez en cuando se detienen para escuchar los sonidos que les envuelven: un ave, el arroyo, el viento entre las hojas… Segunda, tres caminantes recorren una trocha, dos de ellos hablando en voz alta y el otro atendiendo una llamada, también en tono elevado de voz. Apenas son conscientes de que las aves han dejado de cantar a su paso, como tampoco perciben el rumor del agua saltando en el arroyo cercano ni del murmullo de las hojas bailando al son del viento.
En alguna ocasión ya he comentado mi frustración al querer observar la fauna de un lugar, incluso de grabar sus sonidos, y tener que desistir ante la cercanía de un grupo humano dejándose sentir a varias decenas de metros. Ni que decir tiene que los pájaros huyeron de allí molestos por el ruido. Conclusión: la contaminación acústica convierte el paisaje sonoro natural en un espacio empobrecido, los sonidos naturales quedan reemplazados por el zumbido de los motores y, en el ejemplo anterior, por la algarabía humana. Quedémonos con la primera situación, la que muestra que una forma de detener y revertir la pérdida es escuchar y celebrar el carácter heterogéneo del entorno. ¿Nos atrevemos a adivinar un paisaje a través de sus sonidos?
Dos carboneros garrapinos en plena conversación con un trepador azul.
Raymond Murray Schafer (1) introduce el concepto de ecología acústica, y lo define como “el estudio de los sonidos en relación con la vida y la sociedad”. No se trata de una disciplina que se investigue en el laboratorio, sino en el medio natural, analizando el paisaje sonoro generado por las criaturas que en él viven y los elementos geomorfológicos y atmosféricos que los envuelven. El entorno se transforma así en un auditorio completo, con sus intérpretes, sus composiciones y su público. De alguna manera nosotros participamos en estos conciertos naturales, ya sea escuchando la diversidad de sonidos, ya perturbando esas interpretaciones con nuestros ruidos, o incluso preservando los sonidos que nos resultan agradables y rechazando los que nos molestan. No se precisa para ello tener lo que llamamos buen oído, sino la suficiente sensibilidad para apreciar los valores del paisaje sonoro natural.
Algo despierta la alarma de un mirlo común mientras cae la lluvia.
Schafer profundiza en el asunto distinguiendo entre paisaje sonoro de alta y baja fidelidad, y a ello habremos de dedicar más atención en otro momento. Comprendamos que nuestra relación con el paisaje sonoro no suele ser bidireccional por falta de equilibrio. Difícilmente los sonidos de la naturaleza llegan a interferir en nuestras reflexiones o en una conversación serena. Al contrario. No amenazan, por tanto, nuestra integridad auditiva. Sin embargo, las voces humanas y los ruidos que vierten nuestros aparatos electrónicos y mecánicos fácilmente rompen la quietud del paisaje sonoro natural. Una muestra más de ausencia de equidad ecológica.
En una sociedad tan inquieta como la humana, es de enorme importancia aprender a respetar el silencio —suponiendo que realmente exista— y las interpretaciones acústicas que tienen lugar en la naturaleza. Schafer cuenta cómo propuso a sus alumnos permanecer callados durante un día, sin producir sonidos y escuchando los generados por otros. ¿Seríamos capaces de hacerlo? Los alumnos de Schafer hablaban de esta experiencia como de un acontecimiento especial en sus vidas. Sus propuestas continuaban con elaborados ejercicios de concentración en la escucha buscando sonidos con unas características determinadas: por ejemplo, un sonido con inicio ascendente, o que sea intermitente, o agudo seguido de un zumbido… puede resultar interesante distinguir un sonido entre una mezcla desordenada. De esta manera el oyente se verá forzado a inspeccionar detenidamente el entorno sonoro. Afrontemos el siguiente desafío: confeccionar una relación con los sonidos escuchados en esta grabación, separando los agradables de los que provocan rechazo.
La diversidad sonora entra en crisis cuando se pierden sonidos, pero también cuando existe demasiado ruido, y esto, a su vez, provoca pérdida. Un círculo vicioso acústico cuyos efectos podemos mitigar mediante la escucha activa. Si el estrés sonoro afecta a nuestro equilibrio, ¿cómo puede extrañarnos que perturbe la armonía natural y la tranquilidad de los animales? Si lo pensamos bien, no escuchar es una forma de contaminación acústica. La incomunicación llega de la mano de la falta de escucha. Prestemos oídos a la tierra para leer mejor sus paisajes.
Nota: En la última grabación se puede escuchar un quad, unos pasos sobre la hojarasca, un arroyo y, a lo lejos, el canto de un cuco.
(1) Schafer, R.M. (2013). El paisaje sonoro y la afinación del mundo. Intermedio, Barcelona.