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Por qué escuchar a los pájaros

Estación de escucha

 

A un lado del camino un extraño montículo se eleva casi un metro sobre el suelo. Se observan movimientos en sus laderas, idas y venidas, subidas y bajadas. Miles de pequeñas hormigas se concentran en su actividad, unas se dirigen hacia donde tal vez se encuentre su alimento, aunque sería mejor referirse a aquello que, con el tiempo y la humedad del subsuelo, hará crecer el cultivo de hongos con el que se alimentarán; otras ya lo traen agarrado con sus pinzas bucales; y cabe suponer que habrá otras en el interior de este singular volcán vivo que se dediquen a cuidar y alimentar a su reina. Me pregunto por las consecuencias que tendría si ahora pusiera mi pie sobre la cima del hormiguero, aparte de que, probablemente, sus industriosas pobladoras comenzarían a subir por la bota y la pernera del pantalón.

Podría pasar interminables minutos observando esta frenética actividad, pero sigo mi camino con la esperanza de encontrar otras cosas que pongan a prueba mi capacidad de asombro. Las aves, por ejemplo, viven en una dimensión temporal diferente a la de las hormigas. Y a la nuestra. Sus relaciones con el espacio y el tiempo se muestran incomprensibles para la mente humana, lo cual es lógico y necesario, pues no se ha de contemplar todo desde nuestra óptica. Miramos a los pájaros y pensamos que son muy otros, pero cuando escuchamos delicadamente sus trinos, podemos hacernos una idea de lo que están diciendo y llegan a sonar extrañamente familiares, como si les entendiéramos. Son frases muy sutiles e integradas que extrañamos cuando cantan a su velocidad normal y solo nos limitamos a oírlas, sin prestarles atención.

Hagamos una prueba y detengamos nuestros pasos.

 

 

 

 

 

Tal vez hayamos descubierto la presencia de un arrendajo, quién sabe si protestando ante la invasión de su espacio aéreo por una avioneta, de un pinzón común al que responde al final un pito real, una codorniz acompañada por un coro de cantores y saludada por una torcaz, o las esquilas de un rebaño a las que el viento trata de molestar.

Cuando logramos abstraernos de todo y nos concentramos en la escucha de los sonidos de la naturaleza, descubrimos con sorpresa que somos capaces de vincularnos con ella. Sonidos que se repiten, pero nunca son iguales. Diferentes cadencias, tonos, intensidades, tiempos. Eso y más es lo que detectamos cuando somos conscientes de tales armonías. No digamos si, además, llegamos a identificarlos, interpretarlos. Pero nunca tratemos de descifrarlos, porque incurriríamos en un nuevo error de antropocentrismo. Hemos de conformarnos con ser testigos de esas conversaciones, sin intervenir en ellas, sin molestas interrupciones. Nadie nos ha dado la palabra. Es el turno de la naturaleza.

Todo lo que sucede en un bosque es como una piedra que cae en un estanque. Desde el centro surgen unas ondas que se van dispersando poco a poco. Así ocurre con los trinos a medida que las aves emiten sus mensajes y otras responden y luego siguen más respuestas a esas respuestas en una sucesión interminable de capas y niveles. La siguiente es una charla entre carboneros garrapinos. Solo un pariente suyo, el carbonero común, parece meter baza en el coloquio. De fondo, el murmullo del bosque:

 

 

Parte del objetivo de estas líneas es resaltar cómo es posible que no seamos conscientes de la pérdida de vida silvestre de nuestras vidas, qué razón hay para no salir al reino de los sonidos del bosque —un parque urbano también vale—, donde existen rumores que se escuchan como en un templo, allí donde la vegetación retiene susurros casi inaudibles, donde las rocas hacen rebotar recónditos ecos. Dentro de estos entornos forestales, el sonido es un método fundamental de comunicación. Las aves han desarrollado nichos acústicos en los que utilizan diferentes frecuencias y ritmos para poder identificar a los individuos, han configurado un paisaje sonoro que casi siempre pasa desapercibido para nosotros. No somos conscientes del entorno melódico que nos rodea. Es importante aumentar nuestros vínculos con las sinfonías de la vida al natural, ese concierto de sonidos producidos colectivamente por la vida silvestre, porque transmiten un sentido de lugar. Las voces naturales nos hablan de la salud de un hábitat. Nos dicen cómo lo estamos haciendo en relación con nuestro entorno. Y pueden servir como analgésicos en tiempos inquietantes y estresantes. Por eso es importante escuchar a los pájaros. No lleguemos al punto de añorar sus canciones cuando no las tengamos. Celebremos estos sonidos naturales a la vez que nos mostramos sensibles a las bellezas acústicas que estamos perdiendo.