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Renovación natural
Todo el tiempo y los argumentos que pudiésemos dedicar al bosque mixto serían insuficientes para glosar sus bondades. Nuestras arboledas ganarían en estabilidad y belleza si fueran diseñadas con una sabia miscelánea de especies, de modo que nos permitiera hablar de un auténtico bosque mediterráneo en equilibrio. La convivencia de quercíneas y coníferas proporciona un mejor aprovechamiento de los recursos hídricos, reduce la incidencia de los rayos solares, genera un microclima menos seco y cálido y permite conservar el equilibrio en un ecosistema tan rudo como el mediterráneo. Aún nos quedamos cortos.
Añadamos a estas cualidades su comportamiento frente al fuego. Los árboles de hoja caduca han demostrado estar hechos de otra pasta, mucho más resistente al fuego que las coníferas, cargadas con resinas y otros materiales altamente combustibles. Los incendios pudieron producirse por causas naturales hace millones de años, hasta que apareció el género Homo y aprendió a manejar el fuego. Sea de origen natural o antrópico, los bosques han sabido regenerarse, pero los caducifolios lo han hecho mejor que las coníferas, razón por la que fue un grave error la sustitución de hayedos, robledales y encinares por pinares y bosques de eucaliptos, que arden como la pólvora. Y rara vez son los rayos quienes prenden la llama. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (1), entre los años 2006 y 2015 se declararon más de 130.000 incendios de los que solo el 5% tuvieron un rayo como causante, mientras que un 28% tuvieron como origen negligencias o accidentes, y el 52% fueron intencionados.
Sea cual sea la causa, el objetivo a alcanzar tras un incendio es la restauración forestal, aunque sería conveniente hablar de renovación. La idea parte de la base de lograr mejores bosques tras haber aprendido de errores pasados. Es una forma de ayudar a la naturaleza plantando especies nativas que sean capaces de adaptarse a un clima más cálido que el actual. Pero sería deseable no centrar el interés en las especies de coníferas. Se trata de aplicar la sencilla estrategia de no poner todos los huevos en la misma cesta, algo que saben muy bien los inversores en bolsa: conviene diversificar las inversiones en lugar de poner todo el dinero en una única empresa. Por ello es especialmente importante la presencia de árboles planifolios entre los pinos, abetos y píceas. Entre todos alcanzan mayor capacidad para hacer frente a los cambios ambientales. Los ejemplares adultos están preparados para hacer frente a las llamas gracias a que su gruesa corteza protege el cámbium, la capa de crecimiento. Quizá en este punto cabría cuestionarse si realmente es siempre necesario realizar campañas de renovación forestal o si conviene dejar que los bosques se planten solos.
Seamos claros. Para hacerlo como se ha hecho en algunos de nuestros montes, donde nos hemos comportado como burros con orejeras, sin pensar a largo plazo, es mejor no intervenir. El tiempo ha mostrado que la dispersión natural de semillas es rentable y la biodiversidad se conserva y aumenta. Esto indica que tal forma de regeneración debería convertirse en la vía adecuada para renovar la cubierta forestal. No solo por los beneficios para la biodiversidad, sino por lo que supone de cara a la captura de dióxido de carbono. Lo único que hace falta es un número suficiente de semillas y las condiciones apropiadas. Si esto no bastara, habría que recurrir a la dispersión de semillas y el control del pastoreo, pero contando en todo caso con la implicación de las poblaciones locales. La renovación natural proporciona múltiples beneficios potenciales: se consigue el árbol correcto en el lugar correcto, y se aumenta la complejidad del ecosistema, lo que genera resiliencia. La renovación natural también ayuda a las especies a cambiar y adaptarse al cambio climático. Probablemente se logre secuestrar más carbono, aunque todavía no hay suficientes evidencias.
Un agudo relincho quiebra la serenidad del bosque. No es difícil detectar al pito real por su grito sonoro, que roza la cacofonía, el mismo que le otorga el curioso apelativo de “pájaro relincho”, pero es un ave asustadiza en extremo y no se deja ver, como si esperase ser atacado en cualquier momento. Es más grande que el pico picapinos, pero este es más sociable, menos aprensivo. Aquí lo descubrimos emitiendo su particular mensaje en clave Morse, mientras otro repiquetea sobre un tronco.
Y este es el relincho del pito real, respondiendo a una lejana grajilla y perfilando su grito en la profundidad del barranco.
(1) https://www.mapa.gob.es/es/desarrollo-rural/estadisticas/incendios-decenio-2006-2015_tcm30-511095.pdf