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Sembrando gritos de silencio

Estación de escucha

Para David, que siente la necesidad de escuchar.

 

La distancia que a veces nos obcecamos en abrir con la naturaleza desempeña eficazmente su función como haría el más experimentado ladrón de joyas: desarma nuestro sistema sensorial, nos desconecta del entorno, se apodera de nuestra capacidad de relación con la naturaleza. Las consecuencias son desastrosas. No solo no escuchamos, sino que no permitimos que otros escuchen. Recorremos caminos como auténticas balizas visuales y sonoras, perforando el ambiente a base de voces y ruidos, aplacando la menor posibilidad para el silencio.

No lo tenemos fácil quienes buscamos un acercamiento a ese poco frecuentado reino de la quietud, donde anhelamos oír el cadencioso batir de las alas del cuervo, el relajante rumor del arroyo, el discreto paso del aire entre las ramas, el bullicio de la vida que prolifera a nuestro alrededor. Muchas veces nos ha ocurrido que, habiendo encontrado un otero en la ladera o un escogido asiento desde el que captar las mejores notas musicales, nos hemos visto obligados a desistir cuando, por más que aguzábamos los sentidos, solo alcanzábamos a comprender lo mal que andan las cosas entre los humanos, a los que tanto gusta escucharse. Hagamos una breve pausa para la reflexión:

 

 

Queda todavía mucha gente para la que los sonidos de la naturaleza son relajantes y ofrecen no pocas enseñanzas, cadencias que representan un efecto terapéutico para mentes cansadas. Tal vez sea la base de los llamados baños de bosque: libertad de movimientos, respirar aire fresco, alimentar los sentidos con tonos, imágenes, aromas imposibles. La naturaleza nos permite olvidar todo lo que de perturbador tiene la vida cotidiana, todo lo que afecta a los procesos mentales. Aumenta nuestra capacidad de atención y reduce el estrés. El problema es que, con frecuencia, nos falta la predisposición necesaria. Entrar en contacto con la naturaleza requiere desplegar los cinco sentidos, mantener abiertos todos los poros de la piel, De lo contrario, podremos decir que hemos estado en el campo, pero no con el campo, no habremos entrado en comunicación con el derredor. Llegaremos a casa y no seremos capaces de recordar porque no hemos logrado el vínculo esperado.

 

 

¿En qué entorno nació este sonido? Si es un bosque, ¿de qué tipo? ¿En qué época del año se recogió el sonido? ¿Qué nos hace pensar esto? ¿Hace viento o está aire en calma? Si somos capaces de responder a estas y otras cuestiones con los ojos cerrados, vamos por buen camino.

Así son las plagas, y la que disfraza y apaga los sonidos de la naturaleza no es de las menos agresivas. El avance del ruido es galopante, no sé si tanto como el sinsentido que lo genera. Cuesta trabajo entenderlo. Tampoco las aves pueden ofrecer una explicación coherente, pues reaccionan como un resorte callando ante la llegada de esos extraños seres tan estridentes. Pierde sentido la función territorial o seductora de sus trinos cuando ni las propias aves son capaces de concentrarse en lo que están haciendo. En este punto, los pájaros se disuelven en el anonimato de la espesura y esperan que pase la marabunta humana.

Creo que entiendo a estas aves. Tal vez lo que necesitan es una buena dosis de vida solitaria, si es que no se sienten cómodas en presencia de tales visitantes. Puede que pierdan la noción de sí mismas, del espacio que creían suyo, que sus instintos se vean repentinamente desorientados, que la confusión les abra la puerta a guardar silencio o marcharse. “¿Por qué esta gente no aprenderá a estar en el campo con otra actitud?”, parecen preguntarse.

 

Paisaje sonoro de aves

 

Los gritos del silencio, ese que vamos sembrando con nuestro ruido, nos están reclamando que aprendamos a conocer y respetar los sonidos de la naturaleza. Cualquiera que sea la definición más correcta que tratemos de dar a los espacios naturales, olvidamos que también son esos lugares donde plantas y animales silvestres viven su vida ajenos a los planteamientos, objetivos e intenciones de los humanos, desconocedores como somos de nuestras ignorancias y cargados de anhelos de dominación. En la naturaleza la vida es la prioridad, no nuestros deseos, y se sustentaría mejor si la dejásemos en paz, si nos limitásemos a observarla, estudiarla, conocerla y respetarla, si nos sintiéramos parte integrante de su comunidad, nuestra comunidad.