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Una exhibición más
Visito una vez más esta parte del monte, que se ha convertido en uno de los lugares más solitarios, a pesar de su relativa proximidad a la mal llamada “civilización”. Es en otoño cuando podemos encontrar más gente en busca de esos manjares culinarios que la naturaleza presenta en forma de setas. Pero ahora quedan el bosque y las colinas como refugio de córvidos, pequeñas aves forestales, zorros y cérvidos. Desde el camino que trepa por la ladera, entre las copas del pinar, puede contemplarse un verdadero océano verde cuya espesura estoy recorriendo de nuevo.
Esta mañana el bosque proclama la idea de una primavera anticipada para todos, los que aún no se han ido y los que están por llegar. Lo hace de una manera que nadie se atreve a contradecir, ni flores ni regatos, pocos pájaros y algunos insectos desorientados. Hay sol en medio de un azul intenso. El aire agita levemente las copas de los árboles. Un par de cornejas vuelan desde la colina, graznan al pasar por encima del camino y desaparecen.
Corneja
El rubor rosado en las flores de sauces y sargas, poco antes de exhibir los estambres o los pistilos, sugiere el tinte maravilloso en el pecho del petirrojo. Muestra incluso un sedoso plumón, de modo que las ramillas parecen pobladas por minúsculos y delicados petirrojos. Puedo imaginar a los verdaderos pájaros mirando con curiosidad este escaparate y preguntándose quiénes serán estos farsantes intrusos. Las abejas aún no han llegado a los amentos, difícilmente encontrarían su camino a través de la niebla, pero hay pequeñas moscas que pasan entre ellas. Estos mosquitos invernales en busca de la primavera, cuya música de ala es tan débil que solo oímos el agudo zumbido cuando están muy cerca del oído, no se interesan especialmente por los amentos, aunque las ramas son prácticas estaciones de descanso. Quizá ni siquiera las abejas alcancen a ver la leve tonalidad floral antes de que el viento disperse el polen. Pero no podemos juzgar su comportamiento por nuestros sentidos. Nosotros, seres humanos engreídos, creemos que somos los únicos entre todas las criaturas que vemos y admiramos sin codicia. Tampoco el petirrojo se atreve a valorar aquello que no le compete. Se limita a revolotear de rama en rama y exponer sus argumentos musicales.
Petirrojo
Hay otras melodías que se elevan desde las copas del bosque cercano y se hacen más fuertes a medida que me acerco. Trato de no hacer ruido para sorprender a los artistas. No detecto movimientos, pero unas agradables y variadas voces nacidas en el soto delatan a la curruca capirotada. Cuando descubro su posadero me detengo, no quiero acercarme más, echo mano de los prismáticos y la observo. Por su negro capirote brillante y su vientre albo, se trata de un macho. Canta incansable y se deja ver. Su merodeo entre los sauces, saúcos y majuelos está justificado por la presencia de pequeños insectos que va atrapando entre cada acorde.
Curruca capirotada
Salgo del bosque y deambulo por un terreno poblado de arbustos bajos, que incluyen rosas silvestres. Sus ramas aún desnudas y armadas con aguijones todavía contienen varios escaramujos rojos del pasado otoño, algunos ahora ennegrecidos por la descomposición, así como algunas bolas oscuras y peludas, las agallas de avispa. Estas protuberancias están formadas por las células de la planta que crecen hacia afuera después de que una avispa inyectara sus huevos en ella y provocara la reacción defensiva del rosal. Las agallas están deshilachadas y pardas, pero dentro de ellas las diminutas larvas de avispa habrán terminado de alimentarse y se habrán convertido en pupas, esperando emerger como avispas adultas. En realidad, este proceso no es dañino para la planta. El rosal se ofrece a la avispa como recurso esencial para la supervivencia.
De regreso, dejando que las botas sigan mojándose con la humedad de la pradera y el camino, continúo escuchando a la curruca, que ahora persigue a una hembra, de capirote rubicundo y el resto del plumaje más pardo. Más adelante se posa en una rama y parece percibir el interés del macho por ella. Finalmente se alejan y se pierden en la vegetación. En algún lugar del bosque, detrás de mí, un gran pico picapinos hace cantar a un árbol hueco.