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Malas hierbas

Etnografía

 

Mal, maldad, maligno, maloso, malévolo, maltrato, malvender, malversar, maleducado, malhumor, maleficio, maléfico, malandrín, malicia, maleza, malherido, malhablado, maldito, malogrado, malnacido, malnutrido… Vaya, uno se pone a pensar en las palabras de una familia léxica y parece que no encuentra sino un pozo sin fondo. Así, al menos, sucede con la del vocablo mal —¿tan puestos estamos en lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto, la desgracia y la calamidad?

Si nos ajustamos a lo dicho, precaria defensa queda para esas plantas que nos obstinamos en llamar hierbajos, maleza o malas hierbas. Dicen que son malas porque lo invaden todo, deslucen nuestros parterres, ocupan el césped de nuestras parcelas y parecen impedir el desarrollo de otras especies que con tanto cariño y esmero estamos cultivando. Ver el jardín tan descuidado nos disgusta y, por mucho que queramos ignorarlas, no resistimos la tentación de arrancarlas de raíz, pensando que tal medida será la solución definitiva. Preferimos limpiar el terreno, comprar un saco de semillas de césped, sembrar, fertilizar con productos químicos, consumir cantidades ingentes de agua para regar, esperar que el esfuerzo haya valido la pena y segar de vez en cuando para que nuestro jardín se parezca más a un campo de golf que a una parcela natural.

 

Fuente: www.minotgreen.com

 

Sin embargo, mal que nos pese deberíamos recordar que estas plantas, normalmente hierbas, ofrecen una buena cantidad de oportunidades a otros seres vivos que completan y complementan nuestra pequeña zona verde particular con su vida y protegen y enriquecen el suelo. Y no solo brindan sus valiosos servicios a nuestro terruño, sino también en medio del campo, en las cunetas de los caminos, en los márgenes de los cultivos. Pero lo que no terminamos de comprender y valorar es que esas supuestas malas hierbas se comen. Sí, esa vegetación a la que no hacemos ni caso, esa maleza que pisoteamos sin miramiento alguno, esos hierbajos que se escapan a nuestro dominio y control son comestibles, y sus bondades culinarias son mejores de lo que sospechamos.

No es difícil ver a gente paseando por las afueras de los pueblos. Un momento, ¿paseando con una bolsa en la mano? Si actúa según mandan los cánones del buen recolector, no debe estar recogiendo setas. Esa buena mujer está haciendo acopio de algo con gran interés, y no son setas. Ya sé, son collejas, capaces de crecer en el mismo asfalto. Se cuenta que los niños explotaban sus abultados cálices provocando así un sonido parecido a un petardo. Pero a esa mujer no le interesa el juego, sino las hojas de la hierba, que resultan exquisitas en tortilla o guisadas. ¡Vaya con la mala hierba! ¡Y hay quien se las come crudas!

 

Collejas (Silene vulgaris)

 

Otro tanto podemos decir del diente de león, deliciosa en ensalada y una de las hierbas más medicinales de la farmacia silvestre. Buena para las afecciones del hígado, el acné y los eczemas, para los ojos y para bajar de peso (¡). ¿Realmente estamos hablando de una mala hierba?

 

Diente de león (Taraxacum officinale)

 

¿Y la digestiva y diurética malva común? Más allá de sus valores ornamentales, quienes saben de etnobotánica la señalan como ideal para las afecciones de la piel o para mejorar nuestras defensas, y las flores son comestibles. ¿Merece la pena pisarla?

 

Malva común (Malva sylvestris)

 

Bueno, tal vez haya quien piense que la ortiga se ha granjeado muchos enemigos por las molestias que provoca su contacto. Pero sería mejor que se informara de sus propiedades medicinales y su uso en la cocina tradicional. La ortiga es rica en sales minerales y favorece la pérdida de peso, y por ello, recogida con las debidas precauciones para no ser víctima de sus incómodos pelos urticantes, se toma en ensalada o infusión. Y sus beneficios depurativos, antianémicos o diuréticos, entre otros, no tienen precio.

 

Ortiga mayor (Urtica dioica)

 

De modo que estos y más hierbajos o malas hierbas esperan impacientes a ofrecer sus servicios culinarios en nuestra mesa y sus propiedades medicinales en nuestro botiquín, desean fervientemente que guardemos la azada excavadora, que no destinemos el peculio a herbicidas contaminantes, que perdamos el miedo a probarlas, que no tengamos reparos en cambiar su peyorativo nombre por otro más apropiado. ¿Qué tal buenas hierbas o bueneza?

 

Más información:

  • Balasch, E.; Ruiz, Y. (2001). Diccionario de plantas curativas de la Península Ibérica, Óptima, Madrid
  • Fajardo, J. y otros. (2007). Etnobotánica de la Serranía de Cuenca. Las plantas y el hombre, Diputación Provincial, Cuenca
  • Font Quer, P. (2010). Plantas medicinales. El Dioscórides renovado, Península, Barcelona
  • Grau/Jung/Münker. (1986). Plantas medicinales, bayas, verduras silvestres, Blume, Barcelona
  • Pardo de Santallana, M. y otros. (2014). Inventario español de los conocimientos tradicionales relativos a la biodiversidad, Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Madrid