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Parideras

Etnografía

La tradición ganadera de la Serranía de Cuenca se pierde en la noche los tiempos. Grandes vías pecuarias recorren sus montes y valles, vías que antaño sirvieron para conducir las pobladas huestes ovinas y vacunas de norte a sur, con los primeros fríos de noviembre, y de sur a norte, con el sol de primavera. Cuán a menudo los sufridos pastores se han visto obligados a resguardar el ganado de los peligros de la noche y de las inclemencias meteorológicas. Unas veces han aprovechado algún refugio rocoso, de los que aún conservamos numerosos ejemplos, o han improvisado corrales en pleno bosque con ramas espinosas, o cerramientos en alguno de los numerosos callejones calizos que pueblan la Serranía.

Pero cuando las circunstancias lo han demandado, los pastores han levantado construcciones de piedra y madera, la mayoría con tejado a una o dos aguas, que han servido para encerrar el ganado y las reses recién nacidas. Son las llamadas parideras, así conocidas por ser lugares donde se resguardaba el ganado en el momento de alumbrar nuevas reses y protegerlas de los depredadores. En nuestra Serranía se conocen también como tainás, tinadas o tiñás.

Siguiendo la ancestral costumbre que ya instituyó de alguna manera el mismo Aristóteles para las viviendas humanas, lo normal es que encontremos estas parideras en la ladera sur de los montes, pues es la orientación que más tiempo de sol proporciona a sus habitantes. La construcción es bien sencilla: planta rectangular, muros de piedra de escasa alzada, una gruesa viga de pino o sabina sobre una gran piedra y que sostiene la techumbre de madera y teja, una sencilla entrada con puerta y ninguna ventana. Junto a la paridera, y a veces en ella misma, pernoctaba el pastor sin comodidades añadidas, salvo un precario hogar donde poder calentarse. En las numerosas ruinas de estas construcciones aún pueden apreciarse las piedras ennegrecidas por el fuego acogedor. Según una norma no escrita, cualquier paridera que aún conserve su tejado y se encuentre sobre monte público sigue siendo de uso exclusivo de quien la construyó. Ahora bien, si un pastor encuentra unos muros sin tejado, puede reconstruir y utilizar el refugio libremente. En realidad no era fácil que un tejado se viniera abajo si tenemos en cuenta que las vigas transversales que lo sustentaban eran de sabina y pino recio. Sobre estas vigas se disponían los cabrios, tablones de pino de 10 a 15 centímetros de grosor, cubiertos por el retal, un entablado de maderas más cortas que sostenían las tejas. Estos detalles se conocen gracias a la tradición oral y los restos que nos quedan desperdigados por los montes serranos.

Tornajos, comederos y salegas constituyen el incierto mobiliario interior y exterior de estos habitáculos. Y no podemos pasar por alto las herramientas utilizadas en labores de esquileo, como las tijeras de diferentes tamaños, de marcaje de las reses, para lo que se usaba la pez obtenida a partir de la resina de los pinos, o del sacrificio y desollado.

Esto ha sido así mientras el hombre ha practicado la trashumancia entre regiones en busca de pastos, tanto de verano como de invierno. Y la regulación de la Mesta por el sabio rey Alfonso X trató de velar por la continuidad del oficio, pero este es tema que trataremos en otro momento.