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Asombrosa biodiversidad, 5: conocer antes de juzgar

Etología

Suelen tener escaso aprecio —por decirlo suavemente— esas especies que causan tanta repugnancia y que son tan prolíficas como las ratas. Llaman la atención sus comunidades tan superpobladas en según qué entornos. Aunque, curiosamente, son ellas las que buscan la proximidad del hombre para su superviviencia, a pesar de tratarse de uno de sus mortales enemigos. Eso sí, lo hacen con nocturnidad y alevosía, y allí donde hay una, seguro que viven cien, y si hay cien, es muy posible que lleguemos a contar mil. Lo asombroso es que, mientras en muchas sociedades animales, incluyendo la humana, solo se trata amistosamente a los conocidos y se ataca a los extraños, en la poblada comunidad ratuna no sucede así.

Entrañables valores que vamos echando de menos. Lo dice el zoólogo y etólogo alemán Vitus B. Dröscher (1): el hombre, “como ser individual de la moderna sociedad industrial, está mucho menos enterado de cómo debe comportarse en el seno de una comunidad”. En el caso de las ratas, en cambio, cuando los miembros de una comunidad no se conocen entre sí, se comportan con todos de modo más amistoso. Parece que la tolerancia y la amistad hacia los extraños supone una ventaja para el colectivo, y favorece su crecimiento. El canibalismo llega con la superpoblación. Es lo que tiene la escasez de recursos… y el no conocer los métodos anticonceptivos.

Puestos a hablar de repugnancia, cabría preguntarse qué tendrán las arañas que las convierte en unos vecinos tan poco deseables. Serán sus hábitos arteros e intrigantes, puede que traicioneros, pero entre una araña y una mosca, siempre nos decantamos por la mosca, por muy molesto que sea el insecto —sobre todo si pensamos en lo que sirve de alimento a algunas especies—. El caso es que, por la razón que sea, solemos representar a las arañas en ambientes lúgubres y tenebrosos, y han asumido el mismo papel de “malos” que las serpientes y las culebras. Sin embargo, no dejan de ser leyendas que no logran contrarrestar los múltiples beneficios que nos proporcionan. Probablemente recordemos a la Iberesia machadoi ocupándose de una oruga de procesionaria. Quienes tanto afán tienen por calificar a esta larva de insecto como plaga deberían valorar los servicios de las arañas. O sea, que las arañas combaten la acción de otros que, directa o indirectamente, sí pueden causar daños en los bosques, huertos y jardines. De modo, que ver arañas cerca es un buen síntoma. Tal vez nos interesaría saber que el primer ser vivo que se encontró tras la devastadora erupción del Krakatoa en 1883 fue… ¡una araña! Lo que nos invita apensar en su valioso papel como regenerador de la biodiversidad.

 

Iberesia machadoi

 

Dröscher también nos cuenta cosas curiosas de otra especie, el vencejo. Nos recuerda cómo bandadas de estos elegantes aviadores acrobáticos se elevan por la noche a una altitud de 2.000 o 3.000 metros, en ocasiones muy por encima de las nubes, en zonas de tormenta fuerte, y se pasan la noche planeando en círculos. Cómo duermen en pleno vuelo, algún día lo sabremos. Tímido y escurridizo, el vencejo es decidido y valiente en defensa de sus polluelos. No nos dejemos engañar por su cercanía a nosotros, pues no dejan que nadie se tome confianzas con ellas. Sin embargo, el día que están esperando que nazcan los polluelos, uno puede acariciarlos con las manos sin que escapen. La fuerza de la supervivencia es mayor que el miedo a sufrir un daño por una especie extraña.

 

Vencejo en vuelo (Fuente: Wikimedia Commons)

 

Allá por el mes de agosto los vencejos abandonan nuestros tejados y se dirigen hacia el sur, aunque, si detectan alteraciones climáticas, con capaces de dar un largo rodeo para esquivar una tormenta. Dröscher habla de una especie de «barómetro interno» del vencejo, algo así como cuando a nosotros nos duele una pierna o un hombro antes de un cambio del tiempo. Otras aves migratorias se sirven del Sol y las estrellas, pase lo que pase. Si el tiempo no acompaña, se detienen y luego siguen, pero viajan por rutas bien definidas. Sin embargo, al vencejo, extraordinario volador, no le importa hacer kilómetros si ello supone librarse de la tormenta. Al fin y al cabo, su menú también es aéreo y no parece que le atraigan demasiado la lluvia y el viento.

 

(1) Dröscher, V.B. (1982). Sobrevivir. La gran lección del reino animal. Planeta, Barcelona