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Capacidad de adaptación
Ciudadanos comprometidos y ornitólogos han unido sus esfuerzos y dotes de observación para mostrar que las aves del bosque han ampliado su área de distribución, mientras que el área ocupada por aves de las tierras de cultivo se ha reducido. Generalmente se admite que, si una especie está presente en más áreas, es menos probable que se extinga, pero podría extenderse debido al deterioro del hábitat, y no porque la población haya aumentado. Al parecer, las principales fuerzas impulsoras de este fenómeno son el cambio climático y el cambio de uso de la tierra, pero no podemos descartar el hecho de que algunas especies saben que la proximidad del ser humano supone presencia de alimento. Ante tal empuje, a las aves no les queda otra que adaptarse para sobrevivir.
Los gorriones se han ganado una cierta reputación de audacia. Con esa costumbre que tenemos de tirar al suelo lo que nos sobra, incluyendo comida, estos pájaros tienen la osadía de acercarse a pocos metros de nosotros para reclamar su parte del menú. Son osados, descarados. Pero la mayor parte del tiempo guardan las distancias y se limitan a observarnos desde el alero del tejado. O se hacen invisibles en el fondo del seto, donde mantienen una locuacidad perpetua y ensimismada. Se callan cuando salimos al jardín; nos miran curiosos y nosotros los buscamos. Volvemos a entrar y reanudan su charla. O se acercan a ver si les hemos dejado alguna migaja. Sin embargo, preservan celosamente su intimidad y no se dejan fotografiar fácilmente. No rechazan nuestra compañía, pero, cautelosos como son, prefieren conservar su independencia. Es probable que juntos hayamos aprendido a adaptarnos a los entornos más diversos.
¿Cómo se las arreglan para hacer frente a las exigencias de la crisis climática? Aves como el carbonero común han evolucionado para cronometrar su ciclo de reproducción con la eclosión de las orugas de la polilla que se alimentan de hojas de roble, lo que tradicionalmente ocurre entre abril y mayo. Pero a medida que aumentan las temperaturas, los robles comienzan a brotar más temprano y las orugas han respondido naciendo antes también. Esto significa que cuando los polluelos de carbonero están listos para ser alimentados, el pico de orugas ya está llegando a su fin. Debido a que las aves parentales necesitan encontrar 1.000 orugas todos los días para sus crías hambrientas, es probable que cualquier desajuste reduzca drásticamente el éxito de la reproducción. El problema es que, aunque las aves pueden responder a los cambios climáticos reproduciéndose antes de lo normal, no lo hacen con la suficiente rapidez.
Parece claro que la anidación más temprana de las aves podría ser beneficiosa si la supervivencia de los juveniles aumenta de modo evidente antes del invierno. Por el contrario, las aves pueden verse afectadas negativamente si no son capaces de sincronizarse con la fenología de sus fuentes de alimento. La cuestión es si esto es extrapolable a todas las especies. A corto plazo, una temporada de cría más larga tiene beneficios, especialmente para aves como el gorrión común o el mirlo común, que producen dos o más crías. Comenzar a anidar a principios de año podría permitirles tener una cría adicional y así producir más descendencia en total.
Miremos, no obstante, el lado positivo de este clima: algunas aves, como los herrerillos, se están beneficiando de los inviernos mucho más suaves de los últimos años. Podríamos señalar también el impacto positivo del cada vez más extendido hábito de alimentar a las aves del jardín o del río, lo que ayuda a especies como el herrerillo común, el carbonero común, el ánade o el jilguero. Parece, por tanto, que las ventajas de mayores tasas de supervivencia en invierno superan la falta de sincronización con el suministro de alimentos de primavera, aunque puede que no siempre sea así. Muchas especies se están expandiendo ahora hacia el norte. El Atlas Europeo de Aves Reproductoras revela que, en promedio, las áreas de distribución de las aves reproductoras de Europa se han desplazado hacia el norte en 28 km desde que se realizó el estudio original a fines de la década de 1980, casi 1 km cada año. Por ejemplo, los abejarucos ya no se conforman con llegar hasta nuestros campos desde África, y continúan viaje hacia Francia y Reino Unido, aunque tampoco dejemos de lado que esto sea así en respuesta a una mejor protección de los hábitats junto con las leyes que prohíben la persecución.
A pesar de todo, albergamos dudas acerca de cómo terminarán adaptándose, si es que lo logran, a la velocidad de los eventos climáticos más extremos como tormentas, sequías e inundaciones. Si el suelo no tiene lombrices, difícilmente encontraremos mirlos. Poseen una imagen maldita estas criaturas viscosas y relucientes, pero quizá no somos conscientes de hasta qué punto la fertilidad de la tierra depende de su trabajo zapador y de su importancia para otros miembros de la comunidad de vida. Son las lombrices un ejemplo que nos permite ver el futuro de muchas especies de animales y plantas en el filo de la navaja.