Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Educar para la vida

Etología

 

“El hombre es el único ser que necesita educación”. Tengo la impresión de que quien dijo esto, allá por el siglo XVIII, no debía andar muy puesto en cuestiones de zoología, porque en los tiempos que corren son cada vez más los estudiosos de la etología que sostienen que en el reino animal también se dan las circunstancias para que exista un aprendizaje entre miembros de la misma especie, sobre todo si practican una vida social, o incluso entre especies diferentes. Ni siquiera teniendo en cuenta que fue nada menos que Immanuel Kant el que nos dejó esa aplastante conclusión. En alguna ocasión ya me he referido a la formación de los animales con carácter innato, pero me gustaría profundizar algo más en el componente educativo de la Naturaleza.

Aclaremos conceptos, pues no seré yo quien defienda la existencia de una educación de carácter intencional entre los animales, lo que nosotros conocemos como educación formal, algo así como una clase de ciencias naturales en la escuela. Tampoco me atrevería a hablar de educación no formal, porque aquí también hay una intencionalidad, aunque no se otorga titulación. Es el caso de unas clases particulares de dibujo. ¿Cabría entonces la posibilidad de hablar de educación informal? Si entendemos este tipo de educación como el resultado de la interacción entre semejantes, de la socialización —el juego, la experiencia, la respuesta ante el peligro, la búsqueda de alimento—, tal vez habría que admitir tal eventualidad.

 

 

No obstante, puede resultar muy osado aplicar el término “educación” en el ámbito de los animales. Tal vez tendríamos que quedarnos con el concepto de "aprendizaje”, eso si nos referimos a animales que viven en grupos sociales, porque los de espíritu independiente lo tienen más difícil. De ser así, deberíamos estar de acuerdo en que no todos los aprendizajes son iguales, y tal vez conviene que vayamos poniendo algunos ejemplos. Primero, supongamos que vamos caminando por el monte y encontramos un grupo de ciervos pastando. Observamos que, de ese grupo, algunos, los más jóvenes, salen corriendo como perseguidos por el diablo, mientras otros, los más expertos, se mantienen impasibles, mirándonos. Dejan de pastar atentos a nuestra reacción, y según sea esta, así responderán ellos. No es que sean unos temerarios, sino que tal vez estén más habituados a la presencia de animales humanos. Seguramente los primeros tenderán a correr menos cuando se acostumbren a ver individuos tan raros. Hablamos de un aprendizaje por habituación.

 

 

Segundo, recordemos qué le terminó pasando al perro de Pavlov cuando sonaba la campana. El animal llegó a asociar ese sonido con el suministro de comida, lo cual le provocaba salivación. ¿Y qué le pasa a nuestro perro cuando nos ve con la correa en la mano? Automáticamente mueve alegre la cola porque sabe que toca paseo. Está asociando un estímulo a un hecho concreto, aunque al final ese hecho no se produzca, está aprendiendo por asociación, reacciona ante una condición previamente aprendida.

Tercero, supongamos que tenemos un cachorro recién nacido —aún no ha abierto los ojos— o un huevo a punto de eclosionar. A falta de progenitores, decidimos dispensarle todos los cuidados para que salga adelante. La criatura crece y un buen día nos damos cuenta, ¡oh, sorpresa!, que nos sigue a todas partes. No es extraño semejante comportamiento, pues el animal está convencido de que somos su padre o su madre, ¡o incluso su pareja ideal!, noción que ha adquirido por impronta o troquelado, concepto que tampoco es la primera vez que abordamos.

 

 

Cuarto, un grupo de pájaros se expone peligrosamente cerca de las mesas en la terraza de una cafetería. Los más inexpertos se preguntan si no sería mejor merodear por un corral o un campo de labor, donde habría más posibilidades de encontrar un alimento apropiado. Pero también deben pensar que, si otros lo hacen, por algo será, de modo que deciden probar. Y así encuentran pasmados que lo que andan picoteando no es otra cosa que las migajas arrojadas al suelo por algunas personas, y aprenden por imitación que a veces hay comida en entornos poco favorables. Los pájaros inexpertos copian y reproducen comportamientos que a otros les van bien.

Estos tipos de aprendizaje son muy diferentes a la humana educación formal o no formal, y tienen más similitud a la educación informal. En todo caso, ¿qué se pretende con el aprendizaje en el reino animal? Dos cosas fundamentales: asimilar las características de los lugares adecuados para buscar alimento y saber huir de los depredadores con eficacia (1). A lo que cabría añadir ser capaces de superar los obstáculos que el entorno ofrece. En definitiva, reforzar la emancipación. Veamos un par de ejemplos.

Jennifer Ackerman nos ilustra con el caso de los suricatos, esa simpática mangosta africana que se hizo famosa en la película El Rey León. Según parece, los suricatos parecen instruir a sus crías en cómo manejar presas delicadas como serpientes o escorpiones. Así, los adultos ofrecen a los cachorros presas muertas o heridas, de modo que los aprendices se van habituando en las destrezas de la caza. A medida que crecen, deben enfrentarse a presas “enteras” para completar su aprendizaje.

 

Fuente: http://es.suricatos.wikia.com

 

Ahora, supongamos que mamá pata conduce a su prole de patitos y se encuentra con un obstáculo que difícilmente podrán superar los pequeños, como unas escaleras. ¿Qué hará cuando se dé cuenta de los problemas de sus vástagos? ¿Empujarles, buscar otro camino, animarles con frenéticas llamadas…? Bueno, dejemos de imaginar y veámoslo en este vídeo:

 

 

Al terminar estas líneas me asalta una curiosidad. ¿Quién ejerce las funciones docentes en un grupo específico de animales? Parece que no ha de ser necesariamente alguno de los progenitores, ya que los aprendices tienden a seguir las indicaciones de los adultos especialmente expertos en determinadas estrategias. Si esto es así, bien puede aplicarse aquí eso de que “hace falta una tribu para educar a un niño” o, dicho de otro modo, que la sociedad animal es una sociedad educadora. En todo caso, la práctica habitual parece consistir en colocar al aprendiz que una situación que le obliga a desarrollar una determinada habilidad o a corregir un comportamiento. Ejemplar. Convendría tomar nota.

 

(1) Ackerman, J. (2017). El ingenio de los pájaros. Ariel. Barcelona.