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La llamada secreta de la naturaleza

Etología

 

El conocimiento cultural, transmitido de un animal a otro, es clave para comprender la forma en que las especies se adaptan al cambio en el mundo que las rodea. No son pocos los etólogos que defienden la existencia de una formación entre animales de la misma especie, cómo los animales se enseñan unos a otros para sobrevivir. No se debe instalar a los animales jóvenes en el complejo mundo de lo salvaje desprovistos de la educación cultural que han de proporcionar los padres, labor lenta y arriesgada incluso entre los miembros de nuestra especie.

Llevamos varias décadas refiriéndonos a la diversidad de la vida en la Tierra como diversidad biológica, o simplemente biodiversidad. Se ha venido definiendo este concepto en tres niveles diferentes, la diversidad de genes dentro de cualquier especie en particular, la diversidad de especies en un lugar dado, y la diversidad de tipos de hábitat como bosques, arrecifes de coral, praderas, desiertos, etc. Pero realmente se ha pasado por alto casi por completo un cuarto nivel: la diversidad cultural. La cultura es conocimiento y habilidades que fluyen socialmente de individuo a individuo y de generación en generación, es el conjunto de informaciones transmitidas no genéticamente (1). No está, por tanto, en los genes. Sin embargo, solo hablamos de cultura en la especie humana. Las habilidades, tradiciones y dialectos socialmente aprendidos que responden a la pregunta de “cómo vivimos aquí” son cruciales para ayudar a muchas poblaciones a sobrevivir, o recuperarse. Crucialmente, las habilidades culturalmente aprendidas varían de un lugar a otro. En la familia humana, muchas culturas, poco apreciadas, se han perdido. No acabamos de reconocer la transmisión de un patrimonio cultural en otras especies animales, algo que para muchas de ellas resulta decisivo si quieren sobrevivir. Saben que su continuidad no depende solo de traer al mundo nuevos individuos y liberarlos. No sin hacerles partícipes de un conocimiento transferido durante generaciones. La cultura en el mundo distinto al humano se ha perdido casi por completo.

 

 

Los jóvenes aprenden mucho observando a sus padres, y la supervivencia se ve gravemente socavada si no hay modelos de vida de los mayores. Tales modelos han de ponerse en práctica en el entorno, para que los aprendices reconozcan qué es comida y dónde encontrarla, cuál es el refugio más apropiado para pernoctar o protegerse de un depredador, cómo y cuándo cantar o emitir sonidos, cómo hacerse independientes, quién es el enemigo o de quién no hay que temer, todo ello mientras cuentan con el asesoramiento de otros. Esta es la función de los progenitores, educar para la vida y es complicado que otros puedan desempeñarla.

Los paisajes, siempre complejos, están bajo cambios acelerados. La cultura permite la adaptación mucho más rápido de lo que los genes pueden navegar por el tiempo. Los gorriones han aprendido a entrar en centros comerciales cerrados o a acercarse a las mesas de una terraza para buscar migajas. Los cuervos han aprendido a dejar caer nueces en el camino para que los autos las rompan, y luego recuperar su trofeo cuando los coches se detienen.

 

 

Ellos y otras muchas especies han desarrollado respuestas ante las amenazas o la escasez de recursos. Solo así pueden sobrevivir en un mundo en constante cambio. Debido a que las respuestas son locales y aprendidas de los mayores, las culturas silvestres pueden perderse más rápido que la diversidad genética. Cuando las poblaciones caen en picado, las tradiciones que ayudaron a los animales a sobrevivir y adaptarse a un lugar comienzan a desaparecer. Tal vez entonces podemos hablar de naturaleza vaciada. A medida que el desarrollo humano reduce los hábitats a parches, la fragmentación de la vida se asocia con el empobrecimiento. Los repertorios de canciones de aves, por ejemplo, pasan por un cuello de botella cultural y disminuyen significativamente en variedad y duración de trinos. Evidentemente, esto afectará al grado de aceptación de un individuo como pareja y, por tanto, a su continuidad genética. Esto explica por qué las especies mejor adaptadas genética, ecológica y culturalmente tendrán más oportunidades de supervivencia, por qué esas habilidades culturales se erosionan a medida que los hábitats se reducen, por qué no resulta suficiente mantener la diversidad genética, por qué es tan importante el papel desempeñado por los adultos en la transmisión de conocimientos.

Tal vez en el mundo animal suceda como en las sociedades humanas: se echa en falta la cultura cuando se interrumpe la cadena de transmisión, los jóvenes aprenden de sus mayores las normas básicas de supervivencia. Un animal reinsertado en un biotopo habitado antiguamente por su especie tendrá escasas posibilidades de éxito si no cuenta con alguien que le enseñe cómo interactuar con los demás elementos del ecosistema. ¿Pero de quién aprenderán, si no hay nadie de su especie por ahí? Uno puede nacer siendo animal, pero aprender a serlo y a saber estar en el mundo requiere una transmisión cultural. Es lo que en la especie humana llamamos educación.

 

(1) Rodríguez Laguía, J. (2019). El hombre y su entorno. Memoria de una relación. Edición propia, Cuenca.