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Por qué vivir juntos
De todos es sabido que agruparse ayuda a encontrar alimento y a defenderse de los depredadores. Los primeros homínidos no perseguían otra cosa cuando les dio por vivir juntos, y ahora el ser humano también se agrupa para mejorar sus posibilidades de superviviencia, realizar más y mejores trabajos, lograr objetivos más ambiciosos. En fin, si esto es tan evidente, bien podría dar por cerrado el artículo en este punto, pero tal vez convenga profundizar algo más en el asunto y tratar de encontrar más explicaciones a algo que parece indiscutible.
Pensemos en las dos razones principales que se destacan al comienzo de estas líneas, pero no lo hagamos como lo haría una persona, sino como si fuéramos, por ejemplo, una sardina. Está muy bien eso de ser independiente, libre, nadar a tu aire —habría que decir “a tu agua”— en busca de alimento. Pero tal vez, si uniera mis esfuerzos con otra sardina, podríamos acordar que una busca por una ladera de coral y otra por la pradera de algas, y la que encuentre algo advierte a la otra. Mis posibilidades como sardina aumentarían, de modo que tal vez sería mejor que se lo dijéramos a otras, porque cuantas más seamos, mejor para todas. Como suelen decir los humanos, cuatro ojos ven más que dos. Además, al vigilar menos, tendremos más tiempo para comer. ¿No hacen lo mismo los buitres? Sí, y tantos otros, como los estorninos, los carboneros comunes…
Y otro tanto ocurre en lo que se refiere a mi defensa contra los depredadores. Parece claro que yo, sardina autónoma, separada del grupo, tendría poco que hacer ante la presencia de un atún. Ahora bien, si uno mis fuerzas al poblado banco de sardinas y logramos movernos todas al unísono, seguro que pondremos en un apuro al atún. Alguien podría decir que el depredador es capaz de ver mejor al grupo que a la solitaria sardina, pero “si el depredador solo caza una presa por vez, por término medio le llevará más tiempo lograr alimentarse si las presas están agrupadas que si están dispersas” (1). Es posible que mi mejor estrategia como sardina sea lograr que siempre haya otra sardina entre mí y el atún, y por eso trataré de ocupar un puesto lo más cercano posible al centro del grupo. Mis posibilidades de ser capturada se reducen. Las mismas ventajas encuentran las presas que viven en grupo y se convierten en atacantes. Se puede dar el caso de que se unan para enfrentarse a un depredador, en cuyo caso su efectividad se incrementa con respecto a los individuos que viven solos (2).
Claro que, si ahora represento el papel de atún, cuando veo el banco de sardinas tengo que observar sus evoluciones, detectar a la sardina más incauta o la que esté más rolliza, la que se encuentre más expuesta… Y eso me lleva tiempo, con lo que me veré obligado a redoblar mis esfuerzos, porque si ya es difícil seguir a una sardina en movimiento, hacerlo en medio de un banco donde miles de sardinas también se mueven... Tal vez si me uno a otros atunes y cada uno ataca por un flanco del grupo de sardinas… Veamos cómo se desarrolla el ataque de diferentes depredadores sobre un banco de peces:
Y es que esto de vivir juntos vale tanto para presas como para cazadores. Cuando estos se unen, son más para compartir el botín, pero sus posibilidades de éxito se incrementan, las carreras de persecución son menos, así como la energía necesaria para conseguir el alimento. Si alguien ha observado un rebaño de ciervos o gamos en nuestros montes, habrá comprobado que no pastan todos a la vez, sino que establecen turnos de vigilancia, de modo que, mientras unos cortan el pasto, otros levantan la cabeza para advertir la posible presencia de depredadores. Esto es trabajo colaborativo, una forma de repartir funciones para lograr un objetivo común, lo que, en definitiva, asegura la superviviencia. Si el herbívoro estuviera solo, tendría que levantar la cabeza con más frecuencia, con lo que debería dedicar más tiempo a alimentarse que si formara parte de un rebaño, donde habría otros que darían la señal de alarma, y no tendría tanto que temer. También es cierto que no resulta difícil ver a estos fitófagos al borde de las carreteras o cruzando caminos con toda tranquilidad, pues no hay por estos lares riesgo de carnívoros capaces de perturbar su tranquilidad. De momento…
Grupo de gamos tomando el sol de invierno.
Por tanto, los animales que desempeñan el papel de presa tienden a agruparse para minimizar el área de peligro de cada miembro del colectivo. Formar parte del grupo confunde al depredador porque debe escoger a su presa y concentrarse en su persecución. Y si, además, las presas colaboran activamente en la defensa más que limitarse a huir, las posibilidades del cazador disminuyen de forma considerable. Hay especies que agrupan a sus crías en el centro de la manada, mientras los adultos forman un círculo protector mirando hacia fuera para hacer frente a los ataques del depredador, que se encuentra con un muro impenetrable sin ocasión de acceder a los puntos vulnerables de las presas. Lo cierto es que los adultos que se defienden así no lo hacen por motivos altruistas, sino para proteger a sus propias crías, de modo que las posibilidades de preservar su carga genética son mayores. Pero no pierden de vista que lograr el bien propio redunda en beneficio de todos.
Todo esto indica que vivir en grupo no solo mejora la supervivencia, tanto de presas como de depredadores —podríamos añadir que existen mayores oportunidades de reproducción—, sino que, además, se incrementan los canales de comunicación, lo que supone una ventaja añadida a la perpetuación de las especies que se agrupan. El éxito evolutivo de la especie humana es un buen ejemplo. Precisamente esa alta capacidad de vivir en grupo y de cooperar de manera flexible y en gran número (3) es lo que ha permitido a Homo sapiens dominar el planeta, no solo por su inteligencia y su habilidad para elaborar herramientas. Entonces, si otras especies como las hormigas, las abejas, los elefantes o los chimpancés llevan más tiempo que la humana viviendo en sociedad, ¿por qué no nos han adelantado? Porque a su vida social le faltan esos ingredientes básicos: cooperar con flexibilidad ante cualquier imprevisto y hacerlo con un gran número de congéneres. De no haberlo hecho así, nuestro astuto cerebro y nuestras hábiles manos aún estarían fisionando pedernales en lugar de átomos de uranio.
(1) Slater, P. (2000). El comportamiento animal. Cambridge University Press, Madrid.
(2) Varios. (1994). Etología. Introducción a la ciencia del comportamiento. Universidad de Extremadura. Cáceres.
(3) Harari, Y.N. (2017). Homo Deus. Debate, Barcelona