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Sentidos emplumados. El olfato
El cuerpo del animal yace inerte en el descampado, abatido seguramente por un disparo, pues no hay grandes depredadores en la comarca. Hemos llegado hasta él por encontrarse cerca del camino, y porque hace un buen rato que nos viene llamando la atención una inusual concentración de buitres en vuelo, planeando sobre el mismo punto. Las laderas están pobladas de pacientes comensales a los que probablemente no les llegue otra cosa que los restos adheridos a la osamenta. En torno al cadáver se reúne un buen puñado de carroñeros que, sorteando ataques y picotazos, van sacando tajada poco a poco. Algunos introducen la cabeza y el cuello entre las entrañas tiñendo de rojo su escaso plumaje. Teniendo en cuenta que el cadáver debe estar ahí desde el día anterior, nos preguntamos si los buitres no sentirán rechazo al mal olor que debe desprender la carne putrefacta. Algunos ornitólogos, hasta bien entrado el siglo XX, habrían negado tal extremo, convencidos como estaban de que las aves carecen de olfato. Sin embargo, otros no estarían tan seguros, pues defienden que poseen un sentido olfativo muy refinado.
Desde el siglo XVIII los experimentos realizados por diferentes ornitólogos eran contradictorios y no permitían llegar a una conclusión definitiva sobre si realmente las aves tienen olfato o no. Luego llegaron las disecciones, pero muchos de estos experimentos fueron ignorados. Todavía a mediados del siglo XX el sentido del olfato figuraba entre aquellos de los que poco se podía decir, pues se consideraba escasamente desarrollado en comparación con el de los mamíferos. Era una forma de ocultar que no se tenían conocimientos al respecto. Hasta que en 1960 se comprobó que el complicado tejido nasal no podía tener otro fin que el de detectar olores. Y no lo hizo un afamado ornitólogo, sino una ilustradora aficionada al estudio de las aves. Ya solo le faltaba ser mujer para que le prestaran escasa atención. Poco después se concluyó que el papel desempeñado por el olfato es variable según las especies: si para algunas es poco importante, para otras —entre las que figura el buitre— es primordial, especialmente para aquellas que necesitan compensar un menor rendimiento del sentido de la vista, como las aves nocturnas. Al menos eso es lo que se creía en los años 90.
Parece oportuno pensar que un ave terrestre que se alimenta, por ejemplo, de lombrices ha de disponer de un sentido del olfato mucho más evolucionado que un ave cuya vida transcurre en el aire y se alimenta de insectos al vuelo. Y no menos sorprendente es saber que algunas aves marinas son capaces de encontrar bancos de krill y calamares en la inmensidad del océano gracias a su sentido del olfato.
Ahora bien, ¿hasta qué punto se debe excluir el uso combinado de varios sentidos en la búsqueda de alimento? ¿Qué papel desempeña la capacidad de percibir el campo magnético de la Tierra? Tendremos que abordar este asunto en otro momento.
Más información:
Birkhead, T. (2019). Los sentidos de las aves. Qué se siente al ser un pájaro. Capitán Swing, Madrid.