Blog
Sentidos emplumados. El tacto
La piel humana es el órgano más grande que tenemos, el más pesado y el que ocupa más superfice de todos. Y no es una simple envoltura de nuestro cuerpo o una bolsa rellena de carne y otros órganos. La piel desempeña funciones de protección contra las agresiones externas, ya sean físicas, químicas o térmicas, incluyendo su misión de escudo contra las radiaciones solares. Evita igualmente la pérdida excesiva de líquido, contribuyendo así a su regulación interna y permitiendo el intercambio de fluidos con el exterior. Es, por tanto, una ventana abierta a nuestra relación con el entorno porque es la vía para la percepción de sensaciones táctiles, térmicas, dolorosas, de presión, etc., y junto a la vista, el oído, el olfato y el gusto desempeña las funciones de relación.
Si ahora nos preguntamos dónde está el sentido del tacto en las aves, con toda la piel cubierta de plumas, quizá podríamos llegar a la conclusión de que, o bien no tienen tacto, o se encuentra en las patas. Es cierto que aquí tienen unos finos receptores que les permiten percibir ciertas vibraciones, como ramas que se agitan. Bueno, pues ni una cosa ni otra. Las aves cuentan con un desarrollado sentido táctil allí donde menos imaginamos, en un órgano aparentemente insensible, pero con alta presencia de terminaciones nerviosas, el pico, que, por increíble que parezca, dista mucho de ser inerte.
Un ánade azulón navega plácidamente sobre la quieta lámina de agua, mirando a un lado y otro, trazando una estela como si abriera una invisible cremallera en el río. Cuando alcanza aguas someras, introduce la cabeza, unas veces entre las hierbas y otras en el lecho limoso. Está buscando comida. Lo que le permite distinguir qué es adecuado o no como alimento es el pico, más exactamente los receptores táctiles que terminan en el borde del pico. Tim Birkhead (1) nos ofrece un clarificador ejemplo para ayudarnos a entenderlo:
Imagina que te ofrecen un tazón lleno de muesli y de leche al que se ha añadido un puñado de piedrecillas. ¿Cómo se te daría ingerir solo los trocitos comestibles? Mal, supongo, y, sin embargo, eso es justo lo que hacen los patos.
¿Significa esto que el ánade no utiliza la vista para forrajear? No, pero cuando agarra el alimento detecta su textura con el pico y, si sabe bien, se lo traga. Es la misma habilidad que poseen nuestros pájaros enjaulados para descascarillar los granos de mijo o alpiste, con la ayuda de la lengua, y comerse el interior.
En este punto cabría preguntarse por el caso de los pájaros carpinteros, cómo es posible que utilicen un instrumento tan sensible como el pico como si fuera un martillo. Tenemos una explicación en las manos. Con ellas acariciamos, percibimos texturas, formas, presión o temperatura y, sin embargo, también las usamos con contundencia cuando las cerramos. El pico del pájaro carpintero es insensible, no así el interior de la boca.
Igual que usamos las manos para saludar a otras personas o acariciar a nuestros seres queridos, las aves usan el pico para acicalarse. Una forma de mantener las condiciones higiénicas de su plumaje tanto como de reforzar los vínculos sociales y, especialmente, los de pareja. ¿Es el pico la única zona de que disponen las aves con sensibilidad táctil? Tim Birkhead expone datos suficientes para mostrar cómo el sentido del tacto está altamente desarrollado en el área genital, de modo que podría llegarse a la conclusión de que tanto el macho como la hembra sienten placer en el momento de la cópula. A falta de indicios claros al respecto, el asunto parece tan apasionante que habrá que seguir indagando para revelar tantas sorpresas que aún permanecen ocultas a nuestra comprensión.
(1) Birkhead, T. (2019). Los sentidos de las aves. Qué se siente al ser un pájaro. Capitán Swing, Madrid.