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De mal agüero
Pocas veces hay que esforzarse tanto para glosar la vida y milagros de unos animales considerados tan gafes y siniestros como los oscuros córvidos. Dotados de mala reputación por una mayoría y revestidos con una librea más bien macabra, cuervos cornejas, grajas y grajillas tendrían mucho gusto en ser especies mejor conocidas por todos y quitarse de encima esa mala fama que les persigue, y eso es lo que se propone lograr este artículo.
Empecemos por el mayor de ellos, el cuervo (Corvus corax), con el que solemos confundir cualquier ave de tamaño medio y color negro que nos sobrevuela. Quizá sea el ave que padece un mayor desprestigio entre nosotros por la cantidad de fechorías y malas artes —todas ellas falsas— con que la adornamos. Es cierto que el cuervo, como el resto de córvidos, tiene tendencias más o menos carroñeras, pero de ahí a depredar indiscriminadamente a otros animales, devorar cosechas o augurar todo tipo de desastres va un abismo. Con un peso de 1,3 kg y una envergadura de hasta 1,3 m, bate sus alas sabiéndose el número uno y emite un ronco graznido que se oye a varios cientos de metros. Pincha en la imagen y escucha:
Además del tamaño, su silueta es inconfundible, con su larga cola terminada en forma de cuña y su cabeza adornada con un fuerte pico negro. Dotado de una penetrante vista, el cuervo es capaz de detectar el cadáver de un animal a gran distancia, algo que resulta astutamente aprovechado por otros carroñeros como el buitre. Pero también es certero cazador de pequeños mamíferos —topos, ratones, erizos— con los que completa su dieta.
Veamos el caso de la grajilla (Corvus monedula), con sus ojos blancos y su cogote gris que destacan sobre el negro plumaje. La grajilla es tan sociable como amante de la ciudad, cuyos viejos muros suele frecuentar, dejando el medio rural para el anidamiento. Es uno de los córvidos más pequeños, del tamaño aproximado de una paloma. Y si estos detalles no son suficientes, debemos estar atentos a su graznido, ese peculiar “¡quia, quia!” que, emitido por docenas de grajillas a la vez, provoca tanto alboroto. Conviene pinchar en la imagen para comprobarlo, aunque por ahí se cuele el repiqueteo de un pico picapinos.
En cuanto a la corneja (Corvus corone), con la que a menudo se confunde a la grajilla, digamos que es uno de los córvidos más astutos e inteligentes. Un ejemplo: para partir una nuez no se le ocurre otra cosa que dejarla caer en pleno vuelo sobre una roca o un camino. Su silueta en vuelo es parecida a la del cuervo, pero su cola es casi plana y el pico es más afilado y menos robusto. Y no puede decirse que haga buenas migas con los agricultores, de cuyas cosechas suele aprovecharse, pero no hasta el punto de ser considerado como un mal bicho. Aunque no es difícil verla merodear las carreteras a la espera de que algún animal sea atropellado y darse con sus restos un buen banquete. Reconoce su graznido en la imagen.
También la graja (Corvus frugilevus) suele confundirse con la corneja, pero, si nos fijamos bien, tiene un aspecto más desaliñado, con las plumas del vientre algo colgantes. Y una cosa muy importante: el pico está coloreado de blanco grisáceo en la base, mientras que el de la corneja es totalmente negro. Las grajas son escasas en la península, visibles en algunas zonas de Castilla y León, La Rioja, Navarra y Huesca. Sus relaciones sociales son diferentes: las grajas se reúnen por cientos en ruidosos bandos, pero las cornejas son más hurañas.
Y terminamos con las chovas, en plural, porque tenemos dos clases: la chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus) y la chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax). De similar tamaño —la primera algo menos recia que la segunda—, sus nombres comunes ya nos dan una primera pista de su anatomía para distinguirlas: la chova piquigualda tiene el pico amarillo y algo más afilado que el de la chova piquirroja, de color rojo coral. Pero ambas tienen plumaje negro y patas rojas.
Se distinguen bien, ¿no?
Encontramos a la chova piquigualda en la alta montaña del norte peninsular. Es bastante confiada y de carácter gregario. Aunque es notablemente mayor, no debemos confundir esta ave con el mirlo común. La chova piquirroja frecuenta los cortados rocosos de toda la península. La silueta de ambas chovas se caracteriza por la cola en forma de abanico, y su canto es un prolongado “¡kiaaa!”, más estridente en la la piquirroja, pues el de la piquigualda es más musical. Y otro aspecto que las identifica es su vuelo acrobático y su habilidad para el picado vertical.
Chova piquigualda
Chova piquirroja
Estos córvidos que estamos tratando de diferenciar lucen, en efecto, una estampa algo siniestra, casi funeraria, pero sus oscuras libreas poseen unos brillos que la embellecen. Son pájaros de gran interés que no merecen la mala prensa con que los hemos adornado, y lejos de esa aureola de mal agüero que tanto les cuesta quitarse de encima, son aves beneficiosas para los ecosistemas, pues se alimentan de insectos y larvas, que sí pueden convertirse en plagas para el campo, o de carroña, formando así parte del gremio de limpiadores del entorno, e incluso depredan roedores, algunos de los cuales sí traen de cabeza al sufrido agricultor.