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El duende del bosque

Fauna

Corren los últimos días del mes de mayo. Tras varias horas de parto, oculta entre la maleza del bosque, la hembra solitaria ha alumbrado una cría de menos de un kilo de peso, ataviada con una librea moteada con manchas blancas que le permite mimetizarse en el entorno. La madre, una corza (Capreolus capreolus), es primeriza y solo ha tenido un corcino, pero se dan casos de parir dos o tres crías. Ahora están solos, pero tras tres o cuatro semanas, en las que el pequeño aprenderá a mezclar la leche materna con el pasto fresco, se reunirán con el resto de la manada. Hasta entonces, la madre se mantiene alerta ante la posible presencia de zorros, gatos monteses, águilas reales y otros enemigos de la cría. El corcino, que dedica buena parte de su tiempo al juego, permanece junto a su madre durante nueve o diez meses si es macho, y hasta dos años si es hembra.

Corcino (Fuente: Wikimedia Commons)

Descrito para la ciencia por nuestro amigo Linneo en 1758, el corzo es el más pequeño de nuestros cérvidos, con un peso de unos 20-30 kilos. Su pelaje cambia según la época del año, desde el pardo veraniego hasta el gris invernal. Su hábitat preferido es el bosque con denso matorral donde poder ocultarse. Receloso como ninguno, de aquí no suele salir salvo en dos momentos del día, a primera hora de la mañana y al final de la tarde. Por eso, la mejor forma de observar corzos de modo discreto es encontrar un lugar estratégico al borde del bosque antes de esos momentos cruciales y armarse de paciencia. Conviene no dejarse ver porque los corzos detectan fácilmente cualquier movimiento. Para evitarlo son importantes dos cosas: no hacer ruidos ni movimientos bruscos y vestir ropas de colores discretos que se mimeticen con el entorno.

Nuestro corcino se hace mayor y le ha llegado la hora de buscar pareja. El celo del corzo no espera al otoño como el del ciervo o el gamo. En plena canícula veraniega los machos ya se dedican a llamar la atención de las hembras con su peculiar sonido, no sin antes marcar su territorio mediante el uso de sustancias olorosas. A continuación, el macho recibe a la hembra y juntos realizan un juego amoroso consistente en una larga persecución alrededor de un árbol, arbusto o roca. Los surcos que dejan impresos en el suelo en estas carreras se llaman “círculos de brujas”. Tras la cópula, la hembra se une a otras corzas para formar un rebaño independiente. Curiosamente, la gestación se detiene hasta finales de otoño para evitar que el parto se produzca en pleno invierno. Es lo que se conoce como implantación diferida, de modo que el óvulo fecundado no se desarrolla y permanece en estado latente hasta que las condiciones climáticas sean favorables. Así, la gestación no comienza en el momento del apareamiento, sino en diciembre, y finaliza en el mes de marzo.

Volvamos al peculiar sonido emitido por el macho en época de celo. Es tan parecido al ladrido de un perro que se conoce como ladra del corzo. Lo curioso es que la hembra, tanto si está sola y acompañada por el corcino como si forma parte de un rebaño, emite el mismo sonido para advertir de la presencia de un peligro, que podemos ser nosotros en nuestro afán por observar su comportamiento.

La cabeza del macho está coronada por una pequeña cuerna de tres puntas. Aparece tras el desmogue, a principios del invierno, poco después de caer, y termina de desarrollarse entre marzo y abril. A medida que gana en edad, la cuerna se va adornando con unos pequeños salientes llamados perlas. Se une a la cabeza por medio de un ensanchamiento llamado roseta. Encaramados en nuestro improvisado observatorio, a veces ocurre que la distancia o la falta de luz ofrezca dificultades para distinguir entre un ciervo y un corzo. La primera pista la tenemos en el tamaño: el ciervo puede superar el metro y medio de altura, mientras que el corzo no llega al metro. Si hablamos de machos, las cuernas nos dan la segunda pista. Pero el detalle fundamental lo encontramos en su trasero. Ambas especies lo tienen blanco, pero el ciervo presenta una mancha negra en la cola, mientras que la del corzo es muy pequeña, apenas unos centímetros que se confunden en el espejo o escudo anal, que tiene forma de corazón invertido (hembra) o de judía (macho).

Hembra y macho de corzo (Fuente: Wikimedia Commons)

 

Otras curiosidades:

  • El corzo tiene una vista bastante buena, pero le cuesta distinguir a alguien que esté totalmente inmóvil.
  • Duerme entre 1,5 y 4 horas al día, y pasa unas 12 horas rumiando la comida.
  • Puede dar saltos de hasta 2 metros de altura, con lo que no tendría problemas en superar una valla si es perseguido. Sin embargo, en condiciones normales prefiere pasar por debajo del cercado.
  • A la hora y media de nacer el corcino se mantiene en pie y es capaz de andar, y a los 15 días corre tan veloz como para escapar de un zorro.
  • Entre marzo y abril el corzo macho frota sus cuernas en algún tronco para desprender el terciopelo que las recubre. A continuación se lo come para no dejar rastros.
  • Cuando un corzo detecta un olor o un sonido extraño, los pelos del escudo anal se erizan, aumentando casi el doble su tamaño. El escudo anal se convierte así en un aviso para otros corzos, que se preparan para afrontar un posible peligro.
  • A veces, en primavera, la savia de alguna rama comida por el corzo fermenta en su estómago y le provoca un efecto parecido a la borrachera.
  • La vida del corzo no va más allá de los 10-12 años. Puede decirse que a los 7 años ya es viejo.

Bueno, el día ha sido largo y llega la hora de dormir. Ningún otro cérvido hace lo que el corzo: selecciona el lugar donde pasará la noche y lo limpia de plantas y hojarasca con las pezuñas preparando un tosco pero cómodo encame. Felices sueños.