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El esquivo fantasma gris
Se oculta en la espesura, juega al despiste, se calla cuando te acercas, huye, y al poco rato se vuelve a oír su monótona cantinela más allá, al amparo de la enramada. Su afán por emboscarse, por no dejarse ver, podría hacernos pensar que solapa algún delito inconfesable que afecte gravemente a su reputación. De hecho, ya se ha lanzado contra él la acusación de asesino. Este simpático habitante de la fronda ha sido juzgado, pero, como ocurre tantas veces, no ha recibido un juicio justo por culpa de la desinformación y los prejuicios. ¡Qué bueno sería que nos tomáramos la molestia de conocer mejor al cuco!
Llega hasta nosotros un buen día de primavera procedente de lejanos bosques africanos, tras un prolongado vuelo nocturno de miles de kilómetros, se asienta no demasiado retirado de donde nació, y ya está… a cantar su incansable retahíla como mandan los cánones de quienes no tienen el menor interés por mostrar sus encantos. No le seduce la idea de seguir los pasos de gente como el zorzal, que se encarama en lo alto de una rama, a riesgo de ser descubierto por un depredador. Su actitud es más bien la de un eremita solitario, no se da aires de gran estrella.
Vale, es bastante huraño nuestro misterioso amigo, no se deja ver, nada tiene de exhibicionista. Seguro que todos hemos jugado con niños a escondernos, al tiempo que recitábamos aquella musiquilla de “¡cu, cuuuu… tras!” imitando su canto. Tan insociable parece que pocos tienen la suerte de verlo encaramado en una rama, unos escasos afortunados que podrían describirlo como un ave del tamaño de una paloma de larga cola, plumaje adornado con estrechas manchas oscuras en su parte ventral y alas puntiagudas en vuelo. Vamos, que bien podría pasar por una rapaz como el gavilán o el cernícalo. Aunque, si observamos detenidamente, comprobaremos que hay ciertas diferencias entre el cuco y estas rapaces.
Su interés por pasar desapercibido, como vemos, va más allá de la fronda. ¿Cuál es el objetivo del canto del cuco? Desde luego, no pretende alegrar nuestro paseo por el campo, sino por defender su territorio. Cuando otro macho se acerca temerario –las hembras nunca cantan–, el desafío está servido y se produce una sucesión de beligerantes “cucús” que tratan de mostrar quién es el más fuerte. La tensión puede cortarse, hasta el punto de que algunos “cucús” salen deformados, como si la siringe se viera afectada por la agresividad. Así hasta que uno de ellos decide abandonar el campo de batalla. Pero el cuco pretende también atraer a la hembra con su canto. O a varias, ya que estamos… Y el canto se hace más vehemente. Tras el flechazo, el macho continúa con su monótona tarea mientras la hembra busca otros pretendientes. Salta a la vista que la fidelidad no es el punto fuerte del cuco, ni del macho ni de la hembra.
No hemos encontrado hasta el momento pruebas suficientes que inculpen al acusado. A ver si siguiendo los pasos de la hembra hallamos algún indicio. Tras sus escarceos amorosos, la hembra debe poner sus huevos, pero el macho no cayó en la cuenta de que podía necesitar algo parecido a un nido. “Que se apañe la hembra”, debió pensar. Esta no puede perder el tiempo en esas cosas y prefiere observar lo que hacen otros del barrio, hasta que descubre a unos vecinos que van de un lado a otro llevando ramitas en el pico. Los descuidados prójimos pueden ser unos carriceros comunes, unos acentores, unos chochines, unas lavanderas blancas o unos petirrojos, así hasta más de cien especies.
“Vaya, vaya, alguien está haciendo un nido”, observa con astucia. Y así localiza su objetivo camuflado en la fronda. Solo tiene que esperar a que el nido se quede solo para culminar su misión. Sin prisa, pero sin pausa, la hembra de cuco se mantiene al acecho, sobrevuela furtivamente su objetivo, hasta que la incauta avecilla que con tanto esfuerzo ha construido su nido se detiene en él para realizar su puesta. Es probable que esto le lleve varios días, pero no se pondrá a incubar sus cuatro o cinco huevos hasta que no termine, pues así todos eclosionarán al mismo tiempo. Justo antes de ese preciso momento aprovechará la pícara hembra de cuco para invadir por unos segundos el nido vacío y poner su huevo, tras lo cual huirá llevándose en el pico uno de los otros huevos. Y no le quedará el menor remordimiento, sino que irá a repetir su hazaña en otros nidos.
Si los propietarios del nido asaltado no se dan cuenta, incubarán un huevo con gran parecido a los suyos, pero que pertenece a la intrusa hembra de cuco. Pero si ha descubierto el engaño, no dudará en deshacerse del huevo impostor o incluso en abandonar el nido y continuar con su vida. Pongámonos en el primer caso. Para colmo, el pollo de cuco eclosiona antes, circunstancia que aprovecha para deshacerse del resto de huevos. Desde nuestro punto de vista humano, esto es cruel, pero para esta especie se trata de sobrevivir. Los propietarios del nido siguen sin percatarse de la situación y continúan alimentando a “su” pollo, aunque la criatura les haya salido de un tamaño descomunal. ¡Y ojo cómo come la criatura!
A finales de junio, cuando el verde va dando paso a los tonos ocres y resecos, cuando la mies está en proceso de recolección, el cuco abandona nuestros bosques y se dirige al lugar de donde vinieron sus padres —los verdaderos, no los de acogida—, a África. Y lo hace guiado por el instinto, porque nadie le ha mostrado el camino. Allí pasará el otoño y el invierno, pero de nuevo volverá cualquier día de la nueva primavera —como las oscuras golondrinas— de la mano, una vez más, de su instinto viajero. Y aquí ejercerá otra vez sus dotes de engaño, cualidades que nadie le enseñó porque las lleva grabadas en su código genético.