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Encrucijada ecológica

Fauna

Los animales buscan su espacio, aquel entorno que les permite estar más a gusto. Este espacio, de superficie y volumen variables que contiene suficientes recursos para asegurar el mantenimiento de la vida, es lo que los ecólogos llaman biotopo. Un ecosistema, por tanto, se parcela en varios micro-ecosistemas o biotopos, para lo que basta la simple presencia de una vegetación determinada, un riachuelo, un calvero, una charca o un roquedo. Esta primera idea es de fácil comprensión por cualquiera de nosotros, que al fin y al cabo somos también animales que anhelamos encontrar nuestro espacio más propicio o deseado.

El bosque y el matorral mediterráneos, aparentemente uniformes, son tan extensos y variados que ofrecen una amplia y diversa gama de espacios, con características geológicas, climáticas, edáficas y botánicas igualmente tan múltiples que con frecuencia los animales tienen para escoger dónde alimentarse, dónde relacionarse socialmente o dónde descansar. El corzo, por ejemplo, prefiere las zonas umbrías para descansar, allí donde la humedad y la hojarasca del bosque caducifolio son dominantes. Si, además, el terreno se hace abrupto y rocoso, será posible encontrar al muflón y, aún más arriba, la cabra montés. El bosque cerrado es terreno propicio para el azor, y los cortados rocosos están diseñados para el gavilán, el águila perdicera y el águila real. Los montes llanos y adehesados serán los preferidos del gamo, el águila calzada y la culebrera, donde la mayor insolación favorece la presencia de reptiles. Allí el monte bajo y el matorral sustituyen al bosque denso, y el espacio se abre para liebres y conejos.

Algunos animales difícilmente violarán las virtuales fronteras que separan estos biotopos, pero otros son menos exigentes y disfrutan sin problemas de la variedad que representa este mosaico de entornos. Es el caso del ciervo, el jabalí o el zorro. La mayoría, sin embargo, hacen uso de diferentes biotopos para desarrollar su actividad diaria: eligen uno para encamarse, otro para alimentarse y otro para relacionarse con los de su especie. Veremos al ciervo pastar en un valle abierto a primera y a última hora del día, pero se ocultará en la espesura del bosque durante el resto de la jornada. Esto permite observar que en las zonas de separación entre biotopos aumenta la diversidad de especies.

Los terrenos de labor cercanos o inmersos en áreas boscosas, lejos de suponer un inconveniente para la fauna, constituyen una oportunidad que favorece la presencia de cérvidos, roedores, córvidos, conejos, pequeñas aves y toda la amplia gama de predadores que depende de ellos, lo que no deja de significar un aspecto positivo de la intervención humana en el entorno. Esta circunstancia, no obstante, obliga a los agricultores a instalar los llamados pastores eléctricos y otros tipos de vallas para proteger sus cultivos. A este respecto, cabe añadir que se ha comprobado el negativo efecto producido sobre la biodiversidad por el progresivo abandono de aldeas y cultivos, asunto amplia y certeramente tratado por nuestro amigo de Pura Sierra.

Un aspecto más viene a sumarse a la complejidad botánica y geológica de nuestro entorno: el cambio estacional. Las últimas lluvias del invierno y una mayor insolación hacen crecer con profusión la vida entre el suelo y las copas de los árboles, las flores nos invaden —bienvenida sea esta invasión—, los insectos y otros invertebrados surgen por todas partes, las aves migratorias regresan a sus puestos de cría, el verde vuelve a dominar el espacio. Ya llegará el verano para  calmar estos ímpetus vitales y el otoño para adormecer la vida de unos y despertar los ardores de otros, al tiempo que despliega sus dotes de artista del color y la música mientras abre la puerta a los viajeros que van y vienen. El silencio regresará una vez más con el general invierno.