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Fauna urbanita
Hace más de un año se asomaron por esta ventana unos compañeros humildes de nuestros paseos por la ciudad, los gorriones, y ya nos sorprendía la noticia de que en algunas urbes están despareciendo. Sin duda debe suceder esto en aquellos lugares donde están perdiendo las oportunidades que les ofrece el entorno, cosa que, afortunadamente, aún no pasa en Cuenca.
Pero un mundo cada vez más urbanizado no iba a ser menos para la fauna, especialmente para las aves, debido, fundamentalmente, a que los entornos naturales cada vez están más humanizados y, por tanto, más degradados. Las molestias que venimos causando con nuestra presencia y la de nuestras mascotas, en algunos casos, son cada vez mayores, de modo que hay animales que se están habituando a nosotros o, de lo contrario, comienzan a alejarse a otros parajes más ocultos porque no nos toleran.
En el primer grupo encontramos animales que han sido capaces de adaptarse a la vida en la ciudad porque la han entendido como una clara oportunidad de supervivencia. No todos los espacios de la ciudad son de asfalto y cemento, hay también zonas arboladas que a menudo son utilizadas como áreas de nidificación, cazaderos o refugios. No resulta difícil contar con la cercanía de grajas y grajillas, urracas, mirlos, estorninos, palomas (zuritas o torcaces) y tórtolas.
Estorninos
Mirlo común
Paloma bravía
Urraca
Paloma torcaz
Son especies que tienen la osadía de compartir el espacio urbano con nosotros porque encuentran en él lo necesario para vivir, menos la tranquilidad que todos deseamos, ya que con frecuencia las molestamos por los motivos más diversos: nos despiertan por la mañana, no cantan bien y, sobre todo, ensucian la calle, los coches y las fachadas de nuestras casas.
En este ecosistema urbano no pueden faltar los depredadores. Se ha podido ver sobrevolando los tejados de la ciudad al aguilucho pálido, concretamente un macho. Su plumaje casi totalmente blanco, excepto los extremos de las alas, lo delataba. Se diferencia claramente de la hembra, más grande y de color castaño. Pues bien, con toda probabilidad no estaba en su hábitat acostumbrado, pues nidifica sobre el suelo, en terrenos baldíos y entre matorrales. Pero si estaba aquí, en torno a la Ronda Oeste, era porque tenía clara la oportunidad de atrapar algún roedor u otra ave en pleno vuelo, quién sabe.
Y para cerrar el círculo de este ecosistema urbano, citemos a nuestro amigo el buitre, que desde hace algunos años frecuenta la ciudad, mejor dicho, los desperdicios de la ciudad, pues aquellos tiempos en que se alimentaba de ganado muerto quedan ya lejos en el tiempo.
Todo esto debería servir a quienes deben tomar decisiones sobre el diseño de las ciudades, si quieren hacer que estas sean menos inhóspitas para la fauna que tiene el atrevimiento de buscar nuestra cercanía, siempre que los ciudadanos nos sintamos a gusto con estos vecinos que muchas veces observamos con cierto desdén.