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Gorriones, humildes compañeros
Cada mañana, de camino hacia el trabajo, lleva un mendrugo de pan, lo desmenuza en decenas de pequeños trozos y los echa a la orilla del río. Al poco de salir el sol, pues son bastante madrugadores, no tardan en aparecen los gorriones que, aún temerosos por la presencia humana, tratan de ocultarse entre los arbustos antes de decidirse a bajar al suelo y llevarse uno de esos codiciados trozos de pan en el pico allá donde tengan su refugio, probablemente en algún árbol cercano, en un oscuro agujero de una pared o en la espesa hiedra que cubre el muro del río. Las hembras suelen ser más osadas que los machos —así pasa en otras muchas especies del mundo animal—, y estos acostumbran a ser algo camorristas, pero unas y otros se afanan por limpiar el terreno del rico manjar antes de que aparezca la competencia, personificada en palomas y algún mirlo despistado.
Gorrión común macho, distinguible por el pecho negro.
Desde que supo que en algunas ciudades de Europa estaban despareciendo los gorriones de sus calles, el portador de esas migajas de pan contempla a estas avecillas de una forma distinta. Nunca como ahora se había atrevido a calificarlas como aves domésticas, pues son capaces de esperar cada mañana su apreciado desayuno de manos de otro animal, aunque sea humano. De hecho, su nombre científico, Passer domesticus, las delata. Casi nunca en solitario, se les ve merodear en los parques a la hora de la merienda infantil, en las terrazas de los bares cuando los clientes abandonan sus mesas, y en algunos lugares se han habituado tanto a la presencia humana que son capaces de comer casi de su mano. Merodean entre los coches saltando y picoteando el suelo y lo mismo se mueven ágiles entre la vegetación que encaramados a los tejados, siempre en busca de los desperdicios que constituyen su alimento. Incluso alguien se ha tomado la molestia de comprobar que los gorriones recogen las colillas de los cigarros para fabricar sus nidos, tarea en la que colaboran ambos sexos, siendo más normal que coleccionen plumas, hierba seca, restos de pelo o lana. Al atardecer comienzan a concentrarse ruidosos en el dormidero, donde se apiñan quizá para reforzar la sensación de protección que da el grupo o para darse calor.
Ejemplares hembras.
Si es la contaminación, la disminución del número de insectos u otra la causa de su declive en la ciudad, es algo que todavía está por determinar, pero mientras podamos deberíamos deleitarnos con su compañía, no vaya a ser que cualquier día nos encontremos con que este humilde amigo de campo y de ciudad viene a engrosar la lista de especies amenazadas. Nos cuesta trabajo reconocer que los animales tienen sus propios anhelos, deseos, inquietudes, miedos y momentos de felicidad. ¿Por qué íbamos a ser nosotros los únicos? ¿No puede ser que sientan emociones similares a las nuestras ante la música? Está claro que necesitan un plus de comprensión por nuestra parte, y para ello debemos incrementar nuestro interés por conocerlos.