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Molestos y repulsivos

Fauna

Siguiendo a veces criterios alimentados por la ignorancia y los prejuicios, el ser humano suele clasificar a los seres vivos en útiles y dañinos, reservándose el dudoso honor de ocupar el trono dominador de todas las especies. En ocasiones, incluso, llega a preguntarse por la verdadera necesidad de que existan las especies que califica como dañinas. Y como lleva cientos de miles de años vagando por el planeta como personaje principal en la película de la vida, entiende que los seres considerados como útiles han de estar a su exclusivo servicio. Esta arrogancia no le permite distinguir la auténtica realidad: que la nuestra es una especie más en la complicada madeja de la biodiversidad, que todas las especies están provistas de la misma trascendencia que el ser humano, que todas merecen el mismo respeto y cuidado. Todas, hasta las que consideramos más insignificantes, molestas o repulsivas. Es posible que en otras circunstancias no sea cierto, pero ante las leyes de la vida todos sí somos iguales.

Trataremos de conocer en estas líneas algunos detalles curiosos de varias de estas especies, a ver si somos capaces de apreciarlas en positivo. Y para ello nos dejaremos guiar por todo un gigante, Karl von Frisch (1), que en 1973 compartió Premio Nobel nada menos que con Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen por sus trabajos en etología. ¿Qué tal si empezamos por la mosca? Probablemente la repulsión que provoca se deba a que la solemos ver revoloteando en torno a excrementos o sustancias en descomposición, pero tal vez debería hacer que la valorásemos mejor, pues desempeña una importante función de limpieza en la naturaleza (2). Bueno, no le hace ascos al azúcar o unas dulces gotas de zumo. Lo que quizá no sea tan sabido es que también hay moscas polinizadoras que se alimentan de flores. O sea, que su papel en el ecosistema es esencial.

 

 

Vale, hay especies chupadoras de sangre como el mosquito y el tábano, a los que ahora atenderemos, y otras como la mosca Tsé-Tsé o el mosquito anofeles, peligrosas no por la cantidad de sangre que pueden tomar, sino por las enfermedades que transmiten. Pero la mosca común, nuestra mosca, no es de esas y no ataca directamente al hombre y, sin embargo, seguimos viéndola asquerosa. Debo insistir en su función dentro del ecosistema. Una mosca común puede poner cien huevos de una tacada, y puede alcanzar los mil en el curso de su vida. Si todos los huevos hiciesen eclosión y se convirtieran en moscas, una única pareja arrojaría ya en la segunda generación 500.000 individuos, 250 millones en la tercera, 125.000 millones en la cuarta. Vamos, que nos costaría trabajo abrirnos paso. Pero eso no ocurre porque la mayoría de ellas perece ya en estado larval, en parte como presa de sus incontables perseguidores, en parte por las inclemencias del tiempo y otras calamidades. Aquí sí parece sabia la Naturaleza.

 

Tábano

 

Vayamos a los mosquitos y los tábanos, que sí pican… o no. Lo que quiero decir es que no pican todos los mosquitos y tábanos, solo las hembras. Los machos se alimentan de néctar y otros vegetales. ¿Por qué las hembras sí pican? Las hembras necesitan la ingesta de sangre porque sin ella no podrían hacer que madurasen sus huevos. Y no solo eso, sino que esa sangre ha de ser caliente. Los reptiles se libran, pero aves y mamíferos formamos parte de su menú. Por cierto, ¿por qué nos sale un grano y nos escuece la picadura? Al mosquito le pasa un poco como a nosotros. ¿No salivamos cuando tenemos hambre y estamos ante un plato exquisito? También a este pequeño insecto se le hace la boca agua cuando descubre nuestra piel, pero lo que hace es inyectar un líquido irritante de la zona donde pica, de modo que se produce una inflamación acompañada de una dilatación de los vasos capilares y, por tanto, de un aumento en la afluencia de sangre. Eso es el grano y de ahí beberá el mosquito —si se salva de un manotazo.

 

Mosquito (Fuente: Wikimedia Commons)

 

Lo mismo sucede con la picadura del tábano, que tanto nos incordia en nuestros baños veraniegos. Mientras la hembra hace de las suyas buscando nuestra piel húmeda, el macho se dedica a ir de flor en flor —y no se entienda esto con doble sentido— para extraer su dulce néctar. Una última cuestión: ¿por qué los entornos acuáticos son tan frecuentados por mosquitos y tábanos? La respuesta está en la conservación de la especie. Ambos ponen sus huevos en el agua o en suelo húmedo, y allí se desarrollan las larvas a base de restos de plantas y sirven de alimento a depredadores. Y tanto si el entorno es seco como si es húmedo, hay pululando un sinfín de cazadores que se ponen las botas a base de moscas, mosquitos y tábanos.

 

 

Como vemos, todos los seres vivos, por insignificantes, molestos o repulsivos que nos parezcan, son capaces de premiar nuestra curiosidad con asombrosos descubrimientos si les dedicamos la atención necesaria. Me pregunto qué lugar nos correspondería en la pirámide de la vida si la clasificación se hubiera hecho con criterios de imparcialidad. Casi prefiero no saberlo.

 

(1) von Frisch, K. (2011). Doce pequeños huéspedes, RBA, Barcelona.

(2) Chinery, M. (2010). Guía de campo de los insectos de España y Europa, Omega, Barcelona.