Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Pescador subacuático

Fauna

Mete la cabeza unos segundos bajo el agua —parece capaz de caminar sobre ella—, con la misma celeridad la levanta, se sacude y mira a su alrededor, camina apresurado y vuelve a sumergir la cabeza. La presencia de una familia numerosa de ánades reales o la traviesa lavandera cascadeña no le intimidan. Ni siquiera los pequeños saltos de agua que se forman en el riachuelo. Allí es precisamente donde le gusta buscar. Pero ¿quién es este inquieto personaje? ¿Qué está buscando entre las piedras y bajo el agua? ¿Es la nutria o el zampullín? ¿Será el cormorán o la culebra de agua? No. Se trata en realidad de alguien a quien uno jamás podía esperar en las someras aguas del Huécar, allí donde lame la roca sobre la que se asienta la vieja ciudad de Cuenca, a punto de desaguar en el padre Júcar. Una mañana cualquiera de verano, caminando a la vera del río, descubro a un agitado y huidizo mirlo acuático (Cinclus cinclus), y es para mí tan raro, a la par que gratificante, tan difícil de encontrar, y llevo tanto tiempo detrás de él, que no puedo resistir la tentación de saber más sobre él.

Capaz de levantar las piedras del lecho con su fino pico o de bucear sirviéndose de sus alas —sus patas no son palmeadas— en busca de pequeños invertebrados —larvas, escarabajos, libélulas, moluscos— o algún anfibio despistado. Pueden estar tranquilos los pescadores, nuestro insólito amigo no les hace la competencia (1). Puede incluso andar por el fondo gracias a unos huesos macizos que son únicos entre las aves voladoras (2), y siempre contra corriente, luego veremos cómo. En todo caso, sin embargo, mantiene impermeable su plumaje gracias a una sustancia grasienta que segrega una glándula que hay en su cola. Cuando se posa sobre una piedra, no solo parece descansar —sigue nervioso, mirando a un lado y otro, flexionando sus patitas, levantando la cola, como si estuviera haciendo extrañas reverencias a no se sabe qué o quién, o como si quisiera hacerse más pequeño—, sino que, como hacen tantas otras aves, acicala su vestimenta con el pico y la embadurna con esa grasa que impide la entrada de agua. Un plumaje que, por cierto, es también capaz de retener pequeñas cantidades de aire, lo cual le sirve como aislante y le permite evitar la pérdida de calor corporal.

Me sorprende verlo aquí, en la ciudad, porque se supone que el mirlo acuático prefiere aguas salvajes, limpias, tranquilas, jóvenes, casi niñas, donde no pululen los molestos mirones —como ahora puedo ser yo, aunque dicen que es bastante confiado—, entornos en buen estado de salud. De hecho, si un río tiene mirlos acuáticos bien puede presumir de la pureza de sus aguas.  Lo más probable es que nuestro amigo del Huécar esté de paso, pues su hábitat natural son los ríos de montaña. Y no me atrevo a sostener que las aguas de nuestros esteros urbanos reúnan esas cualidades a su paso por la ciudad, que, aunque pequeña, cuenta entre sus moradores, como todas, a gente incapaz de conservar impoluto el suelo, el agua y el aire que les rodea. No obstante, este mirlo se mueve poco y solo algún individuo joven realiza un viaje de varias decenas de kilómetros sin rumbo fijo (1) —alguna prestigiosa lumbrera llamaría a esto “movilidad exterior”—. En fin, como decía la canción, ¿qué hace un mirlo como tú en un sitio como este? (o algo así).

Más apropiado para él parece un lugar como el nacimiento de un río, allí donde el agua puede formar pintorescos saltos, donde este frenético mirlo atraviesa sin miramientos la fría cortina que acaricia la roca para llegar hasta su nido, hecho en cualquier resquicio a base de hierba y musgo. ¿Es posible que aquí en nuestro río de ciudad lo tenga bajo un tronco cualquiera o en un puente? Podría ser, si es que ha decidido quedarse.

En su cuerpo rechoncho llama la atención una mancha blanca en el pecho, a modo de babero, que contrasta vivamente con su oscura librea, entre marrón y cenicienta. Cualquiera diría que tal mancha tiene una clara intencionalidad, destacar sobre el entorno como queriendo advertir de su peligrosidad, su mal sabor o vete a saber —los etólogos hablarían de aposematismo—. Y a fe que tal parece su propósito cuando se posa sobre las piedras. Esa mancha tan llamativa tendrá que ver más bien con cuestión de amores: el macho muestra sus encantos a la hembra irguiéndose, levantando la cabeza y enseñando su atractivo babero blanco. Mientras mueve la cola de arriba abajo, parece decirle: “Mira, qué guapo soy, no vas a encontrar otro igual”. Pero hay algo que no cuadra en esta historia. Entre el macho y la hembra no hay diferencia física —se dice que no tienen dimorfismo sexual—, lo que significa que ambos sexos cuentan con el babero blanco. ¿No será la hembra la que aspira a conquistar al macho? Cabe deducir, por tanto, que ese baile de exhibición es puesto en práctica por el macho y la hembra en una curiosa coreografía acuática. Bueno, supongo que algo debe percibir cada uno para saber que no está siendo seducido por otro del mismo sexo.

Mira, una vez más se zambulle. Debe tener hambre porque lo de estar bajo el agua no es por motivos higiénicos o por culpa del calor. Y ello a pesar de la corriente. Los naturalistas han demostrado (1) que el secreto reside en el aprovechamiento de la fuerza de las corrientes. El ave va con la cabeza inclinada buscando sus presas, lo que permite al fuerte flujo actuar contra todo su cuerpo y sujetarlo de alguna forma contra el fondo.

Fantástico y enigmático animal. Quien lea estas líneas debe hacerlo seguramente porque siente una especial atracción por la Naturaleza. Por tanto, no precisa recibir mensaje alguno sobre la necesidad de observar sus secretos con la debida cautela y el obligado respeto. Pero si cada cual asume la responsabilidad de difundirlo a todas las personas de su entorno, cada vez seremos más los afortunados que lleguemos a contemplar las evoluciones de un ave tan prodigiosa como el mirlo acuático.

 

(1) VARIOS: Enciclopedia Salvat de la Fauna ibérica y europea, Barcelona, 1991

(2) SVENSSON, Lars: Guía de aves. España, Europa y región mediterránea, Omega, Barcelona, 2010