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Un encuentro poco común
¡Cigarra!
Estrella sonora
sobre los campos dormidos,
vieja amiga de las ranas
y de los oscuros grillos,
tienes sepulcros de oro
en los rayos tremolinos
del sol que dulce te hiere
en la fuerza del Estío,
y el sol se lleva tu alma
para hacerla luz.
Federico García Lorca
¡Cigarra! (fragmento)
Es el tiempo de la cigarra. El aire se inunda de ese monótono y rítmico siseo que corta el aire e impide el silencio. El verano no es sin el rebullir de la cigarra; de hecho, difícilmente nos podemos hacer una idea exacta del verano sin pensar en la cigarra. Me aventuro a localizar el origen de uno de esos millones de invariables cantos que forman parte de una sinfonía mayor, y lo encuentro perfectamente disfrazado de corteza, en un árbol cercano, impasible al calor, casi invisible, casi…
Pero hoy tiene visita. Un tábano se acerca hasta sus dominios, lo observa, lo estudia, acaso preguntándose quién es este tipo tan ruidoso que se pasa el día cantando. Pero no sabe que, en realidad, la cigarra no canta, sino que bate unas duras membranas (timbales) dentro de unos sacos llenos de aire que funcionan como caja de resonancia. El conjunto se encuentra en el abdomen y recibe el escasamente poético nombre de aparato estridulatorio. De modo que lo que hace la cigarra no es cantar, sino estridular, o sea, dar un concierto de percusión. Y quien emite ese insistente sonido veraniego es el macho, que trata de marcar así su territorio frente a otros machos y posibles rivales y de atraer a la hembra. Dicen que, aunque nos parezca siempre igual, el sonido varía de una especie a otra (hay miles) y, dentro de la misma especie, según lo que quiera expresar. Las horas preferidas para el concierto son las primeras y las últimas del día, pero la cigarra, incasable, nos obsequia con su melodía a cualquier hora.
El tábano, curioso, se pregunta luego de qué vive su escandaloso vecino. Lafontaine ya intentó dar su propia versión, pero iba más dirigida a dar una enseñanza moral a los humanos. La cigarra se alimenta de la savia vegetal que succiona con su peculiar aparato bucal. Y puestos a preguntar, el tábano quisiera saber si esto va a durar mucho. Pues bien, la cigarra se presta a responder:
—Cuando encuentre al amor de mis amores, tendrá lugar el apareamiento, ahora, durante el estío. Ella pondrá los huevos sobre una planta, unos 600, y morirá. Mis días también llegarán a su fin. Al final del verano o en otoño los huevos eclosionan y las larvas no se quedan en la superficie, no, caen o descienden poco a poco hasta el suelo, donde se entierran y se alimentan de la savia de las raíces. Allí pasarán varios años, de dos a diecisiete, según la especie, y volverán a la superficie en forma de ninfa para convertirse en adultas y poner su particular música al verano.
El tábano hace sus cálculos: si el macho y la hembra mueren, y las larvas permanecen varios años bajo el suelo, al menos el año que viene tendremos paz. Pero no es el caso, porque ni aun dentro de la misma especie existe un acuerdo de repetición del ciclo vital, de modo que, amigo tábano, hasta el verano que viene.