Blog
Un gorrión diferente
Una mañana de otoño, no demasiado temprano, pues el sol ya empezaba a calentar el vallado exterior de la casa, asomado a la ventana, pude captar la imagen que encabeza este artículo. Al principio había pasado desapercibida, pero me alegró haber pillado in fraganti al pequeño pájaro picoteando sobre la piedra un puñado de granos que había dejado para atraer la atención de cualquiera de estos inquietos alados. Por regla general, son difíciles de pillar con la cámara, o al menos a mí me lo parece, aunque se tratara de un simple gorrión.
Sin embargo, cuando observé la imagen más detenidamente, me di cuenta de que no era tan simple como parecía, pues en realidad no era un gorrión común (Passer domesticus), sino que se trataba de un gorrión chillón (Petronia petronia), un gorrión tan diferente que ni siquiera pertenece al mismo género, aunque pueda tener aspectos físicos que nos inviten a la confusión. Vamos a tratar de conocerlo mejor, pues no en vano se deja ver en muy contadas ocasiones y de ahí que nuestra relación con él sea más distante de lo habitual.
Para empezar, es cierto que ambas especies, así como el resto de los gorriones que podemos encontrar en la Península Ibérica, lucen un escasamente vistoso plumaje de color pardo que les permite pasar relativamente desapercibidos a nuestra apresurada mirada. Sí destacan en la cabeza tres bandas de color bien diferenciadas: en la parte superior, lo que los ornitólogos conocen como píleo, es pardo oscuro, a la altura del ojo tiene otra pardo-amarillenta y por debajo otra pardo-grisácea. Y el pico es más robusto que el del gorrión común. A veces, sobre todo cuando el animal tiene la cabeza erguida, puede apreciarse un atractivo collar amarillento que luce en la garganta y ayuda a distinguirlo.
Pero lo más llamativo de este pájaro es su comportamiento esquivo, su escasa vinculación con el ser humano, que, a pesar de no ser difícil escucharlo —un chillido monótono y estridente nos avisa de su presencia—, es precisamente lo que dificulta su localización. Y no menos sugerente es su conducta sexual. El collar que mencionamos no es un signo de distinción entre los sexos: tanto el macho como la hembra lo tienen, incluso los pollos, aunque más atenuado. Se sabe que cuanto más evidente es este ornamento, mejor calidad tiene su poseedor, así que tanto el macho como la hembra tienden a elegir a su pareja en función del tamaño e intensidad de esa mancha. Además, este adorno parece tener una función persuasiva ente posibles competidores, pues indica su capacidad para hacerles frente. No existe, por tanto, dimorfismo sexual.
El gorrión chillón se desplaza andando, no a saltos como otros gorriones. Es gregario y se vuelve territorial en época reproductora, tanto que la hembra se muestra reacia a que otras parejas se instalen cerca. Ella es la encargada de hacer el nido con hierba seca y pajitas aprovechando huecos o galerías excavadas por abejarucos en taludes arenosos. No es raro que adorne el nido con plumas de tamaños y colores variados, que parecen ser una advertencia ante posibles rivales. Se han encontrado puestas destruidas y nidos despojados de sus plumas por otras hembras contendientes. Los polluelos —entre tres y siete en cada una de las dos puestas anuales— son alimentados con larvas e insectos, pero en su estado adulto la dieta es granívora, lo que me lleva al principio, a la razón por la que tuve la suerte de cazar a este gorrión chillón con la cámara, algo que cualquiera puede lograr con la suficiente paciencia y los mínimos conocimientos. Algún artículo tengo que dedicar para proponer diferentes comederos para aves.