Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Vuela, paloma, vuela

Fauna

La revista científica Biological Conservation publicó hace tres años un estudio en el que señalaba que los niños son capaces de reconocer especies exóticas mucho mejor que las locales. El estudio viene en inglés, aunque sus redactores pertenecen a las universidades de las Islas Baleares y Oviedo. El estudio viene a decir que desde la infancia hasta la edad adulta recibimos una gran cantidad de información sobre especies animales destacadas por su alto valor carismático, especies emblemáticas que se utilizan con frecuencia para estimular nuestra participación en tareas de conservación del entorno. Sí, es cierto, el conocimiento es fundamental para promover la conservación, pero las conclusiones del estudio destacan el problema que podría derivarse de este escaso conocimiento de la biodiversidad local, pues los niños, y la población en general, podrían asociar la vida silvestre y su conservación con especies exóticas. Es bueno conocer la jirafa o el koala, pero es lamentable que nos pregunten por la garduña o la curruca capirotada y tengamos que poner cara de póker. Por ello, los autores del estudio aconsejan aumentar los esfuerzos en materia de educación ambiental centrándose en la experiencia directa de los niños en su entorno local para aumentar su conocimiento de la fauna local, y atraer así su interés en su propio mundo natural. Como este es uno de los objetivos de este blog, me propongo dejar que se asomen por esta ventana tres tipos de palomas que comparten con nosotros calles, jardines y matorrales cercanos a nuestros pueblos y ciudades: la paloma doméstica, la paloma torcaz y la tórtola turca.

Tal vez la primera de ellas, la paloma doméstica (Columba livia domestica), sea la más conocida  por haber convivido con el hombre durante más tiempo, aunque conviene decir que se trata de una especie con origen en la paloma bravía (Columba livia), domesticada hace miles de años, y de la cual se conocen varias subespecies. Suele formar bandos más o menos numerosos que no tienen reparo alguno en buscar su alimento entre peatones y coches. Sin entrar en demasiados detalles sobre su variada coloración, baste señalar que la cabeza, el pecho y el vientre son más oscuros que la espalda, el pico es gris con la base blanca y las patas son rojas. Es bastante común que las plumas tengan una llamativa coloración iridiscente, más intensa en los machos, en los que también destaca un cuello y un pecho más voluminosos que en las hembras. De algo tienen que presumir si quieren atraer a las féminas.

La paloma doméstica se mueve con soltura en cantiles rocosos —en cuyas grietas y agujeros anida—, aleros de tejados, terrazas y balcones —donde cause verdaderos estragos con sus excrementos—, pero no es fácil verla en las ramas de los árboles o en cables eléctricos, porque tiene dificultades para mantenerse agarrada. Su alimentación se basa en semillas y grano, complementada por pequeños insectos y moluscos. Pincha en la imagen para escuchar su suave arrullo.

 

La paloma torcaz (Columba palumbus) es quizá la de hábitos más agrestes, ya que suele frecuentar el monte abierto rico en vegetación, los pinares y los bosques de ribera. Se mueve con soltura entre las ramas, donde se posa para esconderse o descansar y donde resulta fácil descubrirla. Sin embargo, la abundancia de recursos y oportunidades así como la menor presencia de depredadores han hecho que esta paloma abandone poco a poco sus hábitos viajeros y se asiente en nuestros pueblos y ciudades, asunto que ya tuvimos ocasión de abordar. Se distingue fácilmente del resto de palomas por ser la de mayor tamaño y de más corpulencia. El plumaje es gris más bien oscuro, y destacan unas manchas blancas a ambos lados del cuello y una banda también blanca en la parte superior de cada ala, que pueden observarse en pleno vuelo. El pico es rosáceo o de color hueso y carece del abultamiento blanco en la base que tiene la paloma doméstica. Poco a poco se ha acostumbrando a nuestra presencia, aunque aún conserva su carácter huidizo. Sus hábitos alimenticios se basan con preferencia en semillas, hojas y plantas cultivadas, algo que no resulta del agrado de los agricultores. Pincha en la imagen para escuchar su canto en dura competencia con el de un gallo.

 

Y terminamos con la esbelta tórtola turca (Streptopelia decaocto). Procedente de Asia, el primer ejemplar capturado en Europa data de 1944, y a partir de entonces se aclimató fácilmente en nuestros pueblos y ciudades, donde frecuenta árboles, antenas, chimeneas, postes, muros y cables. En España se conoce su presencia desde 1960. De su anatomía podemos destacar el color pardo terroso claro y casi uniforme del plumaje, con un collar negro que cubre la parte posterior de su cuello. Los ojos y las patas son rojos, el pico negruzco y la cola larga y estilizada. Nidifica casi siempre en los árboles, aunque no tiene problemas en hacerlo sobre un cable o una tubería, y nuestra cercanía no le incomoda. Para hacer el precario nido se conforma con unas cuantas ramillas entrecruzadas toscamente. La especie es sedentaria y capaz de ocupar el mismo árbol año tras año. Su dieta se basa en semillas, brotes e insectos. Pincha en la imagen para escuchar su canto.

 

Espero que estas sencillas líneas sean capaces de combatir el desconocimiento de tres de las especies de aves que comparten su espacio vital con nosotros, de modo que poco a poco el universo animal y vegetal de niños y mayores vaya más allá de las películas y las series de televisión.