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Animales de bellota (y 2)
Pero aún hay más. El aprovechamiento alimenticio de las bellotas ha sido y es el uso más reconocido, tanto de forma directa en épocas de hambre como de forma indirecta a través del ganado. La referencia escrita más antigua al respecto nos la proporciona Hesiodo, poeta griego del siglo VII a.C., que dice en su obra Los trabajos y los días: “la Tierra produce abundante sustento… la encina está cargada de abundantes bellotas en sus ramas altas y de abejas en las de en medio”.
Los vacceos y otros pueblos del centro y norte de la Iberia prerromana obtenían harina panificable de ellas. Así lo sostenía Estrabón (63 a.C. – 19 d.C.) en sus escritos sobre los pueblos del norte de la Península Ibérica: En las tres cuartas partes del año, los montañeses no se nutren sino de bellotas, que, secas y trituradas, se muelen para hacer pan, el cual puede guardarse durante mucho tiempo.
Bellotas de quejigo (Quercus faginea)
Plinio también señala que en Hispania se sirven bellotas dulces como segundo plato, y que en situaciones de escasez se secan y muelen para hacer pan. Y en la mitología celta la encina se identificó con el dios supremo, hasta el punto que se sustituyó el culto al dios por la adoración a una encina.
Ovidio (43 a.C.-17 d.C.), en su Metamorfosis, escribe: Y los hombres, contentos con los alimentos producidos sin que nadie los exigiera, cogían las bellotas que habían caído del copudo árbol de Júpiter. Y es que la encina estuvo consagrada a Júpiter y Cibeles como símbolo de la fuerza.
En un libro latino de fórmulas mágicas utilizado por hechiceros se recogía que para ser afortunado en los negocios, se tomarán cinco bellotas de encina, cogidas en domingo, se quemarán y se reducirán a polvo. Este polvo se guardará en una bolsita de seda amarilla y se llevará encima (…). Este amuleto, llamado del Sol, favorece grandemente a quien lo lleva.
Bellota en plena germinación.
La encina ha adquirido mucha importancia en el folclore popular y son numerosas las supersticiones que rodean a este árbol, muchas de origen celta. Por ejemplo, en algunas zonas de Cataluña, hasta bien entrado el siglo XX, se practicó un rito para curar las hernias de los niños. La víspera de San Juan los campesinos se dirigían al bosque y formaban un corro alrededor de una encina añeja. Después, a golpes de hacha, abrían un agujero en el tronco lo suficientemente ancho para pasar al niño. Envuelto en una faja de lino, la madre metía al niño por el agujero al tiempo que decía “roto te lo doy”, mientras el padre lo recogía por el otro lado diciendo “curado te lo quito”. Este ritual se repetía tres veces y después se envolvía el agujero con la faja del niño, se cubría con una capa de arcilla y se ataba con una soga de esparto. Pasados unos meses, los padres volvían a la encina y, si el árbol seguía vivo, se interpretaba como que el niño estaba curado.
Bellotas de roble albar (Q. petraea), que podemos encontrar en la Sierra de Valdemeca.
Las gentes del campo han heredado también un patrimonio cultural basado en el consumo de bellotas que se ha traducido en diferentes y originales recetas, como el popular “turrón de pobre”, una bellota dentro de un higo seco. También de las bellotas secas o tostadas se obtenían harinas con las que elaborar gachas dulces con leche, gachas saladas e incluso pan, mezclado normalmente con cantidades variables de harina de trigo. Sustituyendo la patata por bellotas en rodajas bañadas en leche hacían “tortillas españolas”. Con el tostado y molido de las bellotas se preparaba en la posguerra un sucedáneo de café, y en algunas poblaciones llegaban a extraer aceite por cocción.
Habría que pensárselo muy bien antes de utilizar la expresión “animal de bellota” para referirnos al jabalí o al cerdo, pues el hombre posee una evidente relación con este fruto del bosque. Lo único que hace falta es que no se comporte como un cerdo, dicho en el peor sentido de la palabra y con el debido respeto hacia este animal.