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Ciencia del clima con nombre de mujer
Lo saben muy bien nuestros hortelanos: la transparencia del cristal o del plástico hace posible que los rayos solares penetren en el invernadero, de modo que el suelo aumenta su temperatura. Parte de este calor se envía hacia el exterior, pero el resto de la radiación se ve frenada por las paredes del habitáculo, lo que hace que el interior se caliente ostensiblemente. Este sistema permite el cultivo de frutas y hortalizas en las condiciones atmosféricas más adversas y fuera de temporada. En la Tierra, las partículas de los llamados gases de invernadero están formando una especie de envoltura, de caparazón, en la atmósfera, provocando un efecto muy parecido al que realiza el cristal de un invernadero.
El efecto invernadero se produce por una concentración elevada de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, procedente, sobre todo, de los vehículos, de los edificios y de las industrias y centrales térmicas que utilizan combustibles fósiles como el carbón o el petróleo. Pero hay otros gases que refuerzan este efecto, como el metano o el vapor de agua. ¿Acaso no hemos observado que las noches de cielos cubiertos son más templadas que las despejadas?
¿Cuál es la base científica del efecto invernadero y cómo funciona? Estas cuestiones fueron planteadas por primera vez por el científico irlandés John Tyndall (1820-1893), colaborador de Faraday, en 1860. Joseph Fourier (1768-1830) y Samuel Langley (1834-1906) se dieron cuenta de que los gases que absorben calor, presentes en la atmósfera, son los que hacen posible la vida en la Tierra al elevar la temperatura global. Pero el fenómeno lo descubrieron en profundidad otros dos científicos, el Premio Nobel sueco Svante August Arrhenius (1859-1927) y el geólogo norteamericano Thomas Chamberlin (1843-1928), unos treinta años más tarde. Arrhenius estableció en 1896 la relación cuantitativa entre la concentración de CO2 y el clima, en un artículo científico publicado en la revista Philosophical magazine. Calculó el coeficiente de absorción del CO2 y del agua, y el calor total que absorbería la atmósfera terrestre para diferentes concentraciones de CO2, así como los cambios correspondientes de temperatura. Tras decenas de miles de cálculos a mano, Arrhenius predijo un aumento de entre 5 y 6°C de temperatura para una concentración doble de CO2. A pesar de que ya había tenido lugar la Revolución Industrial, no pensó que la fuente principal del aumento del CO2 fuera la quema de combustibles fósiles, sino que podría serlo el aumento de las erupciones volcánicas. Arrhenius también se equivocó al predecir que los efectos causados por el hombre no se notarían hasta pasados 3.000 años, pues es posible que logremos tal hazaña a finales de este siglo; pero vaticinó de forma bastante correcta el papel de los aerosoles, el hielo, las nubes y los océanos en el clima.
Bueno, esto es lo que nos ha contado la ciencia, una parcela del conocimiento que durante decenios —y de forma bastante evidente en el siglo XIX— ha mostrado cierta habilidad para ignorar las contribuciones de las mujeres científicas. Y es que, en 1856, cuatro años antes que Tyndall y cuarenta antes que Arrhenius, la investigadora estadounidense Eunice Newton Foote (1819-1888) realizó unos experimentos rudimentarios para demostrar que el dióxido de carbono y el vapor de agua pueden absorber calor.
El trabajo de Newton pudo influir en los descubrimientos que realizaría unos años después el físico John Tyndall, considerado fundador de la ciencia climática
En la reunión que la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) celebró aquel año, Foote presentó, para asombro de todos, un informe titulado Circumstances Affecting the Heat of Sun’s Rays (Circunstancias que influyen en el calentamiento de los rayos solares). No lo tuvo fácil. ¿Cómo puede una mujer presentar un estudio científico ante el comité de (hombres) sabios? Menos mal que el profesor Joseph Henry, de la Smithsonian Institution, dio la cara por ella. Ni aun así fue mencionada en las actas de aquella reunión, pero sí fueron elogiados sus trabajos por la revista Scientific American.
Eunice Newton Foote en su laboratorio
Básicamente, su experimento consistía en llenar dos tubos de vidrio con diferentes mezclas gaseosas, observando que el que contenía CO2 alcanzaba mayor temperatura. En este vídeo vemos cómo podemos emular en casa a Eunice Foote:
Estos trabajos fueron clave para comprender la ciencia del clima casi 170 años después. Foote sentaba así las bases del calentamiento climático y le puso nombre de mujer, pero la sociedad no lo ha sabido —o querido— reconocer plenamente. Hasta ahora.