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Clima y brujería

Historia

 

Escuchar a un médico diciendo en febrero del año pasado, en plena tercera ola de la pandemia por COVID-19, que estaba contra la vacunación obligatoria porque se trataba de un experimento genético fue un magnífico ejemplo de estupidez y negacionismo. Sería difícil calibrar cuál de las dos cualidades tenía mayor peso, y si su mente podía albergar un mínimo espacio para otro tipo de ornamentos. Propalar noticias como que la NASA admite que el cambio climático ocurre por la órbita de la Tierra alrededor del Sol y no por el consumo de combustibles fósiles, y que lo único que pretenden los gobiernos es suprimir libertades y subir impuestos es un bulo. El primero es un modelo de rechazo de un hecho histórico o de una evidencia. El segundo muestra cómo se difunden noticias falsas con ánimo de hacer daño a alguien. Lamentablemente ambos son demasiado habituales en los tiempos que corren, pero no servirían para calificar lo sucedido durante lo que los historiadores han llamado Pequeña Edad de Hielo.

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, las áreas urbanizadas de la Europa occidental y el Mediterráneo hallaron cada vez más dificultades para autoabastecerse de alimentos, especialmente en los años de malas cosechas, que debieron ser muchos a lo largo de la “Pequeña Edad de Hielo”, un periodo caracterizado por el descenso notable de las temperaturas que comenzó hacia 1550 y se prolongó durante 300 años (1). El historiador alemán Philip Blom (2) concreta esta historia de cambio climático entre los años 1570 y 1700, en pleno desarrollo del mundo moderno, y nos recuerda cómo se helaron los ríos y algunos puertos mediterráneos, cómo las aves caían heladas en pleno vuelo, cómo se concibieron esos fenómenos naturales como señales o castigos divinos.

 

El Támesis helado (Abraham Hondius, 1677)

 

Las malas cosechas y hambrunas que se prolongaron a lo largo de esos más de cien años alimentaron el miedo y la histeria de la población, que se tradujeron en una auténtica caza de brujas. La ignorancia y la desinformación se aliaron en toda Europa con el objetivo de buscar chivos expiatorios a los que culpar por las condiciones climáticas extremas, las cosechas arruinadas y las continuas subidas del precio de los alimentos. Como resultado, se sucedieron intensas persecuciones de hombres y mujeres —sobre todo, mujeres— que la psicosis colectiva iniciaba tras una mala cosecha o una meteorología impropia en determinados momentos del año. En España la Inquisición abrió numerosos procesos por brujería cuya relación con el clima del momento era más que discutible, pero el caso era aplacar la angustia social, por más que las acusaciones fueran totalmente infundadas.

Francisco de Quevedo (3), contemporáneo de estos procesos, ironiza, fiel a su estilo, sobre la arbitrariedad de estas delaciones, al mismo tiempo que refleja el clima de temor que causaba en la gente del pueblo:

 

“Sucedió que el ama criaba gallinas en el corral; yo tenía ganas de comerla una. Tenía doce o trece pollos grandecitos, y un día, estando dándoles de comer, comenzó a decir: «iPío, pío!»; y esto muchas veces. Yo, que oí el modo de llamar, comencé a dar voces (...). Yo no puedo dejar de dar parte a la Inquisición, porque, si no, estaré descomulgado. «¿Inquisición?», dijo ella, y empezó a temblar. «Pues ¿yo he hecho algo contra la fe?» (...) «¿No os acordáis que dijisteis a los pollos pío, pío, y es Pío nombre de los papas, vicarios de Dios y cabezas de la Iglesia? Papaos el pecadillo»”.

 

Las brujas fueron perseguidas durante el Siglo de Oro español por el Santo Oficio

 

Todos los países del occidente europeo sufrieron, durante el siglo XVII una regresión económica, y si fue duro en toda Europa, en España fue el siglo de las catástrofes. Las consecuencias de esta crisis son innumerables; una de ellas es la disminución de la población: el país pierde un millón y medio de personas. Sobre esta pérdida influyeron en gran medida los factores naturales; las malas cosechas que caracterizan este siglo llevan consigo la debilitación del organismo humano, por lo que las oleadas de peste que se producen en 1597-1602, 1647-1651 Y 1676-1685 inciden en ellos con mayor intensidad (4). Así las cosas, solo faltaba un leve empuje provocado por la superstición para incluir entre los delitos de los encausados el de originar tempestades, para destruir los barcos o el poder para arruinar las cosechas y ganados.

Buena parte de la población era analfabeta, lo cual no impedía buscar una explicación a todo aquello que no comprendía. De ahí que la pérdida de la cosecha o la muerte súbita del ganado, no imputables a alguna desidia en el esmero y cuidados por parte del campesino, debieran ser explicadas con meticulosidad (5). ¿Cómo hacerlo sin el apoyo de una base científica? Aquí es donde tiene cabida la brujería.

La superstición desempeña un papel muy importante en la sociedad del momento. Era habitual hacer una representación de un juicio público contra la plaga de cigarra en los trigales (langosta, en su vocabulario) a fin de excomulgarla cuando se hallaba en plena faena (5). Pero tal práctica se consideraba un acto supersticioso y diabólico, una creencia falsa y herética, pues solo el Papa tiene potestad para excomulgar. Esto daba pie a la apertura de un proceso por brujería.

 

Los juicios por brujería son de sobra conocidos y constituyen una de las páginas más oscuras de la historia europea.

 

Sin embargo, por increíble que parezca, no todos los procesos terminaban con los reos en la hoguera. Por ejemplo, en diciembre de 1608, cuatro mujeres de la aldea de Zugarramurdi son acusadas por una antigua vecina de causar tempestades y daños en las cosechas, y luego lo son seis de sus parientes; todos ellos son llevados a la parroquia por el fraile que hacía de coadjutor, y en una ceremonia pública de la aldea entera, los acusados piden perdón por sus agravios y todo vuelve a su sitio. Lo que parece claro es que el origen de muchos procesos es político: odios por intereses irreconciliables llevaron a la violencia y, finalmente, a venganzas judiciales con las que dirimir supuestos males ocurridos tiempo atrás, tales como la pérdida de cosechas o una mortal tempestad en el mar. El siguiente paso era convertir el proceso en un acto de herejía por renegar de Dios y adorar al Diablo, a quien el brujo o bruja estaba sometido en cuerpo y alma.

Señalar y poner en evidencia a los negacionistas y propaladores de bulos en pleno siglo XXI es suficiente castigo en la hoguera encendida por las miradas acusadoras de una sociedad responsable y sensata. No es necesaria otra Inquisición.

 

(1) Fagan, B. (2008). La Pequeña Edad de Hielo. Cómo el clima afectó a la Historia. 1300-1850. Gedisa, Barcelona.

(2) Blom, P. (2019). El motín de la naturaleza. Anagrama, Barcelona.

(3) Quevedo, F. (1967). La vida del Buscón llamado don Pablos, cap. VI. Cátedra, Madrid.

(4) Anes, G. (1974). Las crisis agrarias en la España moderna. Taurus, Madrid.

(5) Azurmendi Inchausti, M. (2013). Las brujas de Zugarramurdi. Almuzara, Córdoba