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Crónica de un error anunciado

Historia

Hubo un tiempo, no hace mucho, coincidiendo ya con la presencia de la especie humana sobre la Tierra, en que los equilibrios del planeta eran estables. La fotosíntesis, esa magnífica fábrica de oxígeno y continuidades, esa asombrosa supresora de carbono atmosférico, era un proceso interminable, desde las plantas microscópicas hasta los árboles ciclópeos. La formación de nuevas especies animales y la conservación de las ya existentes eran constantes. Las cadenas alimenticias funcionaban perfectamente engrasadas. Las corrientes marinas, los bosques y las superficies heladas de los polos constituían un magistral engranaje para mantener las mejores condiciones climáticas para la biodiversidad. Esto era el Holoceno, y en él se desarrolló el caldo de cultivo apropiado para que la especie humana evolucionara a sus anchas. Encontraba cuanto necesitaba en el entorno que le acogía, y los recursos se renovaban de modo natural. Los residuos que generaba eran mínimos, prácticamente inexistentes. El equilibrio de este modo de vida, basado en la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres, era evidente y de largo recorrido.

Progresivamente lo fue abandonando y adoptó un nuevo estilo: aprendió a cultivar sus propios alimentos y a domesticar los animales que se mostraban más dóciles y cercanos. Aquel hombre, que se desplazaba a lo largo del año siguiendo las rutas de los animales que cazaba, se hizo sedentario, se afincó junto a sus tierras de labor. No dejó de cazar, pero sin alejarse demasiado de sus asentamientos. Este proceso tuvo lugar simultáneamente en varias regiones del planeta, con sus cultivos específicos y sus animales pastoreados concretos, pero en todos los casos se produjo algo en común: la relación del hombre con la naturaleza cambió de modo radical. La selección de plantas y animales perdió buena parte de su espontaneidad en aras de una mejor producción, se talaron bosques para incrementar las tierras cultivables, se construyeron canales de irrigación, se levantaron muros para proteger las aldeas, se organizaron grupos de vigilancia y defensa ante posibles hordas invasoras… Así nacieron los ejércitos y las guerras (1). El hombre dejó de ser moldeado por la naturaleza y pasó a adaptar la naturaleza a sus propias necesidades. Los éxitos y fracasos se sucedían, pero finalmente el hombre aprendió a mejorar sus cosechas, de modo que podía permitirse un incremento de la población.

 

Pintura rupestre de Tassili, Argelia

 

Una población creciente tenía mayores requerimientos, lo que hizo necesaria la tala de bosques. La espiral parecía interminable. Pronto surgió un problema: qué hacer con los excedentes. Se construyeron almacenes para el grano, pero había que dar un paso más: nacieron los mercados destinados al trueque, la forma más primitiva de comercio. Y también nació la ambición, el deseo de tener más para escalar puestos en la sociedad. Era el germen de la civilización. Tal vez quede la duda de si fue el hombre quien domesticó a la naturaleza o si sucedió al revés. Al hombre le gusta pensar lo primero.

La naturaleza adquirió gran importancia para el ser humano, consciente de que su propia supervivencia dependía del uso que hiciera de los recursos naturales. El estado de salud de la biodiversidad, del aire, las aguas y los suelos seguía siendo bueno, a pesar de que comenzaron a romperse algunos equilibrios. Porque en el transcurso de unos cuantos miles de años el hombre logró poner en peligro la diversidad de vidas en todo el planeta. La población humana creció y creció, al principio pausadamente, como también lo hizo la concentración de carbono en la atmósfera, al mismo ritmo que disminuía la proporción de tierras salvajes. La historia continuó bien entrado el siglo XX, en que solo algunas gentes sensibles y bien informadas comenzaron a comprender que la población humana se estaba incrementando a velocidad de vértigo, a reconocer que la naturaleza no es un pozo sin fondo, que durante miles de años se ha venido perpetrando un proceso de deforestación de proporciones titánicas, que el consumo de recursos naturales ha de tener un límite, que la humanidad no puede seguir utilizando el aire, las aguas y las tierras como vertederos, que en algún momento de su historia ha roto los vínculos que le unían a la comunidad biótica, que ha desarrollado un estilo de vida diferente, alejado de la naturaleza y centrado en la comodidad y en los beneficios del mercado.

 

El sueño americano, de Salvador Dalí

 

Es la crónica de un error anunciado, un potro desbocado del que aún no ha descabalgado el ser humano, que tal vez en aquellos últimos años del siglo XX ya estaban siendo conscientes de la capacidad de exterminio que había adquirido a través de la alteración del clima y la composición natural de océanos, aire y masas terrestres. Este mismo fenómeno se produjo en el Pérmico a lo largo de un millón de años, pero la especie humana ha sido capaz de lograrlo en apenas dos siglos como consecuencia de una inagotable adicción al carbón, el petróleo y el gas. Sin saberlo, estaba iniciando una extinción masiva de especies, la sexta.

 

(1) Rodríguez Laguía, J. (2019). El hombre y su entorno. Memoria de una relación. Edición propia, Cuenca.