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El príncipe de los botánicos
“Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas.”
Carlos Linneo.
No me atrevo a calcular las veces que me he permitido mencionar a este personaje a lo largo de las más de ciento treinta entradas de este blog. Quizá fue por su intensa y extensa labor identificando nuevas especies de seres vivos para la ciencia hasta entonces desconocidas que también se le adjudicó el título de “nuevo Adán”. Y puede que su entrega al estudio de la naturaleza, que se tradujo en una vasta obra escrita, hiciera que se le conociera como “el Plinio del norte”. De allí procede, de Suecia concretamente, este sabio científico conocido en su país como Carl Nilsson Linnaeus (1707-1778), o en la lengua de la ciencia como Carolus Linnaeus, o en la lengua de Cervantes como Carlos Linneo.
Siempre me ha atraído de forma especial la trayectoria de estos científicos que, armados con un sencillo instrumental de observación, se tiraban al monte con el sano afán de describir para la ciencia los seres vivos e inertes que se iban encontrando. A Linneo lo mismo le daba que fuera una flor, una mariposa o una piedra. No me habría importado en absoluto haber trabajado a sus órdenes, aunque él no viajó tanto como cabría pensar.
Como ya tuve ocasión de contar, su aportación a la taxonomía de los seres vivos se convirtió en un sistema de clasificación que organizó el mundo de la naturaleza, pero no volveré a profundizar en el tema. Tan solo añadiré que con él, por primera vez, el hombre es situado dentro de la escala zoológica con el nombre Homo sapiens, lo que le llevó a tener serios problemas con el cristianismo. Sin alejarse de la doctrina establecida, de la que era un estricto cumplidor, llegó a cuestionar el fenómeno de la Creación, imaginando la existencia previa de una chispa eléctrica. Sin embargo, se sentía obligado a las creencias. “Me gustaría creer que la Tierra es tan vieja como dicen los chinos, pero las Escrituras no me lo permiten”, dijo.
No parece esta afirmación muy propia del espíritu ilustrado de la época que vivió, sino más bien anclada en el barroco, con una visión del mundo más oscura que la presentada por los pensadores contemporáneos. Y a pesar de todo, supo enriquecer la sistemática de los seres vivos con un lenguaje repleto de elementos técnicos que permitieron su desarrollo.
El joven Linneo vistiendo el traje típico de Laponia.
Su inclinación por el estudio de la flora debió nacer en los primeros años de su infancia, cuando ayudaba a su padre, pastor luterano, en el cuidado del pequeño jardín que tenía junto a la iglesia. Sus primeros estudios iban dirigidos a continuar la labor de su padre, pero ya despuntaban sus dotes en el conocimiento de la historia natural y de la botánica en particular, de modo que decidió iniciar los estudios de medicina y pronto fijó su atención en el Jardín Botánico de la Universidad de Upsala, donde inició la aventura de ordenar la vida junto a su amigo Pehr Artedi, cuya prematura muerte hizo que la empresa recayera en exclusiva sobre Linneo. A partir de aquí se sucedieron los viajes de formación y estudio de la flora local y europea, así como la publicación de una extensa bibliografía, entre la que destaca Species Plantarum (1753) y Sistema Naturae (1758).
Pero estos viajes sirvieron sobre todo para dar a conocer sus teorías, de modo que su inmensa labor descriptora de nuevas especies no se entendería sin el concurso anónimo de decenas de discípulos y colaboradores que herborizaron los cinco continentes, y le enviaban sus ejemplares a Suecia. Eran los llamados “apóstoles” quienes realmente llevaron a cabo esas exploraciones científicas, mientras Linneo se limitaba a clasificar las especies y con frecuencia les ponía el nombre de sus apóstoles en reconocimiento por su trabajo. En un arranque de inmodestia llegó a rebautizar una especie autóctona de Suecia para dedicársela a sí mismo, la Linnaea borealis.
Linnaea borealis
No todos los botánicos de su época supieron aceptar y valorar las aportaciones de Linneo, a quien debemos, en todo caso, la popularización del conocimiento de las plantas.